Cuando el país amaneció en 1959 ante la aurora de un cambio por el fenómeno reconocido como Revolución Cubana, no era ajena la preocupación por proteger el patrimonio de la nación y continuar con la labor de rescate de su memoria. Las transformaciones en todos los aspectos de la vida económica, social, política y cultural del proceso revolucionario, implicaba la protección-conservación de su acervo patrimonial y la continuidad de lo logrado en ese sentido.
En Cuba desde finales del SXIX se habían creado museos con la finalidad de exponer curiosidades, apoyar los procesos docentes educativos y, en especial, exhibir pertenencias de los principales patriotas que encabezaron la lucha por la independencia de España. Se generó un coleccionismo de carácter patriótico y una necesidad de conservar objetos y documentos que permitieran perpetuar esos 30 años de guerra. Luego, en el período republicano, se continuó el interés por este tipo de institución cultural, se amplió el espectro museal en relación con la formación de colecciones y se mantuvo el mismo espíritu de compromiso con la historia patria.
En lo legislativo se logró plasmar en la Constitución de 1940, Sección Segunda: Cultura, artículo 58 “El Estado regulará por medio de la Ley la conservación del tesoro cultural de la Nación, su riqueza artística e histórica, así como también protegerá especialmente los monumentos nacionales y lugares notables por su belleza natural o por su reconocido valor artístico o histórico”. Aunque era un precepto constitucional, por supuesto, no fue una línea de trabajo a nivel gubernamental, pero grupos de intelectuales y personas con sentido amor por la patria hicieron lo posible para rescatar, vigorizar y proteger ese patrimonio formado y construido bajo el amparo de sus mejores hijos.
No es difícil de entender, como una de las primeras medidas revolucionarias, sería impedir la salida del patrimonio del país en manos de inescrupulosos. Pero también la medida comprendía a quienes de manera honrada habían atesorado bienes culturales e históricos mediante el coleccionismo, éstos podían formar parte del tesoro público y ser apreciados por todos, en virtud del derecho otorgado a los ciudadanos de ser dueños, por propiedad, de lo concerniente al país. La propiedad dejaba de ser privada para ser colectiva y eso no excluía al patrimonio.
El primer cambio ostensible fue la apertura de 67 museos hasta 1979, muchos de ellos, con los bienes patrimoniales recuperados por las medidas antes mencionadas, así el disfrute de pocos se convirtió en placer de todos. Otros se abrieron temáticamente relacionados con la historia reciente o pasada, pero fortalecían la conciencia de cambio que implicaba el proceso revolucionario, su impacto en la sociedad cubana y en el resto del mundo. El Museo de la Revolución, el dedicado a la batalla de Playa Girón, casas museos dedicadas a próceres o importantes artistas, enriquecieron el horizonte museal de Cuba, con el factor común de proteger el patrimonio cultural, realzar los valores de la nacionalidad cubana y propiciar la formación de una sociedad decidida a buscar la igualdad, la libertad y la fraternidad.
En 1976 el país puso en vigor una nueva división político administrativa y por consiguiente se eliminaron regiones históricas, cuestión que, si bien la nueva división buscaba una mayor organización y planificación de los recursos de la nación incluyendo los humanos, constituía un riesgo en el tratamiento de las identidades locales o regionales y es en este momento donde desempeña la institución museal su función de agente de cambio social, al crearse los museos municipales por la Ley 23 en 1979.
Éstos inciden en facilitar a los pobladores el acercamiento a la historia desde una visión de la municipalidad, se construye la historia local como base de la historia nacional mucho más conocida por todos, pero la particularidad impone a la comunidad indagar, elevar de la cotidianidad a la memoria histórica los hechos y personalidades relevantes de cada territorio. Con ello, se convierte al museo en ente vivo, nutriéndose del saber comunitario. Los habitantes son entonces, actores participativos de su propia historia no solo pasada, sino, la construida en el presente y vista en perspectiva de futuro.
El museo en Cuba desarrolla una labor a favor del cambio, relacionado con el aspecto del mejoramiento humano, porque la propia esencia del proceso revolucionario, trae aparejado soluciones a los problemas de la educación, la salud, la cultura, el deporte, de la igualdad de género, raza y de atención a grupos etarios vulnerables, por ser una sociedad que busca inclusión participativa.
El museo como agente de cambio social en Cuba se vincula a la esencia misma del surgimiento de esta institución, nacida con el esquema de la museología tradicional marcada por la edificación, el objeto y el público, pero siempre mirando hacia el territorio más allá del contenedor arquitectónico, ubicando al objeto en el entorno patrimonial que lo generó y al público limitado que lo aprecia, a la comunidad que se reconoce en él.
En la actualidad este constante cambio se verifica en la socialización de su patrimonio, intentando no solo exponer el objeto sino, interpretarlo, ponerlo en valor ante cada nueva generación capaz de apreciarlo. Esto hará garantizar el cumplimiento del propósito de los fundadores de los primeros museos: ser un lugar para la historia y sitial de protección de todo el patrimonio del país.
Los museos cubanos en su tendencia como agente de cambio social, se insertan en la política cultural de la nación, en programas de desarrollo local y nacionales (de la salud, cultura, de formación de valores, de atención a zonas priorizadas o de difícil acceso) con el supremo objetivo de ser participante activo determinante y no mero colaborador u observador. En ese sentido se diseñan actividades culturales para visualizar las principales problemáticas de las comunidades donde están enclavados y así socializar su fondo museal: charlas, conversatorios, exposiciones temporales, recorridos patrimoniales, eventos con variadas temáticas y visitas guiadas, siempre tendrán como supremo objetivo lograr la necesidad en los visitantes de transformarse. Entonces, nos cabe preguntar ¿cómo un país decidido a cambiar su destino, puede mantener instituciones, como sus museos, ajenos al cambio social? Imposible.
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