La ciudad de Pinar del Río, como otros centros urbanos de Cuba, es el resultado de un largo proceso de gestación donde está presente el esfuerzo constante de muchas generaciones de vueltabajeros. Durante los siglos XVI y XVII, los territorios al oeste de la villa de La Habana, eran una vasta región dedicada a la ganadería extensiva, producciones para el consumo y en alguna medida el cultivo del tabaco.
La mayor dificultad de aquella pobre explotación económica se expresaba en el despoblamiento, estando diseminados por extensas regiones unos pocos cientos de personas consagradas a las faenas señaladas anteriormente. Las particularidades geográficas también condicionaban un aislamiento, a pesar de de la apertura poco a poco de caminos, y el uso de las costas para el movimiento marítimo. En aquellas circunstancias fue muy difícil que un grupo humano fijara residencia en un lugar fijo y en consecuencia fomentara un poblado.
Las condiciones comienzan a variar a finales del siglo XVII, siendo visible la presencia de pequeños núcleos de personas en áreas agrícolas que no escaparon al control oficial y mucho menos de la iglesia, que organiza los servicios eclesiásticos a partir de la década del ochenta. Pinar del Río está presente en este contexto, al fomentarse en condiciones difíciles en una vasta región despoblada con pésimas vías de comunicación. Las familias que se aferraron a la idea de organizar una comunidad, legaron a las generaciones futuras una ciudad que creció poco a poco, con una arquitectura diversa, que muestra el ingenio y la sabiduría de los constructores.
Por mucho que nos conmuevan los sentimientos de amor hacia Pinar del Río, es preciso definir que el poblado no tuvo fecha fundacional, al igual que la mayoría de los poblados de vueltabajo, constituyendo un proceso que se extiende desde finales del siglo XVII hasta el año 1867, cuando recibe el título de ciudad. Fue gestado en terrenos, reclamados por los dueños, de las haciendas San Mateo y Pinar del Río, que litigaron cerca de un siglo para esclarecer sus límites.
Antes que esto sucediera, Francisco de Cárdenas, que dominaba las propiedades Guamá, San Mateo, Taironas, Cangre y Pinar del Río, donó dos caballerías de tierra de este último sitio para fomentar el pueblo. Tales pasos se daban a principios del siglo XVIII, cuando los habitantes de la región constituían unas pocas familias necesitadas de una base de apoyo local donde tener una serie de servicios necesarios.
Entre las condicionantes que contribuyeron a gestar el asentamiento hay algunas que son realmente relevantes, como la creación de la Tenencia de Gobierno de Nueva Filipina en 1774 y la necesidad de fomentar un poblado cabecera por las autoridades coloniales. Para esta fecha, hacia varias décadas, que el asiento del núcleo urbano se había trasladado de los alrededores del actual parque Martí, hacia su sede definitiva en los alrededores del parque de la Independencia. En apenas unas décadas, del siglo XIX, la pequeña aldea o poblado crece paulatinamente, superando las trabas que imponían los dueños de la tierra, opuestos a la expansión de solares hacia sus propiedades. En 1800 contaba con unas 20 casuchas de embarrado y guano, sin ordenamiento racional y se debatía aún por la competencia que hacía Guane de donde el teniente gobernador se había trasladado para lograr mayor control desde Pinar del Río.
Los tenientes gobernadores José de Aguilar y José Callaba y Salazar asumieron con verdadera pasión el fomento del pueblo. No solo se enfrentaron, mediante lucha judicial, a los propietarios que se adjudicaban el derecho sobre la tierra donde estaba situado, defendieron la entrega de solares y el crecimiento del poblado, trabajaron por eliminar los errores cometidos en cuanto a la irracionalidad de las calles, solares y manzanas. Una extensa lista de otros tenientes gobernadores dirigió la región, destacándose desde la década del cuarenta del siglo XIX un grupo considerable de estas personas que ostentaban altos grados militares y poseían títulos y distinciones alcanzadas en campos de batallas. Algunos dejaron su huella en la ciudad llegando a identificarse con sus problemas, otros cerraron los ojos por última vez ante la vida en este sitio.
Las misiones de ellos se concentraban en dirigir la política y la administración, las fuerzas armadas y la justicia. Tal poder se extendía a garantizar la estabilidad económica e impulsar la producción tabacalera. El aumento de esa producción, el surgimiento de sociedades, comercios, la organización del transporte terrestre y marítimo y el crecimiento acelerado de la población permiten al poblado cabecera de la jurisdicción convertirse en el más importante de vueltabajo. El pueblo, desde el punto de vista arquitectónico, reflejaba las peculiaridades de un centro donde se veía la fusión de lo rural y lo urbano, predominando para la década del sesenta los inmuebles de mampostería, embarrado y madera, con techos de teja, que darían paso a otras construcciones más espaciosas y sólidas, que reflejaban nuevas influencias arquitectónicas como las construidas en las primeras décadas del siglo XX.
En 1858 un informe oficial de las autoridades reconocía que el poblado estaba situado en terrenos del corral Pinar del Río y no en San Mateo, aspecto que despejaría posibles barreras para solicitar la formación, primero del ayuntamiento en 1859 y 4 años más tarde en 1863 a la corona española el título de ciudad. Fue un largo proceso donde se enrolaron vecinos y los tenientes gobernadores, se repite la solicitud en 1865, siendo denegada nuevamente hasta que se determinaron las condiciones generales necesarias.
El 10 de septiembre de 1867 constituía un día aparentemente normal para los habitantes de Pinar del Río, porque a miles de kilómetros de distancia, en España, la reina Isabel II firmaba el real decreto que concedía el título de ciudad. Fuera de los círculos de poder de la metrópoli nadie más conoció de inmediato el acontecimiento. La noticia se conoce en Pinar del Río el 14 de octubre de 1867, en medio de un júbilo poco antes visto en la pequeña urbe, ya que consideraban la declaración como un reconocimiento al esfuerzo realizado durante muchos años. Con apego vivieron los pinareños en el centro urbano durante el siglo XIX, las familias aprendieron a querer esta tierra, a la ciudad y sus habitantes. En ella se conspiró por la independencia y muchos de sus hijos han estado presentes en los procesos de lucha del pueblo cubano desde 1868. Eminentes personalidades en las letras, la medicina y las ciencias en sentido general nacieron y vivieron aquí.
El calor humano, que se expresa siempre en la ciudad de Pinar del Río, es el reflejo del carácter de los vueltabajeros, es un rasgo distintivo que los identifica. Por estas calles marcha junto al tiempo la vida y la alegría solo posible en el contexto de una revolución que no práctica las diferencias entre las personas. Rendir homenaje a la ciudad el 10 de septiembre constituye un acercamiento a tanta gente buena y laboriosa que la distinguen de las demás. Esta es la ciudad de todos, espacio físico, hogar común, que debemos cuidar y respetar para que siga manteniendo sus valores identitarios, culturales y arquitectónicos. En la actualidad la ciudad tiene una fisonomía muy diferente al año 1867, expresada en edificaciones modernas, amplias avenidas, diversidad de servicios y la construcción de nuevos repartos, que la ubican entre los principales centros urbanos del occidente de Cuba.
10 de Septiembre de 2020 a las 12:54
Felicidades a los pinareños. Interesante trabajo
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