“Cuando Cuba sea independiente, solicitaré del Gobierno que se constituya,
permiso para hacer la libertad de Puerto Rico,
pues no me gustaría entregar la espada
dejando esclava esa porción de América”
Antonio Maceo
Antonio Maceo es una de esas figuras que llenan una zona de la historia de un país y lo hacen con limpieza y dignidad plenas. En el caso de la nuestra, él es, fuera de toda discusión, uno de nuestros próceres más relevantes y el paradigma indiscutido del héroe, una historia, vale decir, con un considerable potencial de heroísmo.
Nunca será una repetición innecesaria o sobreabundante la consideración de la Protesta de Baraguá como un hito muy relevante en las batallas por la independencia de Cuba. Tanto la historiografía más variopinta (casi sin excepciones), como las valoraciones políticas desde José Martí hasta el presente, coinciden en reconocer el potente significado del gesto de Antonio Maceo y los que lo acompañaron en la viril protesta al Pacto del Zanjón, en 1878. La pregunta que entonces le formuló Maceo a los que estaban gestionando la paz con derrota quedó sin respuesta: “Qué ganaremos con una paz sin independencia, sin abolición total de la esclavitud, sin garantías para el cumplimiento por parte del Estado español?”. La desmoralización de parte de la dirección patriótica ya era considerable en marzo de 1878.
Lo del Zanjón fue una capitulación vergonzosa, como se sabe, aunque hay historiadores que la han considerado una pausa o un intervalo útil en la lucha por la independencia, que obviamente lo fue. Desde luego que debe ser considerado un fracaso de los revolucionarios cubanos en un momento en que, de haber perseverado, probablemente hubieran podido obtener la victoria, pues muy cerca estuvieron de conseguirla.
Poco antes del lamentable pacto, las tropas de Maceo pulverizaron a varias columnas españolas, de manera que él llegó a aquel momento capitulador y derrotista de la Cámara de Representantes y algunos jefes militares, en las mejores condiciones como guerrero y brigadier mambí. De ahí su célebre frase a Martínez Campos, “No, no nos entendemos” y la correspondiente continuación de las operaciones hasta que, poco más tarde, salió del país con la misión de regresar con una expedición (como se sabe, le hicieron imposible el retorno). También antes del pacto, Maceo atravesó un sinfín de enmarañadas intrigas por parte de algunos jefes militares cubanos, envueltos en todo menos en conseguir la victoria, pero lo hizo con entereza y siempre conservando las miras en lo más conveniente para la revolución y la República en Armas.
Cuba Libre había perdido la batalla, pero en el orden de su formación como nación ganó en madurez. La guerra de 1868 fue decisiva para la formación nacional. En particular, se había gestado un pensamiento político encarnado en miles de hombres de extracción popular que veinte años más tarde haría triunfar la idea de la independencia. Los patriotas habían experimentado el goce de los derechos de libertad en la manigua de la República en Armas, así como la absoluta libertad que les proporcionó el enfrentamiento a España. No solo eso se ganó al término del Pacto del Zanjón. La aparición de partidos, por vez primera en la escena colonial, el surgimiento de la prensa política, la abolición de la esclavitud en 1886 y otras manifestaciones de relativa libertad pública, respondieron al monumental esfuerzo de la revolución de Céspedes. Pero no se logró la independencia.
La protesta maceista fue como el corazón de esa llama que no se apaga nunca, que cuando parece que va a extinguirse, guarda el rescoldo necesario para volver a prender la ignición. En el ámbito de las repercusiones en el tiempo, la protesta de Maceo y sus seguidores significó que pudiera estallar de inmediato la llamada Guerra Chiquita, en 1879, y en 1895 la nueva revolución martiana. Así de poderoso fue el gesto de Baraguá en nuestras luchas por la independencia. Todavía en el presente es símbolo de rebeldía y enseñanza para la historia.
Al correr de los años, cuando la nueva dirección revolucionaria encabezada por José Martí utilizó la extensa tregua pactada en el Zanjón para organizar la continuación de la gesta insurreccional, se pudo apreciar que los viejos generales y dirigentes civiles del 68 seguían nutridos de la idea y la vocación de la independencia. Búsquese la correspondencia, entre otros, de Bartolomé Masó y Antonio Maceo, por ejemplo, entre los que se incorporaron a la nueva empresa independentista o la de Francisco Vicente Aguilera y Vicente García, entre los que fallecieron en el camino, y se apreciará cómo el ideal del 68 permaneció vivo a pesar de transcurrir más de década y media entre una y otra revolución.
Antonio Maceo le escribió a Martí sobre cómo considera debe ser la futura república:
“Una república organizada bajo sólidas bases de moralidad y justicia, es el único gobierno que, garantizando todos los derechos del ciudadano, es a la vez su mejor salvaguarda con relación a sus justas y legítimas aspiraciones, porque el espíritu que lo alimenta y amamanta es todo de libertad, igualdad y fraternidad (...) inquebrantable respeto a la ley pues, y decidida preferencia por la republicana, he ahí concretado mi pensamiento político; esos son, han sido y serán siempre los ideales por los que ayer luché y que mañana me verán cobijarme a su sombra”.[1]
Este pensamiento, escrito en 1887, es muy semejante, diría que idéntico, a la concepción republicana proclamada por Céspedes diecinueve años antes. Esas fueron las ideas propuestas por el independentismo del 68, reactivadas en el combate del 95. Se había pasado del liberalismo radical burgués al democratismo revolucionario, con un fuerte contenido antimperialista en el caso específico de José Martí, alma de la nueva insurrección, quien siempre se consideró relevo de la obra cespediana, y así lo manifestó en numerosos escritos y en casi todos sus discursos por el 10 de octubre, en la emigración. Fue enorme la enorme influencia de la guerra del 68 en el desarrollo del pensamiento político independentista cubano y la nueva revolución se mantuvo sobre la base de los principios de la primera (con la excepción del tema de la esclavitud, ya resuelto). Pero, sin lugar a dudas, el hecho bisagra entre ambos acontecimientos fue la Protesta de Baraguá.
Maceo también sostuvo ideas antianexionistas y desde su exilio combatió la posibilidad de una intervención del gobierno de los Estados Unidos en los asuntos cubanos (aunque creyó un tanto en que el gobierno de Mc Kinley sería más favorable a la causa cubana que el de Cleveland).
Masón desde muy joven, tenaz lector (sobre todo de temas históricos), amante del teatro, en particular de obras francesas, autodidacta y libre pensador, fue gestando un pensamiento que sorprende al no iniciado por sus sólidas ideas liberales y republicanas. En Costa Rica, en su exilio de entreguerras, cultivó la amistad de numerosos liberales radicales suramericanos, en particular de Eloy Alfaro, y fue tejiendo una red de solidaridad con la causa cubana, muy útil para el momento en que se detonase la nueva revolución. Allí publicó numerosos textos que, junto a sus cartas y otros escritos, permiten seguir el desarrollo de su ideario independentista y la cultura general que fue capaz de acumular. Maceo fue un fervoroso admirador de Simón Bolívar y de su vida libertaria y uno de los componentes más avanzados de su pensamiento fue el de apreciar la causa cubana formando parte de la independencia del continente.
Hablé al inicio de la limpieza en la actuación de Antonio Maceo, de su pundonor, y no es ocioso subrayarlo: valiente hasta la temeridad, disciplinado como militar, respetuoso ante el enemigo derrotado, ajeno a rencillas, celos, envidias e intrigas de los jefes patriotas (que fueron muy frecuentes durante las dos guerras), respetado y amado con devoción por sus soldados y oficiales, lleno su cuerpo de cicatrices de los balazos recibidos en combate, generador de un pensamiento que hizo decir a Martí la conocida frase de que Maceo poseía tanta fuerza en la mente como en su brazo, él fue la gran figura cubana que secundó la labor organizativa martiana y, una vez en la mangua insurrecta, fue, de nuevo, el hombre de las grandes victorias militares.
Sus grandes estudiosos, José Luciano Franco, Leonardo Griñán Peralta, José Antonio Portuondo, Eduardo Torres Cuevas, Raúl Aparicio, Jorge Ibarra Cuesta y Armando Vargas Araya, entre otros, han coincidido en la noble y digna trayectoria patriótica y revolucionaria de Antonio Maceo, un itinerario puesto en función de la independencia de Cuba de principio a fin.
Cuando Maceo desembarcó en el Oriente cubano en 1895, no solo era un general experto o veterano el que se incorporaba a la lucha, era una potente bandera de combate que agrupó de inmediato y estimuló al máximo las ganas de pelear de miles de orientales patriotas. Un hombre-símbolo, el mito viviente, toda una fuerza moral que decidió de inmediato movilizaciones e incorporaciones masivas a la batalla. Con su experiencia y genio táctico-estratégico condujo con éxito, junto a Máximo Gómez, la invasión a Occidente y encendió el fuego revolucionario en territorio pinareño. Estaba planeando el asalto al poblado de Marianao cuando lo sorprendió la muerte.
En los días previos a su caída en San Pedro de Punta Brava, se le vio preocupado y sumergido en meditaciones constantes por parte de sus colaboradores más cercanos, que así lo testimoniaron. Seguramente pensaba, entre otros amargos temas, en las sensibles y dolorosas pérdidas para la causa de su hermano José y de José Martí, el alma de la revolución, esta última de claras implicaciones para el ulterior desarrollo de la revolución, en las intrigas y fricciones internas en la dirección del gobierno revolucionario (repetidoras de las que él sufrió en la guerra del 68), en la amenaza de destitución del mayor general Máximo Gómez como jefe del ejército libertador por parte del gobierno (y de las maquinaciones de algunos patriotas por promoverlo, a él, a esa posición, en demérito del dominicano), en la peligrosa suspicacia de ser acusado como la cabeza de un movimiento racial dentro del ejército mambí, pensaba con toda seguridad en la jefatura de Tomás Estrada Palma del Partido Revolucionario Cubano (y agente diplomático en Estados Unidos) y sus conocidas proclividades anexionistas, las que podrían favorecer una aborrecida intervención del gobierno norteño en la guerra, en fin, que no le faltaban motivos para exasperarse, mientras combatía sin parar en el territorio occidental. Se dice también que soñó con su padre y hermanos por aquellos días, en una pesadilla funesta, y que le reveló a un colaborador la expresión “me van a matar”. Lo cierto es que Maceo evaluaba muy difíciles situaciones cuando llegó el fatal 7 de diciembre de 1896.
Cayó en pleno combate, como siempre fue su aspiración en caso de no llegar al final de la guerra (en un episodio que tanto Máximo Gómez como algunos historiadores señalan con zonas oscuras, debido a elementos que existieron entonces y que han seguido apareciendo sobre el enfrentamiento en San Pedro) y siguió siendo, a pesar del descalabro que significó para los cubanos en aquel instante, la leyenda que se construyó así misma: el general Antonio o el Titán de Bronce.
Antonio Maceo configura, en todas las dimensiones posibles, la imagen paradigmática del héroe de nuestras batallas por la independencia, un hacedor de historia, cubano, mulato, masón, liberal, republicano, revolucionario y antianexionista, un héroe de talla homérica como no hubo otro en el siglo XIX y en toda nuestra historia patria.
[1] Eduardo Torres Cuevas, “La influencia de las ideas de la Revolución Francesa en el proceso revolucionario cubano del siglo XIX. Notas y observaciones”. En revista Universidad de la Habana (237), en-abr 1990. El subrayado es del autor del texto.
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