24 de febrero de 1895. El reinicio de la batalla por la independencia nacional


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Cualquier análisis que se realice sobre la guerra independentista de 1895 debe partir, a mi modesto entender, del examen de la Cuba posterior a 1878 y del período de entreguerras, también de las características y circunstancias políticas específicas de esa década y media. Sé que esta afirmación puede parecer un lugar común, o una verdad de Perogrullo, más no es así, no todo comenzó con la creación del Partido Revolucionario Cubano y con la prédica de José Martí. Esa nueva tentativa revolucionaria se gestó lenta y gradualmente. Cuba, después del Pacto del Zanjón y la denominada Guerra Chiquita ya no fue la misma; los más de diez años guerreando sin cuartel por vencer a las fuerzas del colonialismo español otorgaron a los patriotas cubanos una madurez y seguridad en sí mismos de los que carecían antes del 10 de octubre de 1868. Por otra parte, el ideal independentista seguía vivo y latente, más bien fortalecido, y sobre esa arcilla fundamental trabajaron los continuadores.

La primera revolución, la de Carlos Manuel de Céspedes y los hombres del 68, fue decisiva para transformar la naturaleza política del país. La Protesta de Baraguá dejó encendidos los ánimos de expulsar a los colonialistas de la isla y fundar la República ansiada. El llamado por José Martí “reposo turbulento” fue un momento en que, si bien las formas de manejar la sociedad insular por el poder español, no variaron demasiado, las fuerzas políticas entre los cubanos, en particular los de la emigración, sí tuvieron un desarrollo notable. La formidable labor proselitista de Martí y sus colaboradores tuvo a la unidad entre los patriotas de la isla y los de la emigración, su objetivo mayor.

En abril de 1892 se fundó el Partido Revolucionario Cubano, que pronto tuvo sus delegados en la isla. Para Martí, ese era el vehículo fundamental para organizar la nueva revolución. Lo otro necesario, simplificando la complejidad de la situación revolucionaria en aras del espacio del presente texto, era el ambiente insurreccional y ese existía desde hacía tiempo, solo faltaba el chispazo que produjera la explosión. Los tres años que van de ese momento a 1895, fueron de intensa preparación, viajes, reuniones, mensajes y acopio de materiales de guerra por José Martí y los patriotas que lo secundaban en la emigración. La hazaña épica de Martí, logrando la unidad entre los veteranos y los “pinos nuevos” y limando las asperezas de las viejas discordias, no tiene comparación en nuestra historia política.

Cuando fracasó el Plan de Fernandina, Martí no se dejó dominar por el desaliento. Los jefes más comprometidos en la isla urgieron acciones. Martí se reunió con José María Mayía Rodríguez, delegado de Máximo Gómez, y con Enrique Collazo, delegado de la Junta Revolucionaria de La Habana, y entre los tres firmaron la Orden de Alzamiento, dirigida al ciudadano Juan Gualberto Gómez y a través suyo a todos los jefes de la conspiración en el Occidente del país. Corrían las primeras semanas de 1895.

El Gobierno español sabía muy bien de la alteración y crispación existente entre la población y sobre todo entre sus más radicales exponentes, pero no actuaba, debido a que se encontraban en vigor las garantías constitucionales, pero sobre todo por la cautela de los conspiradores. La experiencia conspirativa era ahora muy superior. Para el mando colonialista, el fracaso de Fernandina confirmó sus sospechas sobre la naturaleza del movimiento insurreccional que se gestaba dentro y fuera de la isla.

A inicios de febrero, Juan Gualberto Gómez recibió la Orden de Alzamiento y sin perder tiempo reunió en su casa a los conspiradores de La Habana y Matanzas, acordándose enviar emisarios a Las Villas y Oriente para dar las instrucciones pertinentes y para saber si estaban listos para producir el alzamiento de acuerdo a la fecha señalada por el Partido Revolucionario Cubano: la segunda quincena de febrero. Con las respuestas afirmativas de las demás regiones, la Junta de La Habanase reunió de nuevo y fijó la fecha del primer domingo de carnaval, 24 de febrero, enviando mensajes a todos los implicados y al Partido en la emigración, con la frase en clave de “Aceptados giros”. A Camagüey no se envió emisario porque esta región había expresado que no se levantaría de inmediato, aunque sí respaldarían el levantamiento.

El capitán general de la Isla, Emilio Calleja, muy preocupado con las informaciones que recibía de los mandos de todas las provincias y departamentos, convocó una reunión el 23 de febrero para analizar la situación y valorar la suspensión de las garantías constitucionales, emitiéndose un bando militar que fue desobedecido por los conspiradores. Al amanecer del 24 de febrero muchos patriotas ya se habían lanzado a los montes y otros se movían hacia los lugares convenidos para la insurrección.

En Occidente hubo alzamientos en varios puntos: en Ibarra, Jagüey Grande y Los Charcones (a tres leguas de Aguada de Pasajeros). El general Julio Sanguily, previsto para comandar el levantamiento en la región occidental, no respondió a las expectativas y fue detenido, aunque hay investigaciones que apuntan a que estaba trabajando para los españoles y que delató el inicio de la revolución. En Oriente todo fue mucho más masivo y expedito. Al caer la tarde del 24 de febrero hubo alzamientos en las comarcas de Manzanillo, Bayamo, Guantánamo, El Caney, Songo, San Luis, El Cobre, Jiguaní, Baire y otras más, lo cierto es que, en la región oriental, en casi todos los puntos geográficos, hubo alzamientos el 24 de febrero. Los jefes de más alta jerarquía en esta región eran Bartolomé Masó y Guillermo Moncada (Guillermón). Este era el representante de Antonio Maceo en el levantamiento y aunque muy enfermo de tuberculosis, arrastró hacia la manigua a veteranos y jóvenes soldados; Masó había sido de los hombres que se levantaron el mismo 10 de octubre de 1868 con Carlos Manuel de Céspedes en Demajagua, de hecho, fue su lugarteniente en los días iniciales de aquella insurrección. Eran dos jefes con un prestigio reconocido por todos.

De manera que fue un levantamiento simultáneo, respondiendo a una insurrección organizada, por lo que denominar al 24 de febrero como Grito de Baire, resaltando solamente a dicho poblado como el primero en levantarse, es un error historiográfico ya enmendado desde hace años por las investigaciones más acuciosas. En muchos poblados y puntos geográficos del país se alzaron los patriotas respondiendo a la Orden de Alzamiento emitida por José Martí al frente del Partido Revolucionario Cubano y como organizador principal de la insurrección. Los jefes del 68 y de la denominada “Guerra Chiquita”, más los jóvenes que estrenaban ahora sus armas, se encontraron reunidos en esa fecha en disímiles lugares a lo largo de la isla. Otros jefes llegarían por vía marítima en las próximas semanas y meses.

La Constitución de Jimaguayú refrendó esa característica de simultaneidad cuando expresó: “La revolución por la Independencia y creación de Cuba en República Democrática, en su nuevo período de guerra iniciado en 24 de febrero último”. Otros documentos, mensajes y cartas de Salvador Cisneros Betancourt, Tomás Estrada Palma y otras personalidades de la lucha por la independencia también confirman esa condición. Fue una insurrección que prendió como fuego en paja seca en los campos cubanos, la llamarada y el incendio fueron inmediatos.

Es muy interesante constatar que la nueva epopeya se declaraba continuadora de la revolución cespedista, primero por el texto expreso de José Martí en el Manifiesto de Montecristi y en muchos de sus discursos y, segundo, por un documento mucho menos conocido, pero no por ello menos importante, las memorias de Bartolomé Masó, cuando este escribió:

“Acabo de llegar del territorio de Manzanillo donde el 24 de febrero de 1895, en mi finca Bayate, llena el alma de fe, llevando en mi memoria el recuerdo siempre venerado de mi antiguo e ilustre compañero [Céspedes], proferí de nuevo ese grito; grito que debió repercutir allá en la tumba que guarda sus gloriosos restos, haciéndome comunicar su propio espíritu, el espíritu que juntos nos animara en aquella lucha para hacerme sostener luego en la de su continuación”.

Se continuaba así, en 1895, el ideal independentista del 68, de manera coherente, y se mantenía viva la tentativa republicana, ya resuelto el problema cardinal de la abolición de la esclavitud como consecuencia, principalmente, de la primera guerra.

El resto ya se conoce, la denominada Guerra Necesaria se libró sin cuartel a lo largo del país, cayeron dos de sus principales dirigentes, Antonio Maceo y José Martí, miles de cubanos entregaron también sus vidas en los combates y Valeriano Weyler ejecutó la criminal reconcentración; nada pudo, sin embargo, evitar el colapso de las fuerzas coloniales y al final los norteamericanos intervinieron en la primera guerra imperialista de la historia moderna para escamotearle a los patriotas la victoria.

El 24 de febrero de 1895 es otra de esas fechas patrias inscritas con letras de sangre y gloria en nuestra historia nacional.

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