Corría la primera mitad del siglo XIX. El 3 de junio de 1847 llega a Cuba la primera expedición de chinos para trabajar en la agricultura mediante un contrato por 8 años, pero tan pronto desembarcaban eran sometidos a la más feroz esclavitud. Por esta razón cuando alguien en Cuba quería referirse al completo engaño de que había sido víctima otro, decía “lo engañaron como a un chino”. Al cumplirse los ocho años se les forzaba a renovar el contrato y si no lo hacían se les recluía en los depósitos, haciéndoles trabajar en las obras públicas, en las casas de los gobernadores, en los ingenios y hasta en las edificaciones militares.
Durante la Guerra de los Diez Años, el gobierno español decide establecer una trocha o línea militar de destacamentos que atraviesen la isla para impedir que la contienda llegue al Occidente de la Isla. A partir de ese momento, 1871, el puerto de Júcaro, Ciego de Ávila y Morón comienzan a tomar importancia estratégica dada las condiciones geográficas de la región, muy favorables para materializar la idea.
Pero, ¿quiénes comenzaron la construcción de la obra ingeniera considerada como la mayor y más compleja de su tipo levantada por España en América? Por lo general, cuando se aborda el tema, se alude a negros esclavos, presos comunes y soldados españoles del Cuerpo de Ingenieros y no se menciona a los culíes chinos que fueron sacados de las cárceles de La Habana y enviados encadenados en barcos procedentes de Batabanó con destino a Júcaro.
El extenso territorio avileño mantenía una densidad poblacional muy baja, no existían grandes dotaciones de esclavos y los campesinos apenas alcanzaban para atender los sitios de labranza. Cual proceder quirúrgico, La Trocha fue una herida abierta de costa a costa. Laceró la tierra, marcó con su impronta lo que la naturaleza había creado durante miles de años: la muerte del bosque.
Sobre la franja desmontada aparecieron los fuertes y parapetos. Como fortaleza al fin, demandaba cada día más y más elementos de la vegetación circundante, desde el apreciable guano hasta el duro jiquí, desde los olorosos cedros hasta las majestuosas caobas. Todo fue cercenado sin contemplación. Tal vez por eso los orishas del monte desencadenaron sus fuerzas contra los que «sin permiso» arrancaban lo que a ellos pertenecía. Aunque no fueron los culpables de la tala indiscriminada, sobre los chinos cayó algo peor que el castigo de los brujos: el desencadenamiento de un inhumano tratamiento por parte de los colonialistas españoles y, a su vez, una cruda naturaleza tropical a la cual no estaban acostumbrados, preñada de calor asfixiante, torrenciales aguaceros, enfermedades desconocidas, y otras calamidades.
Muchas cuadrillas de los asiáticos empleados en los trabajos de desmonte lograron pasarse a la insurrección, pero la memoria histórica avileña recoge los bestiales procedimientos con que fueron tratados. Los abusos y atropellos fueron denunciados por ellos ante la violación de sus derechos cuando un alto representante de la dinastía china visitó a Cuba. Citaremos algunos ejemplos.
Ciento seis escribieron: «El año pasado, el Gobierno estaba necesitado de brazos para trabajar en La Trocha, lugar muy malsano y próximo a los distritos insurgentes y nos envió allá por cientos. Los que sobrevivimos, en lugar de recibir a nuestro regreso a La Habana los certificados de liberación que nos habían sido prometidos, estamos ahora encerrados en los depósitos.»
Otros manifestaron: «Allí todos los comestibles eran muy costosos, una taza de agua valía medio peso, de manera que era imposible economizar. Había una tienda que pertenecía a un oficial de rango inferior donde podíamos comprar opio y otros artículos, que nos vendían a crédito, y su importe nos era descontado del sueldo.» Otro numeroso grupo reveló: « Cuando nos llevaban a La Trocha nos amarraban unos a otros, era así como nos trasportaban por un ferrocarril que allí existía. El clima era muy malsano y el trabajo muy penoso…. Los chinos no tienen ni ataúdes ni tumbas, y sus cadáveres se echan dondequiera.»
Como se evidencia, los culíes constituyeron una fuerza imprescindible para la construcción de la fortaleza militar, pero tuvieron que soportar grandes sufrimientos y calamidades. Mientras, las ruinas pétreas de los fortines, declaradas Monumento Nacional, continúan siendo testigos silentes de cuando la llanura de Júcaro a Morón en Ciego de Ávila guardó en su seno a cientos de hombres, o miles, de ojos oblicuos y triste mirada, pero que ninguno fue cobarde o traidor cuando empuñaron las armas en favor de la independencia de Cuba.
Deje un comentario