Añorado encuentro: los antecedentes (I parte)


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“… he vuelto, no temáis/la mañana se anuncia como un trino…”. A Nicolás Guillén; con justeza considerado “El Poeta Nacional”, se adjudican los versos antes citados,  con los que pretendo tomar partido por el CD, producido por BIS MUSIC, que han titulado: Añorado encuentro; parafraseando un conocido bolero escrito por el binomio Piloto y Vera y que fuera cantado magistralmente por Vicentico Valdés; y que en las próximas semanas estará en el mercado.

Se trata de un acertado inventario, prefiero esta definición a la de compilación o recopilación, de música cubana e internacional escrita en los últimos cien años. Un siglo de música, se dice con premura, más la prisa al hablar no ignora el carácter excluyente que puede tener todo intento de conformar un repertorio que, desde una perspectiva integradora, se sustente en elementos tas subjetivos como gustos personales y aptitudes vocales; todo ello debe ser resuelto en sesenta y un minutos.

En esta oportunidad se trata de diecisiete temas donde convergen compositores tan disímiles como los mexicanos José Alfredo Jiménez, Roberto Cantoral y Gonzalo Curiel, entre otros; junto cubanos como Luis Marquettí, Oscar Hernández, Félix Reina y Silvio Rodríguez hasta llegar a Ángel Quintero; quien escribió el tema que lanzó la carrera como intérprete del actor  Ovidio González; quien desde hace más de veinte años vive y trabaja en Ecuador, figura sobre la que gira el fonograma en cuestión.

Sin embargo, para entender las claves que esconde Añorado encuentro como propuesta discográfica, se hace necesaria una mirada al entorno socio cultural que abrió las puertas a la carrera de Ovidio González; o lo que es lo mismo propongo un viaje treinta años atrás en la memoria colectiva.

Uno de los grandes acontecimientos de la música cubana en los años ochenta fue el espacio que ganaron la Nueva Trova y la canción; y aunque hoy nadie habla de aquellas memorables noches en que Pablo y Silvio convocaban a algunos miles de cubanos a las plazas donde se presentaban; fueron los años en que nacieron silvistas y pablistas. Por aquel entonces la escalinata de la Universidad de La Habana se abría cada sábado al grupo Moncada que por aquel entonces coqueteaba con la música pop y los restos de su visión original que no fue más que hacer música de charangos y quena; pero también algunos cines de la ciudad se abrían a formas alternativas de la música como ocurría en el Acapulco en que lo mismo se podía escuchar el jazz de vanguardia de Emiliano Salvador y sus músicos que los arrebatos pre timberos del grupo Afrocuba antes, durante y después de su affaire con Silvio Rodríguez.

El gusto popular se debatía, además, entre los seguidores de cantantes cubanas como Beatriz Márquez, Maggie Carlés, Annia Linares, Mirtha Medina y Malena Burke; mientras que voces masculinas como las de Miguel Ángel Céspedes, Manolo del Valle, Sergio Farías y Vicente Rojas eran el reflejo de un decir que parecía inacabable; tanto fue así que comenzaron a aparecer los dúos ocasionales del momento (hoy le llaman fichurin, que proviene del anglicismo featuring; y no le llega a la chancleta a muchas de esas propuestas que duermen en los archivos de las fonotecas radiales) y todas aquellas voces, cargadas de experiencia la mar de ellas, se combinaron para satisfacer a sus seguidores.

Los años ochenta fueron los de la diversidad musical, tal vez impulsados por cierta bonanza económica, pero también influidos por la coexistencia entre la música y la literatura. Era común encontrar a conocidos escritores coexistiendo y existiendo con músicos y pintores; tal vez esa fue la razón que hizo que los nombres de los escritores Chely Lima y Alberto Serret aparezcan junto al de Edesio Alejandro en la primera —y única— ópera rock cubana llamada Violente. Los feudos en la cultura eran inimaginables.

En este dulce torrente sonoro, un buen día el trovador Ángel Quintero escribe la obra Donde crezca el amor y los nombres de Ovidio Gonzáles y Mayra de la Vega entraron en las vidas de los cubanos de aquellos tiempos. Ovidio fue el cantante por excelencia de los dúos juveniles que vivimos en los ochenta al estilo de Bailando suave, Xanadu y otros filmes de aquel momento, teniendo como contraparte la voz e imagen de Mayra de la Vega (nuestra Olivia Newton).

Aquella idílica relación profesional fue explotada por la TV y algunos compositores de modo tal que cuando llegan los años noventa parecía que ellos serían el dúo elegido para lanzar las carreras de nuevos compositores. Pero todo cambio y una mañana decidieron probar suerte profesionalmente más allá de los escenarios nacionales; entonces Ovidio se fue apagando de la memoria colectiva, una memoria que era alimentada por su paso fugaz alguna que otra vez por determinados espacios de la TV, la misma que una vez le dio patente de corso para entrar en nuestras vidas.

Así pasó el tiempo y a mediados del 2013 desembarcó nuevamente en La Habana con una maleta de sueños y mucha música que, según sus propias palabras, cargaba desde siempre y que le gustaría retomar desde la tranquilidad habanera. Sería, como suelen decir algunos, expiar sus culpas musicales en el lugar donde sus pecados fueron amados; y como confesores se apoyó en el talento y el buen gusto de Eddy Cardoza López y José Manuel García Suárez para la producción musical y general de su regreso a las lides musicales cubanas.

Sesenta minutos no resumen sus ansias y necesidades sonoras; pero valía la pena intentarlo. Así nacía Añorado encuentro como proyecto discográfico; y a él tributarían nombres de quienes una vez le admiraron o le confiaron sus canciones; así como voces que supieron de su existencia al llamado de los productores.

Solo faltaba la música; y citar a Nicolás Guillén no era para nada desacertado.

Continuará…


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