Marco Polo en sus expediciones comerciales desde Europa hasta el Oriente, entendió que “Las Indias”, no era solo la India, era el extremo oriente y entendió también que la formaban “Catay” y “Cipango”, que era como él comprendió que debía decirse China o Chun Wa y Japón respectivamente, que siempre fueron sus nombres.
Después, Cristóforo Colombo o su castellanización: Cristóbal Colón, siguiendo ese referente organizó con los reyes católicos españoles Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, una expedición para llegar a esas Indias y cuando arribó a Cuba creía que era Cipango y todas las tierras a las que arribó creía que eran las Indias y por tanto les llamó a sus pobladores indios, error que llegó al siglo XXI. Cuando los europeos ganaron cuenta que era una confusión comenzaron a llamar a estar tierras atlánticas indistintamente como quisieron: Nuevo Mundo, Indias Occidentales y América. Ninguno de estas denominaciones fueron consultadas a los pueblos originarios que la poblaban.
Realmente no hay tal Nuevo Mundo ni Viejo Mundo. Ese es un referente europeo. El viejo, era el mundo que los europeos conocían y el nuevo, el que comenzaban a conocer. Pero ubiquémonos de este lado del océano. Si le hubieran preguntado a los pueblos originarios de aquí, este era su viejo mundo, que ellos conocían y el nuevo sería el de sus visitantes europeos. Tampoco son Indias Occidentales como las otras no son Indias Orientales. Muy sencillo, existe la India como cultura, subcontinente y país, no hay varias indias y mucho menos China y Japón son parte de esas supuestas. Y por último, América, nombre que proviene de Américo Vespucio, el cartógrafo autor de los primeros mapas y cartas náuticas elaboradas sobre esta parte del mundo para los europeos, no fue un nombre tampoco consultado con los nativos originarios de acá.
Los europeos de entonces y los de ahora, llamaron a la llegada de Colón “el descubrimiento de América”, así le llamamos después los que nacimos acá e internacionalmente fue ese el término que se empoderó. En 1892, -ya independientes todas las colonias españolas en América excepto Cuba y Puerto Rico, y cumpliéndose cuatro siglos de aquel hecho- la corona española bajo la regencia de doña María Cristina de Habsburgo denominó al 12 de octubre “Día de la raza o de la hispanidad” y ello fue asumido también por las oligarquías criollas hispanoamericanas.
El Real Decreto firmado en el monasterio de La Rábida el 12 de octubre de 1892, instituía la fecha como fiesta nacional hispánica. En 1913, Faustino Rodríguez-San Pedro, presidente de la Unión Iberoamericana, ratificó el onomástico como celebración de los españoles y sus descendientes americanos, la cual fue generalizada después por los gobiernos, en calidad de conmemoraciones gubernamentales para exaltar a España y la hazaña de Colón, desconociendo las culturas originarias de este continente con miles de años de existencia.
Era un desconocimiento total de los pueblos originarios, sus civilizaciones y aportes, era como si la verdadera civilización y progreso hubiera llegado con la cruz católica y la espada, el escudo, el arcabuz y el caballo de Castilla.
Un siglo más tarde, en el quinto centenario, ya conscientes de una identidad propia y de una autoctonía ancestral, comienza a desmontarse el andamiaje de la lexicografía colonialista. A lo sucedido el 12 de octubre de 1492 se le intenta cambiar el nombre. Aparecen nuevos conceptos: “Descubrimiento mutuo” –los que llegaron descubrieron a los de acá y los de acá a los recién llegados-“Encuentro de dos culturas” o “Encuentro de las culturas”, algunos significaron que: “Encontronazo de culturas” por las consecuencias de la explotación, el genocidio, el exterminio en algunos casos, la esclavización, la imposición cultural… “Día de la resistencia indígena” o “Día de la resistencia indígena y la diversidad cultural latinoamericana y caribeña”.
Si algún descubridor tiene estas tierras no fue Colón, aun en la perspectiva eurocéntrica. Antes que él las vio Rodrigo de Triana, el vigía del navío “Santa María” que exclamó aquella mañana del 12 de octubre: “Tierra… tierra a estribor”. Pero tampoco fue este el primer europeo en avistar a este continente. Entre los siglos X y XII los normandos o vikingos, procedentes del norte de Europa, magníficos navegantes, una vez que conquistaron a Islandia y Groenlandia, llegaron a las islas del actual archipiélago canadiense, a la península de Terronova y lo que hoy es la Nueva Inglaterra, en el noroeste de Estados Unidos y en todos esas tierras se establecieron temporalmente.
Pero como los europeos no fueron definitivamente los primeros homo sapiens sapiens en conocer y habitar este continente, si algún descubridor tiene el mismo es “el mongoloide anónimo”, aquél primero que cruzó la Beringia y se estableció en Alaska y eso sucedió 20 mil años a.n.e. y la primera civilización avanzada que rompió el marco de la comunidad primitiva para transitar a un modo de producción superior fue el reino del Tihuanaco en la meseta del Altiplano, 1 000 años a.n.e., cuyo heredero es el pueblo coya o aymará y en Mesoamérica poco después, Teotihuacán, en el valle central de México.
Nazca, Paracas, Chimor, Quito… fueron civilizaciones andinas pre-incaicas muy avanzadas, conquistadas después por el imperio quechua del Tahuantinsuyu, gobernado por los incas. Olmecas, tlaxcaltecas, mayas y el imperio azteca, gobernado por los tlatoanis, en Mesoamérica, legaron al mundo actual muchos adelantos en diversos órdenes a pesar de ser destruidas sus ciudades y aplastadas sus culturas.
Pero todo lo que sucedió en Abya Yala o Anáhuac, los nombres originarios que le dieron a nuestro continente incas y aztecas respectivamente, posterior a 1492, no transitó pacíficamente sino con una fuerte resistencia de sus pueblos originarios, acompañada después por cimarrones y apalencados africanos y finalmente por los criollos que, de piel blanca, negra, roja-cobriza, parda o amarilla, tampoco se sintieron españoles, ni africanos, ni asiáticos, ni otra cosa que americanos.
El 12 de octubre no es una fiesta nacional para América Latina y el Caribe, es una fecha para reflexionar y conmemorar nuestra resistencia a la colonización que, dicho sea de paso, continúa en el orden cultural en la guerra no convencional que nos tratan de imponer y ya el enemigo no solo es transatlántico.
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