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Alabanza cubana de Víctor Hugo


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Víctor Hugo —Victor Marie Hugo— (Besanzón, 26 de febrero de 1802-París, 22 de mayo de 1885).

…si hay un nombre que recorre prácticamente,

a lo largo de su fama e influencia,

el siglo XIX americano, ese nombre es el de Víctor Hugo.

Ninguno como él, tuvo tanta aceptación,

despertó tantas admiraciones e hizo nacer tantos remedos.

Hasta llegó a trascender ámbitos típicamente populares

 y determinó —ya en vida— la dimensión del mito (1).

Emilio Carillas

 

Víctor Hugo publicó sus textos sistemáticamente desde la década de los años veinte hasta su muerte en 1885. Cualquier consulta a las revistas de la segunda mitad del siglo XIX en Hispanoamérica, muestra la frecuencia con que Hugo era noticia: se comentaban sus libros recién publicados, sus pronunciamientos políticos, sus problemas familiares y los de sus allegados y se acudía a él para que se manifestara sobre cuestiones políticas y sociales del continente. A petición de las mujeres cubanas, en 1870, escribió adhiriéndose a la lucha por la libertad de Cuba y volvió a hacerlo a petición de los jefes de la guerra. En junio de 1874 se entrevistó con Antonio Zambrana, quien a la sazón era en París el representante de la República Cubana en  Armas. José Martí con veintiún años entonces, lo visitó probablemente en diciembre de 1874.

En todo el continente se pone de moda el tratamiento huguiano de los temas históricos, la apología del progreso y del trabajo humano y los tópicos humanistas de la escritura del poeta francés, a quien se traduce, se imita y se copia. La trascendencia de Hugo en Latinoamérica se debe sin dudas a la tremenda afinidad histórico-social con los temas y la sensibilidad del poeta, así como con el genio del francés, cuyo estro poético permitía la elevación de los grandes tópicos sociales y humanos de la época, tan sensibles y en debate en un continente que realizaba su emancipación y buscaba las fórmulas políticas que garantizaran la independencia recientemente adquirida. La modernización y la internacionalización para estas tierras era también construcción de las nacionalidades, y en este punto, era especialmente afín al romanticismo social de Hugo, con su apego al discurso doctrinal ilustrado, y su poética propugnadora de responsabilidad ética frente a la historia. El hecho de que Hugo reinara entre los románticos con un poder “omnímodo”, como dice Ángel Rama, (2) y que, junto a los parnasianos y a los simbolistas continuara poderosamente activo en el discurso modernista tiene que ver con los reclamos de la literatura receptora, así como con las especificidades histórico-culturales de una realidad otra.

De cualquier forma, la presencia de Hugo en Hispanoamérica es un fenómeno complicado, que trasciende lo meramente literario. Como lo recuerda Henri Meschonnic, los combatientes de Puebla citaban en su periódico a Napoleón le petit, de Víctor Hugo, en su lucha contra las tropas invasoras francesas en 1863.(3) El célebre romántico significaba simultáneamente el poeta y el demócrata por excelencia.

Como lo había formulado Hugo, los románticos de América del Sur, desde los días de los desterrados argentinos, identificaron romanticismo con liberalismo e independencia. Esteban Echevarría, José Mármol, Domingo F. Sarmiento, Bartolomé Mitre, unen sus carreras políticas a sus carreras literarias. Y andando el siglo, también los modernistas comienzan admirando y traduciendo a Hugo. Darío ha escrito: “...mi espíritu adolescente había explorado la inmensa selva de Víctor Hugo y había contemplado su océano divino en donde todo se contiene.” (4) Y comenta las veces que recitaba los versos de La leyenda de los siglos sobre las aguas del río Managua, contemplando el volcán Momotombo —mencionado por Hugo en sus versos— con su penacho de humo, en los días de su primera juventud en Nicaragua.

Traductores de Hugo son Manuel M. Flores, Justo Sierra, Manuel Gutiérrez Nájera y Salvador Díaz Mirón, de México; Mitre y Olegario Andrade, de Argentina; Luis Benjamín Cisneros y Felipe Pardo, de Perú; Rafael Pombo, de Colombia; Ismael Cerna, de Guatemala; Francisco Gavidia, del Salvador. Es famosa la traducción de "La oración de la tarde", hecha por el neoclásico Bello. En Cuba, son traductores de Víctor Hugo, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Rafael María de Mendive, Antonio Sellén, José Martí y casi todos los poetas y traductores de su tiempo. (5)

Tal vez, uno de los secretos esenciales de esta vasta resonancia de Hugo entre nosotros, que por entonces vivíamos necesariamente atentos a la realidad de nuestros pueblos, construyéndola —y al mismo tiempo construyéndonos— en un momento fundacional de nuestra historia, pueda encontrarse en la observación de Baudelaire respecto del maestro de los románticos franceses:

De esta facultad de absorción de la vida exterior, única por su amplitud, y de esa facultad potente de meditar, ha resultado en Víctor Hugo un carácter poético muy particular, interrogativo, misterioso, y, como la naturaleza, inmenso y minucioso, tranquilo y agitado.(6)

El siglo XX, aunque impuso los arrolladores patrones poéticos de la gran poesía de la modernidad, leyó menos a Víctor Hugo, pero ni lo olvidó ni dejó de ser un icono de la gran poesía francesa y universal, su novelística especialmente ha sido sistemáticamente publicada, releída, llevada al cine y a obras musicales modernísimas. En Cuba, y tan temprano como en 1937, se dio el nombre del poeta a este parque por iniciativa del historiador José Luciano Franco y de Emilio Roig de Leuchsenring y con  motivo del sesquicentenario del natalicio de Víctor Hugo en 1952, la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana le rindió un homenaje a través de una exposición, de la publicación de un libro con textos sobre Hugo. Parte de ese homenaje lo constituyó también la escultura de la cabeza de Víctor Hugo, de Sucre, el gran escultor cubano.

Al iniciarse el siglo XXI y con motivo del bicentenario de su nacimiento, varios estudios cubanos vieron la luz, y en ese mismo año de 2002 se dio inicio al proyecto de la Casa Víctor Hugo —realizado por la asociación Cuba-Cooperación y la Oficina del Historiador de la Ciudad—, proyecto que hoy es una realidad dentro del casco histórico de la Ciudad de La Habana, con una bella trayectoria de promoción cultural ya realizada.

Donde no se olvida llevamos los cubanos a Víctor Hugo, que reclamó para nosotros el derecho a la independencia frente a España, y nos acompañó y nos acompaña con su poesía. En ese lugar donde José Martí lo colocó al escribir: “El universo es la analogía. Así Víctor Hugo es una montaña coronada de nieves, de la que a montones escapan rayos que recibe del mismo Padre Sol.” (7)

 

Notas

(1) Carilla, Emilio: El romanticismo en la América Hispánica. Segunda edición revisada y ampliada. Madrid, Ed. Gredos, S.A., 1967, pp. 63-64.

(2) Rama, Ángel: Las máscaras democráticas del modernismo. Montevideo, Fundación Ángel Rama, 1985. p. 37.

(3) Meschonnic, Henri: “Víctor Hugo pour la poétique aujourd'hui”. En: Hugo le fabuleux. Paris, Seghers, 1985. pp. 287-294.

(4) Darío, Rubén: “Historia de mis libros”. Citado por: Donoso, Armando en su “Rubén Darío en Chile”. Ver: Obras de juventud de Rubén Darío. Santiago de Chile, Ed. Nascimiento, 1927, p. 19.

(5) Hugo, Víctor: Víctor Hugo en América. Traducciones de ingenios americanos. Coleccionados por José Antonio Soffia y José Rivas Groot. Bogotá, Editorial de M. Rivas, 1889. Véase también: Núñez y Domínguez, José de Jesús. “Influencias de Víctor Hugo en la América Latina.” Repertorio Americano. Cuadernos de cultura hispánica. (San José de Costa Rica) 33 (1145): 269-379; 15 de dic., 1952; Echevarría, Esteban. “Estudios literarios”: En: Lira romántica suramericana. Buenos Aires, Emecé-editores, 1942, pp. 13-52.

(6) Baudelaire, Charles: “Víctor Hugo”. En: Hugo, Víctor. Hernani. El romanticismo. Buenos Aires, Editorial Nova, 1943, p.12.

(7) Martí, José: “Variedades de París”, Anuario Martiano (La Habana) (2), 1970, pp. 115-119.


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