Abstracción e infinitud que nos ponen en peligro


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Por años llevo viendo la obra poética de Luis Manuel Pérez Boitel. Y digo así porque cuando alguien escribe desde la sensorialidad hay que darle todo el crédito del mundo a la imagen, aunque estemos hablando de palabras. Pero lo que pocos saben es que la verdadera vocación de niño e incluso la formación de base que trae el Premio Casa de las Américas es la pintura. Acunado por los talleres de apreciación de Remedios, la villa donde nació y creció, sus obras primigenias se perdieron en el fárrago de una vida consagrada primero al ejercicio del Derecho y luego a los avatares del verso, razón por la cual se le conoce. Pero desde un tiempo a esta parte, el autor nos ha deleitado con un retorno a las raíces y podemos pasar por su casa o por galerías del territorio para ver sus creaciones visuales. Cuadros en los cuales existe una base figurativa, pero que expresan el caos de la propia existencia del poeta. 

¿Hay en Boitel un perfil profesional que lo ayude a hacer estas obras?, más allá de aquellos primeros talleres, toda la formación está fundada en ser testigo del desarrollo pictórico de Remedios, una villa donde por décadas hubo un movimiento de pintores entre cuya hornada hay que destacar a la propia Zaida del Río y que posee en Carlos Enriquez su raíz más honda y antecedente preclaro. Pero la obra de Boitel, que es abstracta, no se queda en el trazo banal de una figura imprecisa, ni en la frase que no conduce a nada. Como en la poesía, la imagen es algo vivo y sugestionable, que a la par nos logra sugestionar. En esa dialéctica del verso, los cuadros se inscriben. La figuración de base, siempre contradictoria, es un estado de ánimo y la técnica parte de la propia acción volitiva del artista que no usa pinceles, sino sus manos. En ese azar lleno de sentido, Boitel logra formas que se comunican orgánicas con lo que somos y nos transportan hacia el legado de grandes como Kandinsky para quien la poesía era lo esencial, más allá de la perfección figurativa, la técnica o el propio respeto a un carácter profesional de las artes visuales. Es la sensibilidad de Boitel lo que nos está hablando en esos momentos de contemplación y por eso se habla de una esencia invertebrada en la pintura abstracta que de pronto toma forma y coherencia. 

 “Pero desde un tiempo a esta parte, el autor nos ha deleitado con un retorno a las raíces y podemos pasar por su casa o por galerías del territorio para ver sus creaciones visuales”.

La gran sorpresa de la pasada Feria del Libro en Santa Clara, que por cierto tuvo quizás una monotonía alarmante, fueron las obras de Boitel colocadas en una de las salas de la ciudad: la que se consagra al nombre de René Batista. La unión entre los dos nombres: Boitel y Batista confluye con la necesidad de los escritores de seguir expresando su poesía en los tiempos actuales en los cuales no existen el papel, el recurso y la impresión. Por ende, la pintura acude en sustitución y el artista no se silencia, sino que paga el precio de su núcleo creador y contradictorio. Las pinturas de Boitel a veces son magmas en medio de una turbamulta que nos sugiere un traspaso de los niveles de realidad. No sabemos si estamos ante un rio desbordado o un mar que de pronto se nos encima. No conocemos en medio de todo eso si nos será dable permanecer como entes contemplativos o si algo nos compele a tomar partido. Todo eso surge cuando se contempla un arte que no se conforma con lo cotidiano, lo hecho, la figura, sino que, apuesta por la provocación, el desorden el caos de la belleza. 

Animal invertebrado en la poesía y barroco en su ritmo, Boitel no quiere que la pintura sea menos. Quizás estamos ante la forma visual de sus versos y ello debería ser un espectáculo a tener en cuenta. El que crea los mundos con la palabra, se revela como un demiurgo en las pinturas y los puntos de vista. Ha roto con esa barrera que hacía de los artistas estancos sin comunicación, nos ha dado una valerosa muestra de lo que los poetas pueden lograr. Es allí donde se habla de una energía sanadora, que no puede obviarse, sino que nos cae encima a quienes contemplamos con la fuerza de la poderosa originalidad. Boitel prefiere no reservarse ese mundo, sino que con su maestría nos lo trae, lo coloca delante del universo y sin vergüenza alguna ni pretensiones nos dice junto a los consagrados: sí, yo también soy un pintor. 

 “Boitel no quiere ser un pintor más, sino que se comporta como un sujeto único, uno que vierte la poesía en formas visuales”.

A fin de cuentas, ¿qué es el arte?, lo que nos define en cuanto a representación, una porción del ser que no puede perderse, sino que se concentra en las manos de los creadores y cae con vitalidad en los receptores más sensibles. Más aun la pintura que se pretende abstracta: está llena de figuración interna, de mensajes cifrados, de movimiento y de volutas de vida. El color repleta el espacio, le da sentido, posee la maravilla de ser una perspectiva original que se sale de los formalismos. Así es Boitel en la poesía y de esa manera debemos entenderlo a la hora de realizar un análisis de esta su nueva visión del mundo a partir de los colores. No es que desapareciera el niño que iba a los talleres de Remedios, sino que hizo una obra desde la palabra en la cual el legado de Lezama era palpable. Pero también en esa misma línea del autor de Paradiso el poeta sabe que en la pintura hay un campo inmenso, en el cual puede verter sus preocupaciones. 

Debe verse por ejemplo una preocupación por los ciclos y los conceptos de lo infinito en unas volutas que le dan la vuelta a los cuadros y que por momentos nos hablan de la visualización otra de determinado trazo de Van Gogh. O quizás hay que mentar que la vanguardia de un Fidelio Ponce está presente en las transparencias y las deformaciones y que ahí se nota la herencia expresionista, terrible, de las muchas preocupaciones que hicieron la vida del poeta y que lo llevaron a ser quien hoy es. Si Fidelio firmaba sus obras ponderando su utilidad práctica (por la comida), Boitel posee una conexión divina con el más allá al intentar una visualidad que rescate lo precario y le dé una oportunidad en el campo de lo sublime. La mezcla entre misticismo y existencia nos trae hasta el umbral y nos deja perplejos. No hay que despreciar que el paisajismo está entre las bases figurativas de estas piezas, pero más allá debemos ser conscientes de la postura a favor de una imagen que no fenece, sino que es lo que subyace y le otorga entidad al acto de la creación. Boitel no quiere ser un pintor más, sino que se comporta como un sujeto único, uno que vierte la poesía en formas visuales.

 “La mezcla entre misticismo y existencia nos trae hasta el umbral y nos deja perplejos”.

Estas pinturas, que no son las primeras que el autor hace, darán paso a series que ya tiene en mente y que se inscriben en esa tradición local de la cual es deudor. Hay que decir que entre los amigos del poeta están no pocos de esos artistas populares, como el propio Julián Espinosa Wayacón, que han sabido hacer de los temas cotidianos una especie de iluminación más allá de lo común. En esa comunidad poderosa que es la villa, en la cual perviven elementos de la oralidad entre lo maravilloso y lo real, los cuadros reflejan las preocupaciones y también una plenitud rara, esa que se halla en los sitios menos pensados. ¿Cuántas veces no se le dijo a Boitel que emigrara a las ciudades como un bálsamo a la propalación de su obra? Pero él persiste en Remedios, allí, a la sombra de los flamboyanes del parque y con las dos iglesias como telón de fondo, ha creado, ha hecho y sigue haciendo de lo personal un diluvio de caos, inconformismo, irreverencia y verdad poética. 

Quizás hay que anotar entre los que influyen en Boitel a los propios remedianos, que con su imaginación y la facilidad para las fabulaciones le dan los motivos pictóricos. Suena raro decir que se puede pasar de la imagen en palabas a la que se concibe desde la luz, la perspectiva y los colores; es como una especie de traducción de las artes. Y ya conocemos el famoso dicho sobre las traslaciones de un idioma a otro. Más que eso, las pinturas que hace el maestro no son clasificables dentro de ningún movimiento y se inscriben en un evento razonable y original que quedará para la historia cultural de esta provincia. Ahí, en esos recovecos de las artes, lo que pareciera deforme, lleno de una energía vitalista que se desborda, es lo que define el intento, lo que marca el trazo y nos llama a la cordura de la contemplación. 

 “Pero él persiste en Remedios, allí, a la sombra de los flamboyanes del parque…”

Es esa estética de la intrusión y de la movilidad de la imagen la que vemos en Boitel y lo que no conviene dejar de largo, sino cultivarlo como algo que nos pertenece como comunidad que consume el arte. 

Para conocer lo que está bien en materia de representación no hay que poseer un dominio de la técnica o de la historia del arte, basta con la sensibilidad necesaria. A eso nos enseñó por estos lares un Feijoó que era el descubridor e impulsor de muchos proyectos y carreras vitales. Por ende, en Boitel se aprecia esa huella del centro del país, ese deseo de la trascendencia desde el aquí que se define en lo cubano y por supuesto la universalidad de lo eterno que pervive en el arte. Si no hubiera un gesto honesto en las pinturas, no estarían siendo consumidas ahora mismo y valoradas por un público que las ha catalogado como la revelación de la feria. 

Hay que conocer al poeta para poderlo catalogar como pintor. Se puede tener una imagen más o menos coherente solo en los cuadros, pero donde todo el ciclo se completa es en la propia sustanciación de la vida con la imagen. Por ahí se recicla la verdad de una creación cierta y asertiva. Es en ese punto en el cual convergen las cuestiones más humanas y las que se emparentan con lo divino. El poeta continúa funcionando como un puente entre el más allá y este más acá tangible, defectuoso, lleno de oscuridades y requerido de la luz de la espiritualidad. Es en ese juego de malabares en el cual se inscribe el poeta/pintor y por eso no le es ajeno el desasosiego.

 “…las pinturas que hace el maestro (…) se inscriben en un evento razonable y original que quedará para la historia cultural de esta provincia”.

Y, sin embargo, cuando llegamos al punto de saberlo imprescindible como cocreador de realidades, como padre de un mundo, hemos de estar seguros que allí comienza la verdadera revelación y que estamos lejos de la estela de la imagen. Concepto de infinitud lezamiana que nos compele a entender la vida desde un ángulo alejado de las complicaciones de una existencia superficial y que nos acerca a la poesía. Complejidad salvadora que nos dice que en el mundo hay muchas honduras que nos pondrán en peligro, pero que vale la pena correr todo tipo de riesgos. 

 

 

 


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