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Antonio Maceo y Grajales: 120 aniversario de su caída en combate en el 2016


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A grandes conmemoraciones históricas nos convoca el año que transcurre. En presente, estamos celebrando el bicentenario del nacimiento de Mariana Grajales Coello, la “Madre de la Patria”; la combatiente y heroína mambisa  que junto a su esposo Marcos Maceo e hijos, juró, ante un crucifijo cristiano, dedicar sus vidas a la liberación de Cuba del yugo colonialista español. Y el sagrado juramento fue cumplido con honor, ¡a cabalidad!

El año próximo, 2016, se cumplirán 120 años (1896-2016) de la caída en combate del General Antonio Maceo y Grajales, el hijo más glorioso de Mariana, y Lugarteniente del General en Jefe Máximo Gómez.

En un valiente intento de rescatar el cadáver de Maceo del campo de batalla, fue herido mortalmente, y después, aún moribundo, rematado por un machetazo, Francisco Gómez Toro, el hijo del “Generalísimo” Gómez nacido en la finca “La Reforma”, en la entonces provincia de Sancti Spíritus, Isla de Cuba.

Ambos hechos históricos pueden calificarse rigurosamente de “trágicos”; golpearon duramente a las fuerzas combatientes cubanas en la última Guerra de Independencia contra España (1895-1898). Personalmente llenaron de tristeza infinita al invencible General en Jefe, el dominicano-cubano, o “nuestroamericano” escribo hoy, Máximo Gómez Báez.

Para los revolucionarios del mundo decimonónico, o los simpatizantes de la causa por la libertad de la Isla, la noticia fue conmovedora; tuvo numerosas repercusiones en la opinión internacional, principalmente en América y Europa, como lo demostró el historiador cubano José Luciano Franco en el octavo y último capítulo “Dolor y Recuerdo” de su exhaustiva obra Antonio Maceo Apuntes para una historia de su vida. (1)

Mientras que, para los españolistas, la minoría de traidores cubanos entreguistas y, en general, para los reaccionarios en cualquier parte del planeta, esa fue una resonante victoria de España, muy celebrada y publicitada. Respuestas similares a las que aparecieron contemporáneamente con el anuncio de la muerte de hombres inmensos por su heroicidad trascendental, el Che Ernesto Guevara y Hugo Chávez.

(En más de una ocasión, Gómez escribió con amargura en su Diario de campaña (1895-1898, p.324-325) (2) una sentencia pronunciada alguna vez por Manuel Sanguily: “Y hay quien se haga matar por tanto lacayo que no quiere quitarse la librea y vestir la toga”, cita a la que añadió el siguiente comentario:

Yo le censuré un día a Sanguily que vertiese esas frases; […] Y cuando pensé que yo mismo tendría que aplicarlas, no en la Habana, sino en estos campos empapados en sangre ¡Qué horror! Nadie es capaz de apreciar el trabajo y la fatiga que cuesta enseñar a los hombres a ser libres. (3)

Las páginas de la Historia de América Latina y el Caribe se honran con los altos pensamientos que nos legaron nuestros patriotas de ayer y de hoy. Verdaderas tesis sobre Ética y Moral, amén de lecciones reales acerca de la lucha en la vida práctica, política y militar, se aprenden de ellos, y es necesario que se muestren, estudien y divulguen para alentar a las generaciones presentes y futuras.

En el contexto actual de la lucha titánica, que aún peleamos, por la total descolonización, independencia, soberanía y la justa inclusión en el desarrollo humano de todos nuestros pueblos —diversos y al mismo tiempo hermanados en el sueño de una integración regional—, volver una vez y otra sobre los hechos, palabras y reflexiones de nuestros héroes, apertrecharnos con ellas, es una necesidad indiscutible.

Por tales razones, vuelvo a llamar la atención de todos y todas, sobre la importancia de prepararnos adecuadamente en vista de la conmemoración luctuosa del 120 aniversario de la caída en combate del General Antonio Maceo y de su fiel Francisco Gómez.

No se trata aquí de recordarles la celebración de actos oficiales, remozamiento de sitios u objetos patrimoniales, discursos, marchas o de auditorios llenos hasta el tope ante un espectáculo patriótico cultural… Nadie pone en duda que en su momento se organizarán y ejecutarán.

A lo que me refiero es al vislumbre de los hechos como sentimiento más hondo, y más consciente como idea. Llamo a la lectura íntima, o tal vez, la relectura en nuestra Historia, de los intensos símbolos patrióticos contenidos en ella.

Estos existen, están al alcance nuestro, pero sucede a veces que se omiten, ignoran o banalizan en mensajes formalistas o, vergonzosamente no son respetados (así ocurre con las banderas cubanas descoloridas, sucias, deshilachadas, que se izan o retiran sin el procedimiento ritual reglamentado). Nuestros símbolos más valiosos no son cultivados suficientemente, con el amor y honor que merecen debido al valor humano —sacrificios, hazañas y derrotas— ejemplos de conductas extraordinarias, que representan para guiar y apoyar nuestras propias vidas.

Ejemplos sobran, pero citaré dos para poner punto final congruente con este texto.

En la Orden General del 28 de diciembre de 1896, firmada por El General en Jefe Máximo Gómez, se expresa —ante la tropa formada “en medio de sepulcral silencio”, hombres aquellos en su mayor parte analfabetos, desnutridos y semidesnudos— una primera valoración histórica de la caída del Titán de Bronce, hecha por su superior en el mando; su mensaje sirve de aliento y quizás hasta da un consuelo a quienes sufrirían las consecuencias directas de su muerte:

[…] La Patria llora la pérdida de uno de sus más esforzados defensores; Cuba al más glorioso de sus hijos y el Ejército al primero de sus Generales. ¡Soldados! El General Maceo ha muerto y es preciso seguir su ejemplo de bravura y heroico patriotismo en la defensa de la Patria. (Franco: T.III, p. 376)

Cuatro días después, 1 de Enero de 1897, ese mismo hombre, El General en Jefe, transformado en padre atormentado por el terrible recuerdo de… ¡un machetazo!, escribe a la viuda de Maceo, María Cabrales, residente en Costa Rica, informándole de la fatal noticia con un afecto desbordado:  

Nuestra antigua amistad, de suyo íntima y cordial, acaba de ser santificada por el vínculo doloroso de una común desgracia. Apenas si encuentro palabras para expresar a Ud. la amarga pena y la tristeza inmensa que embargan mi espíritu.

[…] Con la desaparición de ese hombre extraordinario, pierde Ud. el dulce compañero de su vida, pierdo yo al más ilustre y más bravo de mis amigos, y pierde en fin el Ejército Libertador a la figura más excelsa de la Revolución.

[…] A esta pena se me une, allá en el fondo de mi alma, la pena cruelísima también de mi Pancho, caído junto al cadáver del heroico guerrero y sepultado con él, en una misma fosa, como si la Providencia hubiera querido con este hecho conceder a mi desgracia el triste consuelo de ver unidos en la tumba a dos seres cuyos nombres vivieron eternamente unidos en el fondo de mi corazón(Ídem: p. 377)

 

 

NOTAS:

 

(1)  Franco, José Luciano: Antonio Maceo Apuntes para una historia de su vida, Hombre y Época, Ed. Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1973, Tomos I, II, III.

(2)  Gómez, Máximo; Diario de Campaña Centenario 1868-1899, Instituto del Libro, La Habana, 1868.

(3)  Todas las palabras resaltadas en negritas se deben a la autora de este artículo.


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