Desde el mismo momento en que las cortinas se descorrieron, el auditorio sintió la fuerza/originalidad de un espectáculo que creció en el tiempo. Eduardo Veitía, alumno aventajado de la Alonso, sigue la esencia de la Maestra en cuanta coreografía toca, porque sabe que es algo vivo, en constante cambio para respirar siempre en su tiempo. De ahí que cuando se aprecian los espectáculos del Ballet Español de Cuba aparece nítidamente la influencia del flamenco en nuestros propios ritmos y en la fuerte base percutida de la música y el baile de la Isla grande del Caribe. Se baila con todo el cuerpo, con las manos, con los pies, con la mirada y el gesto. Hay mucho más: simbiosis, creatividad, ganas de hacer que se multiplican en la escena ante cada nueva salida. Por las hendijas de los 80 asomo el genio de lo español de la mano de esta agrupación que se ha ganado al público cubano y al de muchas otras latitudes con espectáculos que hablan de nuestra identidad. Porque todos estos años no han sido artistas nuestros que intentan bailar a lo español con un acento pintoresco, sino bailarines que descubren la raíz hispánica que hay en todos nosotros.
La pasada semana culminó en el emblemático teatro Martí de nuestra capital, una temporada de dos semanas del BEC que este año celebra por lo alto el aniversario 30 de su surgimiento. Y el público que asistió a las funciones pudo observar una compañía siempre joven, donde se dan la mano artistas establecidos y estudiantes, que se renueva y deja esa Impronta Hispana –como indicaba el nombre del espectáculo-, que habla de nuestra identidad.
Es que Eduardo Veitía y el BEC (bailarines, profesores, ensayadores de los diversos estilos / asignaturas donde se suman flamenco, escuela bolera, bailes regionales, repertorio, danza contemporánea, adagio, actuación…), en todo este tiempo han creado un lenguaje teatral actual a partir del complejo cultural del flamenco y otras raíces de nuestra idiosincrasia, que no es en modo alguno una tradición muerta, sino una poderosa sabiduría popular que fluye con toda vigencia en la esencia de la hispanidad en estos tiempos. La carga emotiva, la profundidad de los sentimientos y la proyección del gesto hacen de este código escénico un ejemplo elocuente de cuanto puede penetrar la danza en la naturaleza humana y en la piel de un pueblo, para expresarlas.
Magia hispánica que lleno durante seis jornadas la insigne institución que lleva el nombre de nuestro Apóstol. En ellas se recordó la esencia de la compañía desde sus inicios, cuando respondía al nombre de Conjunto de Danzas Españolas del GTH. Y por ello pasearon diferentes estilos que han armado al actual Ballet Español de Cuba en el tiempo. Piezas emblemáticas de autores inolvidables que han hecho sentir el latir del ritmo en nuestra sangre, de pasión genuina que ha cruzado los océanos y latitudes para vibrar hondo en los corazones llenaron de alegría genuina –cubana y española- estas jornadas para grabar otra huella profunda en nuestra cultura. Valgan mencionarse por su colorido, energía y fuerza escénica: Las bodas de Luis Alonso, versión coreográfica de Eduardo Veitia sobre la original de Alberto Lorca que resulta ya un himno de la compañía; la Suite flamenca ( Arte y tronío Caracoles ) donde vibra la elegancia del gesto, la pureza del flamenco hecha movimiento que motivo a todo el BEC y donde deslumbró con particular emotividad la primera bailarina Leslie Ung, llenando como es habitual en ella toda la escena con su carismática presencia, y la magistral actuación de la muy joven bailarina María Karla Fernández en la excelente coreografía de aire contemporáneo firmada por el propio Veitía Ante el Escorial - un homenaje a la célebre Isadora Duncan- que fue, sin lugar a dudas amén de una revelación para el auditorio, una agradable demostración de buen hacer escénico.
Matizaron la noche con otros acentos contemporáneos Sevilla y el tiempo (un fragmento de la obra que rendía tributo a Servando Cabrera en ocasión del 85 aniversario de su natalicio), e inspirada en la Colección Sevilla, en la que el primer bailarín Ricardo Quintana y el novel Yohan L. García acapararon fuertes aplausos que agradecían el nivel artístico de su entrega. El propio Ricardo Quintana protagonizo momentos de alto vuelo danzario en piezas como Seguidilla y Solea por Bulerías, y la primera bailarina Leslie Ung en el estreno de El Vito, coreografía de Eduardo Veitía. Sonata en Re fue un terreno fértil para el buen gusto y la pose virtuosa que dibujaron con gracia Diancy Martínez, cada vez más segura e intensa en escena, junto con Lorena Martínez y María Karla Fernández; mientras que la Danza ritual del fuego, fue interpretada con pasión por la joven Claudia Martínez, quien aún puede dar mucho más. El Bolero de Ravel que abría las funciones resultó un buen instante para ver a la compañía en pleno desarrollo, en una entrega que contó además con invitados especiales: Luis Manuel Molina (guitarrista concertista) y Vicente Monterrey (clarinetista), quienes con su profesionalismo se unieron a los músicos del BEC que se entregaron con armonía y dedicación extrema, para regalar otro alto instante de la agrupación en este ano de aniversario.
Los tonos rojos volvieron a iluminar las tablas, sonaron las castañuelas, rasguearon las guitarras, hechizaron las voces, se arquearon los cuerpos, flotaron los vestidos de colas en el espacio dibujando en cada movimiento, como en aquella inolvidable primera noche de la agrupación hace ya casi 30 años, cuando un grupo de jóvenes (hoy maestros) encendían de nuevo en la Isla la llama de lo español que durante muchos años estuvo dormida en nuestra cultura.
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