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Alberto Hernández: De Impermanencias a Transfiguraciones


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Fotos: Cortesía del artista.

No desaparece, a pesar del predominio de otras tendencias más avanzadas, el interés de la Figuración, ya sea realista, hiperrealista o, simplemente, seguidora de escuelas que, partiendo de la pintura clásica, se adaptan a otros medios y ambientes. En ella cada quien busca su paisaje, externo o interno que fluye después, sobre las disímiles superficies, como palabras de un vocabulario personal, ese que lleva cada uno en si porque somos individualidades con formas de pensar, sentir y hacer muy diferentes, unos de otros.

El paisaje resulta un género bastante reciente en el proceso histórico de las artes plásticas, ya que no fue hasta el siglo XVII, en Holanda, que alcanzó esplendor como temática, al dejar de ser un complemento de escenas de otros temas. En Cuba, sus albores datan del XVIII.

La naturaleza, siempre presente en la Historia del Arte, ha sido tratada de mil maneras distintas por los creadores. Cada época, cada generación, ha encontrado la forma de abordarla a través de diferentes modelos interpretativos. En el siglo XX se desarrolló una acción fuertemente posesiva de la naturaleza, a tal punto que Bertolt Brecht definía como una actitud característica del hombre moderno esa intervención.

En Cuba, isla dotada por la naturaleza de los más variados y exóticos paisajes, iluminados por la radiante luz del Trópico, que por momentos se ensombrece dramáticamente por las tormentas características del clima, el género tiene sólida vigencia y es tratado por muchos creadores de diversas maneras. A veces, hasta las más impensadas. Sin embargo, ya a mediados del pasado siglo y hasta hoy, se observa en muchos artistas un cambio de actitud tendiente a restituir el valor conceptual de la naturaleza y darle una relevancia ya no inspirada en un temor reverencial sino en un lugar en el cosmos en el que el hombre forma parte de ella.

Sea esta introducción una manera de acercamiento a la obra del joven artista Alberto Hernández Reyes (La Habana, 1976) quien se extiende a formas muy expresivas en la pintura del paisaje, en óleo sobre lienzo, para entregar una mirada personal-original sobre el entorno circundante.

Impermanencias

Para nadie resulta un secreto el hecho de que cada creador, no importa la técnica que trabaje, vive obsesionado por un conjunto de imágenes que lo atormentan y hasta alimentan su fantasía. Este artista autodidacta no es una excepción, y nos convocó, hace cerca de cuatro años, a su muestra Impermanencias. Allí se pudo constatar que vivía obsesionado por un paisaje que existía en algún lugar remoto de su imaginación. A partir de la representación difusa de sus elementos primordiales transparentaba una naturaleza onírica que lo acompaña siempre en sus viajes por los lienzos y colores. Es, un paisaje que respira inmerso en una atmósfera rara y mística, para que el espectador sienta una sensación de extrañeza al disfrutarlo. Ese resulta el interés fundamental del artista.

Al reunir en el cuadro de forma personal, lo metafísico, simbólico, lo ilusorio, lo topológico) el artista, graduado de Doctor en Medicina, desarrolla sus metáforas sobre la tierra, manteniendo una vivencia esencial del paisaje que cruza ante nosotros de diversas formas, con una vida propia y emociones que nos hacen sentir. Por momentos adquiere la forma de un mar embravecido, con sus olas de nubes y montañas, tapizados por una neblina de tiempo, otras veces toma formas fantasmales, de cuerpos…, el campo visual se recrea ante tanta astucia imaginativa.

Transfiguraciones

Después de aquella primera muestra llegó, hace algunos meses Transfiguraciones, que expuso en la galería Carmen Montilla. Cuando ponemos aquellas obras al lado de las nuevas disfrutamos aún más los paisajes, la vista se regodea en lugares, rincones, y detalles que antes, por la bruma y aquel encantamiento de las atmósferas líricas perdíamos en el recorrido. No quiere decir que antes no eran excelentes las piezas, pero ahora se disfrutan más. Es como si el día aflorara de pronto, con la luz de las mañanas o del atardecer, y se disiparan entramados para alcanzar en casi toda su magnitud los lugares. Es una extraña y sugestiva sensación que enaltece estos paisajes de Alberto Hernández, que él ha estudiado hasta en sus más mínimos detalles y aún tiene mucho de donde sacar para seguir regalándonos sorpresas visuales que se nos aparecen de pronto por el camino. Ahí yacen sus preguntas/respuestas sobre los diferentes ambientes paisajísticos, estrategias de trabajo, los estudios del color, donde añade sepias, grises, ocres, naranjas…, y su talento para enfrentarnos a cosas conocidas que parecen nuevas.

Y también de sus encuentros y desencuentros, y sus ambivalencias expuestas desde su anterior muestra que son pensamientos que ejercita con bríos en cada superficie, aquellas que conjugan o muestran una lucha eterna dentro de sí, entre lo que se percibe a simple vista y aquello que yace escondido, la realidad y la irrealidad… y tantas otras.

Las neblinas se van esfumando, la luz se intensifica, y se perfila el paisaje de una manera original ante nuestras retinas, pues busca y encuentra nuevos espacios para recrear emociones. Aquellos artilugios en los que se basaba para alcanzar efectos acordes con su propuesta donde la atmósfera era protagonista, los suaves contornos, las inquietas masas de nubes que materializaban diferentes formas distorsionadas por la luz y otros elementos de la perspectiva ceden espacio. Se disipa la bruma del  bosque, y se despejan incógnitas, se hace más palpable su concepto del paisaje y la obra, enriquecida, se hace más compacta y estructurada en la composición. Él nos sigue demostrando que es un soñador. El paisaje vive dentro de él.

Estos paisajes idílicos constituyen pequeños fragmentos de una monumentalidad de formas/detalles que se presentan en la opacidad y contrastes cromáticos, en la elaboración de los planos y la equilibrada verticalidad en su conjunto. Aquí, la creación se presenta como un enigma…


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