Humildemente creo que lo que subyace, fluye y flota sobre el debate alrededor de QHUP es mucho más que esa simplificación dicotómica entre: “la ´protección debida` al público, o la afirmación de su soberanía para juzgar por sí mismo”.
Es de hoy y de aquí esta polémica, pero se enreda con viejos y universales dilemas, más la operación -como sombras y huecos- de postmodernos fenómenos glocalizados y aun no cualificados. Porque, ¿es necesario tener cáncer para creer en que es malo? Y ese constatar, ¿bajo qué reglas? ¿Se verá lo fraternal desde el efectismo, la fragmentación, la simplificación y la endeblez argumentativa? ¿Debe aportar el arte a una mayor responsabilidad ciudadana o se ha de entender en su simple función catártica? ¿Vale o no proteger al público de lo ofensivo e irrespetuoso? ¿Aceptaremos como natural la marginalización estética y temática de nuestro cine joven?
No se puede ver lo mismo desde sistemas de referencias diferentes. Así lo ilustró el Maestro: en uno de sus cuadernos de apuntes:
“Hay muchos a quienes lo grande parece ridículo. No saben lo grande. Ven lo que son capaces de ver: ni lo que la cosa es capaz de dejar ver. -
De una lámina de Prometeo dijo Ernesto: Papá: Una gallina está mordiendo a un hombre. Cosa igual, iluminando espíritus distintos-da cosas distintas. Conciencia hecha y conciencia sin hacer. -Conocimientos adquiridos. Le pareció gallina el buitre. No sabía”.
Tampoco se ve lo mismo desde posicionamientos distante en el eje de lo fraternal. Una raigal filiación con lo fraternal hizo a Martí reconocer a Karl Marx como “reunidor de hombres de diversos pueblos” y “veedor profundo en la razón de las miserias humanas, y en los destinos de los hombres, y hombre comido del ansia de hacer bien”.
En aquella misma crónica que describe los honores de los trabajadores estadounidense a Marx, Martí expresó: “El trabajo embellece. Remoza ver a un labriego, a un herrador, o a un marinero. De manejar las fuerzas de la naturaleza, le viene ser hermoso como ellos”. Nótese su identificación del trabajo como fuente estética, de hermosura, consecuente con su equiparación del trabajador del taller y del trabajador de salón que le hizo anotar esto otro: “Los hombres a medias, vuelven la espalda a los hombres enteros… Los hombres enteros, los cubanos creadores … suben orgullosos, las escaleras de los talleres… en aquella visita de los hombres del trabajo de salón a los hombres del trabajo de la fábrica … El arte es trabajo. Los trabajadores se aman…”
Expresión- como ha destacado Retamar-, de su peculiar visión del arte y la cultura, como servicio, como fuerza integradora del hombre, como alimento que lo “completa”. Desde la que escribe a su adorada María Mantilla: “a mi vuelta sabré si me has querido, por la música útil y fina que hayas aprendido para entonces: música que exprese y sienta, no hueca y aparatosa: música en que se vea a un pueblo, o todo un hombre, y hombre nuevo y superior”.
Que lo hizo proponer ante la moda colonizadora de dividir, “civilización o barbarie”; la liberadora de distinguir “naturaleza o falsa erudición”. La primera postura se inventó el “Progreso”, tal vez la idea-fuerza más sustancial del Capitalismo histórico. La martiana, no tuvo más alternativa que devenir en Revolución Socialista.
Para ir hacia el “Progreso”, debemos suscribirnos al orden prestablecido, reproducción tecnificada de los estereotipos típicos de la antropología victoriana del siglo XIX. Solo que en esta “tercera edición de la servidumbre”, como periferias culturales, tal parece que “nos toca” producir y reproducir art brut, cine pobre y reggaetón.
Las etiquetas de “barbaros”, “incivilizados”, “vulgares” a la que fuimos condenados en tiempos de José Martí, fueron actualizadas por el marketing de las industrias culturales hegemónicas con lebels más comerciales y engañosos como, “en vía de desarrollo”, “tropicales”, “independientes” ...
Solo se venden nuevos los fetiches y nuevos fantasmas. En el segundo saco se mete al Estado y sus instituciones, por eso aquí pagan con todas las culpas. Se les califica como “conservador”, “viejo”, “cheo”, “aburrido” y “doctrinario” por defender la - “condenada” a dilución- identidad nacional y el capital simbólico acumulado; de donde emana la vitalidad y resiliencia de nuestra nación. Por más, como representación del “poder” y en su intención de “igualación material de los individuos”, se constituye en “enemigo”, en “afrenta” a uno de los pilares teóricos fundamentales de la Revolución Francesa instrumentalizado por el neoliberalismo: la libertad individual”.
Una concepción negativa de libertad, contraria a la concepción republicana del Apóstol de nuestra independencia, quien luchaba en el campo de los que “aman la libertad y la quieren para todos”. Para quien el arte de la libertad, consiste en que ha puesto al servicio de la virtud el egoísmo” y “A la libertad segura solo se va por el trabajo de las manos, puro y creador, por los trabajos reales de la mente, no por los del alquiler y ornamento”.
Una tradición republicana que entronca con la tradición socialista, por su primacía del demos y su invocación a la solidaridad o la fraternidad como complemento a la libertad individual y a la igualdad ciudadana. Que se contrapone al laissez faire del neoliberalismo, sujeto a la justicia del mérito. A la “meritocracia”, ese nuevo modo de individualismo des-solidarizado y uno de los núcleos de la subjetividad neoliberal con la que pretende desmarcar los éxitos de los creadores al accionar de las instituciones estatales y en última instancia a un “todo mayor”, que deviene en un narcisismo inagotable y que fagocita todo vestigio de fraternidad.
No importa si QHUP es mala, buena o regular estéticamente hablando, si fue exitoso el crowdfunding desencadenado para su producción. Su esfuerzo individual y su independencia institucional lo justifica todo, no hay derecho a la crítica o a la identificación de sus servicios a favor de la “violencia simbólica” contra nuestra rebeldía.
Este ataque a las instituciones, se caracteriza por negar su propio carácter ideológico. A la vez que desde un "bando" se acusa a los “otros” de politizarlo todo. Sus voceros se auto presentan como expertos neutrales, solucionadores de los “vicios” de las ideologías políticas. Están por encima- se dicen- del Socialismo y Capitalismo, de ahí que solo es de ellos las valoraciones y decisiones racionales.
Leí la apostilla de Guanche y su interpretación sobre el debate público entre Blas Roca Calderío y Alfredo Guevara. También estudié los textos que pusieron a nuestra disposición los del Blog La Tizza, sobre aquel debate.
A mi entender, Blas Roca y Alfredo Guevara también debatía sobre los modos en que el arte puede “despertar a los hombres” y compulsarlos a “hacer el bien”. Porque, ¿acaso no han devenido revolucionarias y descolonizadoras las diversas metodologías de arte para descubrir “el hilo de las cosas, o un hilo, o un hito del mundo real hasta entonces inalcanzado, o no suficientemente explorado, y (encontrar) el modo de expresarlo”?
Guevara defendía esas alternativas de “caminos” y “lenguajes”, múltiples maneras de hacerlo sin convertir el arte, al cine, en mera propaganda política; tanto a favor como en contra de la Revolución, porque: ¿no hay panfletos “insoportables”, contrarrevolucionarios y antisocialistas? ¿No es acaso por esa riqueza estilística que defendía Guevara y acumula el cine universal, los infinitos recursos del arte y del rejuego con los símbolos y sus significados; lo que sostiene el criterio de muchos, de que se podría sostener la línea argumental, la historia de amor de QHUP, y/o la intención de humanizar al héroe - ¡al Nacional!-, sin ese irrespetuoso diálogo compartido por los propios realizadores? ¿No se puede “tomar partido” por criterios como los de Alfredo Guevara y a la vez criticar el referido diálogo de QHUP, como construcción artística fallida?
Y coincido con Guanche que por el núcleo central de la polémica pasa el eje de la relación entre el arte, la estética y la Revolución.
Para más, creo que dos revolucionarios, aún con el mismo concepto del arte, no interpretaría lo mismo si posicionan su mirada uno desde el creador y otro desde el público, desde la producción simbólica y desde la recepción de esta. Una recepción que comprende en todo público, lo estético y lo ético; lo afectivo, volitivo, cognitivo, e inobjetablemente lo político.
Los tiempos son otros y ha llovido mucho desde aquellos días en que debatían Blas Roca y Alfredo Guevara. Lo que no nos ha caído gota a gota, nos remoja en sucesivas y sutiles olas postmodernas y neoliberales. En especial, desde ese nubarrón de “meritocracia”, encapsulada con otros esnobismos y etiquetas, que ensombrece la solidaridad y el arte como servicio.
No creo tampoco justo idealizar una postura o estigmatizar a la otra. Guevara y Blas Roca eran hombres de sus respectivos tiempos y culturas políticas. Sus posicionamientos y comportamientos estaban marcados por sus orígenes de clase y singulares vivencias personales. Aunque vale destacar que los dos estaban comprometidos con la Revolución y ninguno de ellos negaba la existencia de las instituciones culturales.
Por ello, no entiendo por qué Deán Luis Reyes agradece a Guanche por su apostilla, como si AQUEL posicionamiento del gran intelectual Alfredo Guevara se pudiese “representar” por el del crítico de cine, hoy.
Yo, francamente no identifico ni a un Blas Roca, y mucho menos a un Alfredo Guevara en el debate de marras. Alfredo Guevara, como presidente del ICAIC desde su fundación defendía al arte desde la institución. Creó y perfeccionó instituciones para defender el cine de calidad y propiciar la creación artística, no el facilismo; el cine audaz, no el mercenario. Tampoco le tembló la mano para, desde ella, decidir o compartir la no difusión de un filme o documental que se contrapusiera, en un momento dado, al impulso necesario y vital de una Revolución fraternal, “de los humildes, con los humildes y para los humildes”, con la que estaba comprometido, pese a su origen social.
Nuestro Héroe Nacional sabrá como lo queremos por el arte que hacemos y defendemos, cómo lo imaginamos frente a los debates actuales, como gestionamos su legado de lo fraternal y su denso caudal de significados. Desde el arte y desde la política.
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