Alfonso Reyes estaba consciente de que la vida americana brotaba como de un majestuoso manantial. Así veía a Nuestra América y por ello una y otra vez lo recordamos, al mismo tiempo que sentimos una verdadera admiración por este intelectual mexicano de todos los tiempos.
Consideró un deber ineludible el mantener una firme conexión entre América y el mundo, sin perder ni un instante la esencia de su mexicanidad. Su vida y obra, en distintos países de nuestro continente por donde transitó, así lo revela.
En 1942 participó en el Tercer Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, que se celebró en Nueva Orleans, Estados Unidos. Escribió para este evento un trabajo sobre la América, cuna de una nueva cultura.
La cultura para este escritor mexicano, era suma de emociones, pautas de ideas, sensibilidad de la vida, conocimientos. Como Martí, pensaba que si otros crecen tenemos que crecer nosotros. Estaba convencido de que ya Europa nos puede enseñar muy poco, anda agotada, decía.
El pensamiento de Alfonso Reyes, marchaba rumbo a la armonía internacional. Hablaba de universalismo:
“Solo el equilibrio, nos garantiza la lealtad a la tierra y el cielo. Tal es la incumbencia de América”.
En su ensayo La Última Tule, con gran agudeza refiere, que América —presentida por mil atisbos de la sensibilidad, en la mitología y en la poesía— trajo la consigna de enriquecer el sentido utópico del mundo, la fe en una sociedad mejor, más feliz y más libre.
“Los pueblos de América, por el impulso de su formación histórica semejante, son menos extranjeros entre sí, que las naciones del Viejo Mundo”.
En América existe comunidad de bases culturales, de religión y lengua y por su captación étnica están sus pueblos singularmente preparados para no exagerar el pequeñísimo valor de las diferencias de raza, concepto estático sin fundamento científico, ni consecuencia ninguna sobre la dignidad o inteligencia humanas.
Alfonso Reyes recuerda, con toda certeza, el sueño de Bolívar en la labor armoniosa y continuada de conversación intercontinental e internacional.
Cualquier campaña racial de donde venga es pretexto de los aires imperiales para dividir las fuerzas de Nuestra América mestiza. La advertencia es válida y merece toda nuestra atención.
Juan Marinello, un estudioso a profundidad de la obra martiana y que conoció y admiró al mexicano, expresó en un homenaje al mismo, en ocasión de sus Bodas de Oro en la literatura, celebrados aquí en La Habana:
“Los jóvenes enterados, tocan en él, una plena expresión de la mejor cultura, pero por el costado nuestro, criollo, hispanoamericano. En el humanista de México, hallan una culminación de la propia fuerza, un caudal de innúmeras confluencias pero que, en definitiva, corre en ondas reconocibles en veinte países que lo tienen como confirmación de sus posibilidades”.
Para América, decía Reyes, no hay más raza que la raza humana.
Ya anteriormente había dicho: “Tiene el mundo dos razas: la de los egoístas, como si en sí llevara luz la otra, la de los generosos”.
Deberíamos todos estar convencidos de que la manera de asegurar el presente, es asimilar el pasado.
El pensamiento del amigo, marchaba rumbo a la armonía internacional.
Cuando leo a Reyes pienso mucho en Martí. No olvido cuando vuestro Héroe Nacional, aseguraba que “Patria es Humanidad” o cuando dijo: Mientras haya en América una nación esclava, recordaba, la libertad de todas las demás corre peligro.”
En ocasión de una visita a la Habana, le escribe el mexicano universal, a su amigo Chacón y Calvo:
La Habana me recibe, la deliciosa Habana, con ese calor acariciador que solo sirve, para que disfrutemos mejor el don de la brisa. Y agrega; ¡Qué Isla, qué Isla!
En el Coloquio en la Habana, en los años 40, Alfonso, ya había hecho discursos de vida y esperanzas, cuando la Sociedad de Naciones era insuficiente y nos encaminábamos hacia una organización más compleja como las Naciones Unidas y compartió las palabras polémicas y ardientes de Juan Marinello, que un día expresó, que era el regiomontano, “un sabio iluminado y que aunque lo separaran de Reyes trechos de actividad y de doctrina, nadie podría regatearle la calidad de su magisterio, ni menos desconocerle el considerable servicio de sabiduría y creación con que ha enriquecido a nuestros pueblos”.
El entendimiento entre cubanos y mexicanos es casi obvio, que el subrayarlo resulta ocioso. Hasta nos hemos prestado ministros y poetas, testigo el grande nombre de Heredia que ahora me acude a la mente y ese rasgo del escritor amigo, por ser un desborde característico de una amistad inteligente de nuestros pueblos americanos.
En los momentos en que hoy vive Nuestra América, podríamos leer y entender mejor a Reyes y afirmar, como hace muchos años apuntó Fernández Retamar, que este humanista mexicano, como le gustaba que lo calificaran, había logrado, comunicarse con el porvenir que vamos siendo, “porque, en medio de la violencia, del dolor personal, sintió hundirse sus raíces en su pueblo y encontró, un idioma universal para decirlo.
Sirvan estas líneas como recuerdo y homenaje a este grande hombre, mexicano y amigo, Don Alfonso Reyes, que en diciembre, un dia 27, dejó de acompañarnos, justamente en el año del triunfo de la Revolución Cubana y entró para siempre en la gloria de su inmortalidad.
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