Alzar la bandera del sol


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Los recuerdos viven piel adentro, y un cruce vocablos, una fecha, un simple gesto, una leve brisa… los pueden despertar. El Maestro ecuatoriano, latinoamericano y universal, Oswaldo Guayasamín, el fiel AMIGO de Cuba, de Fidel, quien el pasado 6 de julio hubiera cumplido su aniversario 101, reapareció en la memoria de un periodista que tuvo la oportunidad de encontrarlo desde 1984 hasta poco antes de su desaparición física, en múltiples ocasiones, y desandar juntos, entre palabras, las muchas dimensiones de su vida. En estos días, salieron a flote para volver a vivir…

Oswaldo Guayasamín, pintor y escultor ecuatoriano de voraz raigambre latinoamericana, insaciable en su admiración al legado precolombino, del cual se sintió siempre heredero, regresa en este comienzo del séptimo mes para seguir alzando la bandera del Sol, con su obra, y sus huellas, esas que lo esculpen y dibujan desde su más remota vivencia. Revisando aquellas palabras/respuestas con la lupa del tiempo, experiencia mediante, no hay dudas de que brotan en este breve espacio, fragmentos de su testamento personal, su amor por el hombre, ese canto íntimo a la amistad, al deseo del mejoramiento humano…

Su quehacer artístico es como una sinfonía desde el color. Tiene varios movimientos donde sobresale esa nota musical que en la pintura es el hombre y su lucha cotidiana por alcanzar un mundo mejor. Es que el insigne creador llevaba muy adentro la tristeza del indio latinoamericano y el sufrimiento acumulado en siglos de injusticia.

Hubo siempre acumulado en su ser algo que se repetía siempre en los latidos de su corazón ¿Cuba? ¿Para Guayasamín? Lento, pero firmemente abrazó aquel día de 1993 cada palabra cuando respondió: “Es la única ventana abierta que queda en este continente por donde a salir a explorar el bienestar de América. Lo único que va quedando en América Latina es Cuba, como muestra importante del porvenir. Es, repito, la única ventana abierta a nosotros”. Y quiso entonces continuar la frase que empezó el día de la inauguración de su Casa-Taller en La Habana Vieja, “lo que no alcancé a decir o no quise decirles por no alargar mis palabras. En este mundo quebrado, aplastado por la hegemonía de Estados Unidos, de nuevo es Cuba el único país donde hay respeto al ser humano, al niño, a la mujer, al trabajador. Aquí no hay, aunque la situación económica es dura, no hay niños descalzos, no se ven pordioseros por las calles. Los niños son privilegiados de este pueblo”.

Con su pausado pero firme decir, se refirió a que había visitado una pequeña escuela de la capital y constató de cerca la emoción con que estos alumnos viven, son felices en su pequeño espacio, sin riquezas, ni prepotencias, pero tienen seguridad, dijo. “Ahí es donde entiendo por qué, por más de 30 años los Estados Unidos han querido acabar con este sistema. Es miedo a la Revolución, miedo a que Cuba sea ejemplo para América Latina. Por eso la tratan de aplastar. He preguntado a la gente en la calle y las respuestas coinciden: ¡Ojalá Fidel sea eterno!”.

 Los tres movimientos y el hombre

Por vasos comunicantes (palabras/color) el diálogo cayó en la pintura por el mismo sendero. “En mis cuadros pinto las lacras de la historia capitalista en América Latina y el mundo. Estoy pintando campos de concentración, las bombas atómicas, la guerra civil española. Son los cuadros de la serie La Edad de la ira que comencé hace muchos años –más de 30- después que concluí El camino del llanto, un canto sobre la vida de los mestizos, los negros y los indios del mundo latinoamericano”. Entones contó que para realizar La Edad de la ira desandó durante 7 años todo el planeta, “sobre todo los países donde han sucedido grandes conflictos”.

Siempre han existido en su quehacer pictórico tres tipos de pintura que forman una unidad, aunque de cierta manera están separados unos de otros. Hace primeramente retratos en los que, dijo, es solamente una especie de secretario espiritual de la persona que le está posando. “Miro a esa persona, veo cómo se mueve. Por eso, mientras pinto, pongo a otra persona que le de conversación para así poder observar sus gestos, su vida interior”.

En esa cálida tarde verano confesó que esos retratos son diferentes a los de La Edad de la ira, donde realizaba cientos de dibujos para ejecutar la obra hasta el momento que surgía la idea definitiva del cuadro. “Entonces coloco en las paredes esos dibujos y extraigo de cada uno de ellos lo más importante para hacer la obra grande. Y, el tercer tipo de pintura es el paisaje y las naturalezas muertas. Esto ya corresponde a mi vida íntima. Cuando estoy triste, alegre o me siento solo, pinto estos paisajes de acuerdo con mi interior. Me busco piel adentro”.

Tercer movimiento: La Ternura

El tercer movimiento de su sinfonía pictórica es La ternura. “Tengo –enfatizó– 60 cuadros de esta serie que habla sobre el esfuerzo del hombre a través de la ternura de las mujeres en la Tierra, las madres de la Plaza de Mayo, de la mujer –en general–, que es la que más sufre en estas luchas, que pierden el hijo, padre o esposo y se quedan solas. La soledad que es lo más grave”.

“En este tema de la ternura digo: Todos los oficios y profesiones son buenos, todas las religiones son buenas porque cada una nace en un espacio de territorio específico: la montaña, el desierto, la costa, la isla… y cada una tiene algo que decirnos del espacio donde vive su pueblo. Cada hombre nacido en diferentes partes de la Tierra tiene algo que decir: blanco, negro, mestizo. Por eso, pintar sobre la ternura, es gritar a los demás por qué existimos”.

“Las Tierra –expresó– es un pequeño astro, un pequeño espacio en el universo que los hombres han dividió en fronteras, himnos y banderas que nos hacen a cada uno de nosotros enemigos de sus hermanos. Hay que hacer una sola bandera para los hombres de la Tierra, la bandera del Sol, “del Tehuantin suyo y alcanzar la unidad”.


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