Almeida en mi memoria


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La primera vez que nos encontramos personalmente fue a principios de la década de los setenta en su oficina en Santiago de Cuba. Él era Delegado del Buró Político en la provincia de Oriente y yo iba acompañado de una arquitecta para informarle los pormenores organizativos de la Feria Agropecuaria a efectuarse en el Aserradero. Colocamos el plano en el piso y me puse a explicarle el proyecto. Cuando terminé le dije “no es complejo; es fácil de realizar”.  El Comandante mirándome fijamente me dijo: “si es fácil por qué no vienes a hacerlo.  Para ustedes los habaneros todo es fácil, vienen con la mochila en las espaldas y se van enseguida”. Mi respuesta no se hizo esperar; creo que fue lo que marcó nuestra futura amistad.

En esa época nos volvimos a ver varias veces. Recuerdo que al regreso de una visita efectuada a mi familia en Guantánamo me preguntó cómo me había ido, le expresé mi preocupación por la situación económica y social de la población. Respondió: “lo primero que tienen que hacer los guantanameros es trabajar. Se la pasan todo el tiempo en el parque”. (No le faltaban razones), discrepé, le dije que el problema era de otra naturaleza, finalmente bajó el nivel de la crítica y manifestó su confianza en el pueblo guantanamero.

Durante una visita que realizó a Zambia se interesó en conocer cómo me iba en la nueva misión como embajador, le dije lo del carácter y lo del negro. Le expliqué que uno de los compañeros de le embajada pretendía censurarme en el núcleo del Partido por mi carácter.

Con su tradicional sonrisa exclamó: “¿Pero quieren quitarte tu carácter?, no saben que lo congénito en ti es tu carácter, que todo lo demás es adquirido, que si tienes un cargo es adquirido, si tienes un auto es adquirido, si tienes una casa es adquirida, si tienes una familia es adquirida, lo único no adquirido es tu carácter, naciste con él aunque trates de modificarlo”.

En lo que respecta a lo del negro, sucedió que una vez, conocida la visita del Comandante varios compañeros al comentar sobre la misma se referían a él como el negro, “tal día llega el negro”, “cuando llegue el negro”. Los reuní a todos y les dije: “no más negro, Comandante”.

“Y como me costó llegar a serlo- me interrumpió-. En la granjita antes del ataque, a la hora de distribuir las armas me tocó una de mala muerte, miré a Mestres y me hizo una seña para que me conformara, luego vino la distribución de los uniformes, algunos tenían grado militar, el mío no tenía nada, me le acerqué a Melba y a Haydée y les dije que no entendía, Melba me dijo: “Ay, Juan, pero tú no estás viendo lo chiquitico y flaquito que eres”. Me acordé del Sargento “Cinturita” que era más flaquito y chiquito que yo.”

En otra ocasión durante la mencionada visita le comenté la consulta hecha al Ministro sobre un dinero que me había pedido prestado un funcionario de la cancillería del país donde me encontraba, el ministro me respondió que quien presta, pierde el dinero y pierde al amigo. Me lamenté de esta respuesta pues el funcionario me era importante. Almeida me dijo: la culpa es tuya, hay cosas que no se consultan.

Cuando la decisión del Congreso del Partido donde se aprobó el asunto de la composición étnica, le dije que esa era una trampa, ripostó diciéndome que no, que por lo menos se había logrado algo. Se refirió críticamente a la televisión donde a las actrices negras generalmente solo se le atribuyen los roles de esclavas.

Otra de las tantas lecciones del fiel Comandante fue durante una conversación en que le expresé mi interés en que se revisara el caso de un compañero quien había desertado al abandonar el campamento donde se entrenaba en México antes del Granma. Regresó a Cuba después del Triunfo de la Revolución y se destacaba por su entrega y dedicación al trabajo, motivo por el cual había resultado elegido vanguardia varias veces y propuesto para integrar las filas del partido sin lograr el ingreso.

El Comandante fue preciso, conciso y macizo: “Feraudy, la traición no se perdona”


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