La columna A contraluz martiana debió inaugurarse con “El rey león, papilla neoliberal”. Aunque la proyecté cuando bocetaba otro que saldrá después. Todo, a raíz de un artículo publicado también en La Jiribilla y de un llamado de atención de un colega por un párrafo donde mencionaba a Celia Cruz, o más bien su tema “Carnaval”, para ilustrar la postura hedonista (y desmovilizadora) promovida también por dos animados de Pixar y Disney. Así de rápido, terminamos polemizando sobre el “Hakuna Matata”, que me indujo a profundizar en sus orígenes y resultó el leitmotiv de esta especie de crucigrama.
En el párrafo en cuestión expresaba que “Gozar y divertirse se establece como antídoto al pensar y resistir”. Estrategia de las élites mundiales para —como argumentaba Adorno— enseñar e inculcar con la “cultura industrializada” la condición necesaria “para tolerar la vida despiadada”. La fuga no de la “realidad mala”, sino de la posibilidad de transformarla.
Esta idea subyace transversalmente en el referido artículo que algunos mal interpretaron como una reseña cinematográfica de un tráiler, que validó y retuiteó el Doctor en Filosofía Fernando Buen Abad, y que el actual presidente de la Sociedad Cultural José Martí, Abel Prieto, compartió con esta presentación: “Sugiero leer con detenimiento el artículo d @aangeltellez publicado en @LaJiribilla titulado “El rey león, papilla neoliberal”, donde nos refresca algunas d las tesis básicas d Mattelart y Dorfman para desmontar la maquinaria ideológica d Disney”(sic).
En las redes y en Cubadebate se generó cierta polémica. Aclaré que no pretendía apedrear la significación del animado en el imaginario personal de los que crecieron amándolo, y sí señalar los sentidos que los guionistas y directores asientan en nosotros. Mi intención no es desaprobar festinadamente todo lo que se produce en la América anglosajona, sino contribuir en la formación de un “espectador crítico” en “Nuestra América”, con la asistencia del “abecedario de luz” de José Martí.
“El neoliberalismo es hegemónico, de tal modo, que los que lo denunciamos parecemos aguafiestas”, le dije por Facebook a uno de los jóvenes ofendidos con mi artículo y que finalmente admitió mis razones. “No es justo que aceptemos como normal, natural, que las presas adoren al depredador. Que las voces de las hienas en la versión en inglés sean como los niches en USA. O que la Disney patentice —y gane dinero por eso— la frase “hakuna matata” de una lengua autóctona africana. O que yo, que padezco las mismas calamidades que tú y tenga más que ver contigo, te perezca el enemigo”.
“Ni tú ni yo, tenemos el poder de Disney”, le aclaré. “No podemos politizar ni ponerle transformado ideológico a lo que no lo tiene. Ellos sí y lo hacen desde el poder más efectivo, el soft power, el de las ideas y la cultura. Ese que a millones en el mundo convence de que eso siempre ha sido así, y será. ¿Te has preguntado cómo el 99% del mundo no se ha comido a mordidas al 1% de multimilllonarios, como los dueños de Disney?”, le pregunté.
Apunto a este Goliat cultural porque se trata, nada más y nada menos, del emporio multimediático más grande y poderoso del mundo, por su capital financiero y subjetivo. Porque, como advirtió en su momento Buen Abad, la compra por parte de la Walt Disney Company de la 21st Century Fox, por 71.300 millones de dólares, debió comprenderse en toda su magnitud y peligrosidad. Se agigantaba el “Leviatán” con tentáculos tan influyentes como Star Wars, Marvel, Pixar, The Simpsons y Avatar.
No solo está el protagonismo descontrolado del imperio económico anglosajón-israelí sobre los medios de comunicación y cultura planetarios; no solo está el peligro de la uniformación de los gustos y de los consumos; no solo está la cancelación de la diversidad y de la libertad de expresión de los pueblos…; está el colonialismo de la mentalidad belicista empeñado en convencernos de aceptar la industria de las guerras como un hecho natural y darwiniano; ante lo cual solo nos queda resignarnos, consumir y aplaudirles, alertó el intelectual mexicano.
Vale recordar que Martí abandonó su amado proyecto de La Edad de Oro (publicación mensual de recreo e instrucción dedicada a los niños de América), por estar en contra de imponer un “credo único”. Era —confesó con dolor a su amigo Manuel Mercado— la primera vez que abandonaba lo que de veras emprendió. Lo detuvo porque para él, “la primera libertad, base de todas, es la de la mente”. El guía honrado es “el que enseña de buena fe lo que hay que ver, y explica su pro lo mismo que el de sus enemigos”.
Por eso lo escribe —como destaca Alicia Pino— “sin artificios en el lenguaje y sin inventar un mundo distinto del real”, porque “a los niños no se les ha de decir más que la verdad”. Así les explica a sus amiguitos la significación de la Revolución Francesa, cuando el pueblo bravo de Francia, “el pueblo que se levantó en defensa de los honores”, “le quitó al rey el poder”, y fue “como si se acabase un mundo y empezara otro”. Sin dejar de apuntar que los trabajadores son “los caballeros de veras”.
Por eso prefiere la historia que las fábulas, y los personajes humanos que los animalizados. Una investigación sobre el universo cultural de la revista, arrojó que de las 258 figuras identificadas en toda La Edad de Oro, la mayoría, 194, son personajes reales y solo 64 son de ficción (21 actores de cuentos, algunos creados o recreados por Martí, y 43 personajes —humanos o deidades— de las mitologías griega, romana, azteca, zapoteca y asiática).
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