Viaje a Punta del Este: memorias personales


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Testimonio de Magali Gozá León, miembro de la Delegación cubana que participó en las jornadas del CIES en Punta del Este. Tomado del libro Punta del este. Proyecto Alternativo de Desarrollo para América Latina Editorial. Ocean Sur, 2003.

Fue en agosto de 1961. Yo tenía 21 años, trabajaba en la entonces Dirección de Asuntos Latinoamericanos “DALA” del MINREX, como secretaria y mecanógrafa. El anuncio de que iría con la Delegación me lo hizo el director Cro. Ramón Aja. Me comunicó que saldríamos en dos días y que en esos momentos hacía mucho frío en Uruguay, por lo que me recomendaba que me buscara prestado algún abrigo.

Varios compañeros llevábamos algunos días trabajando hasta tarde en el MINREX: mecanografiábamos datos, documentos de referencias, y sobre todo los proyectos de temas que Cuba llevaría a esta Conferencia en la que se preveía habría una batalla política.

No sabíamos quién iba a presidirla y nos enteramos ya en el aeropuerto, en un salón del antiguo “José Martí,” que más bien era una oficina un poco amplia. Allí tuvimos un encuentro sorpresivo que fue muy emocionante para nosotros con Fidel y, entonces, fue cuando supimos por él que la delegación sería presidida por el Che. Esto hizo aún mayor la emoción.

Viajamos en uno de los viejos aviones Britania de Cubana de Aviación que fue haciendo algunas breves escalas, primero en Trinidad y Tobago, después en Paramaribo, Suriname y finalmente en Río de Janeiro donde llegamos casi al anochecer. Allí dormimos hasta el otro día en que salimos a las 11 de la mañana para Montevideo.

En Río de Janeiro nos recibió el entonces embajador Joaquín Hernández de Armas y estaba también trabajando en la Embajada como Secretario, el hoy embajador, Francisco Ramos. El Che permaneció conversando en la residencia con el embajador y otros compañeros hasta tarde sobre la problemática social y política de Brasil en esos momentos y la situación del Presidente Janio Quadros. No sé incluso si durmió en un momento ya tarde.

Algunos de los compañeros le preguntaron si podían dar un recorrido por la ciudad para verla, aunque sea de noche, y asintió diciéndoles que me llevaran también. Yo no me hubiera atrevido siquiera a plantearlo.

Un detalle jocoso durante el viaje en el avión fue que cada vez que este iba a aterrizar o despegar él caminaba por todo el pasillo central del avión hasta la cabina de mando de la tripulación bromeando y diciendo que iba a aterrizar o que iba a despegar y como no salía de la cabina hasta el final de la operación, y además se decía que también era piloto, muchos pensamos que algo de verdad había en todo aquello, y él se divertía con eso, iba de muy buen humor, aunque intranquilo. Iba y venía sobre todo hasta el asiento donde estaba uno de los ingenieros de vuelo que le iba indicando la ruta que llevábamos y que iba atravesando toda la selva del Amazonas. Un momento interesante fue cuando sobrevolamos el río Amazonas en una de sus partes más anchas y caudalosas “Santarem”, que parecía un mar. El Che no se perdía nada de esto y le preguntaba con frecuencia al compañero que iba con los planos, por dónde íbamos, a qué altura estábamos, cuánto faltaba para el próximo aterrizaje, qué hora era, etc.

La Naturaleza nos regaló un día totalmente despejado que nos permitió una maravillosa visibilidad desde el aire.

Un momento inolvidable para todos y de gran emoción fue cuando comenzamos a acercarnos al aeropuerto de “Carrasco” en Montevideo y vimos desde el aire en el aeropuerto a todos sus alrededores un mar de gente con banderas cubanas y uruguaya sondeándolas, carteles gigantes de solidaridad con Cuba y ya, cuando el avión aterrizó y abrió sus puertas, sentimos el grito ensordecedor de aquella masa humana que desbordaba las calles y la expresión del Che de que Por cosas como estas vale la pena cualquier sacrificio en este mundo.

El recorrido desde el aeropuerto hasta Punta del Este fue algo similar, pues todas las avenidas por donde pasaba la caravana, tanto en Montevideo como en la carretera hacia Punta del Este, estaban igualmente desbordadas de gente con manifestaciones eufóricas y portando banderas, carteles, pancartas, etc. Algo realmente indescriptible.

Al llegar a Punta del Este nos hospedamos en el Hotel San Rafael, donde estaban preparadas las condiciones para que la delegación cubana ocupara un piso completo. Como a la entrada del piso lógicamente se había situado un custodio permanente para el control de acceso al piso, en tono jocoso el Che, al entrar, enseguida le dijo a los compañeros: “Oye como ustedes son como60, pónganme a las compañeras — éramos solamente dos en la delegación — en el cuarto de la entrada al lado del custodio, porque yo conozco a los cubanos.” Lógicamente era una broma...pero era también un detalle.

El trabajo en aquellos días era intenso como es habitual en este tipo de actividad, nos turnaban al compañero Roberto Hernández y a mí entre la pequeña oficina montada en el hotel y las sesiones de la conferencia donde a veces apoyábamos al equipo de Versiones Taquigráficas de Palacio. Recuerdo al compañeroTamargo y a otro taquígrafo que trabajaba muy coordinado con él que le decían el Chino. Por las noches Roberto y yo nos pasábamos casi las madrugadas enteras mecanografiando los resúmenes y los proyectos de ponencia de las sesiones de trabajo del día, y los proyectos de ponencia para las sesiones del día siguiente que nos entregaban los compañeros de la Delegación. Los que más recuerdo son Ramón Aja, Sidroc Ramos, Raúl León Torras y Enrique Pineda Barnet. En esas madrugadas se producía para nosotros un detalle de celo por el trabajo y de dimensión humana del Che, llegaba silencioso, en plantilla de medias y se paraba detrás de Roberto y de mí cuando menos nos lo imaginábamos, preguntándonos de todo: cómo iba el trabajo, cuánto nos faltaba, si nos habían traído algo de comer o tomar, a veces nos traía café, y en una ocasión en que no había nada de tomar, nos invitó a tomar mate en la bombilla que siempre llevaba en la mano cuando estaba en el hotel. Dentro de su rigor de trabajo y el respeto que imponía era de una delicadeza y sensibilidad especial, así lo apreciamos, fue además el único que tuvo este detalle con los dos sencillos mecanógrafos que estábamos trabajando discretamente en esa pequeña oficinita improvisada.

En aquellos días el asma lo golpeaba todo el tiempo, y como yo también soy asmática, llevaba mi aparato de Dysneinhal. En una ocasión en que me vio dándomelo me dijo: “Asmática también, ¡eh!, pero veo que viniste armada, así que ya sé a quién pedirle la bomba si a mí se me acaba.”

En medio de aquella vorágine no se le escapaba nada. Comíamos en el comedor del hotel toda la delegación en una misma mesa larga y, en una de las ocasiones, me presentó a su madre Celia y a su hermano menor Juan Martín lo cual me fue muy útil días después en el acto de la Universidad en Montevideo que paso a detallar.

El Che iba a impartir una conferencia en el Paraninfo de la Universidad de Montevideo, el local estaba desbordado, al igual que todas las calles adyacentes, se habían puesto bocinas hacia el exterior para que los estudiantes y la población pudieran escucharla conferencia. El Movimiento de Solidaridad con Cuba, que era fuerte en ese país, estaba en plena acción. Por su parte, la policía montada a caballo, pululaba por toda el área, tenía preparados los carros tanques de echar agua a presión, creo que les llamaban guanacos. El ambiente estaba muy tenso y ya casi terminándose la actividad se oyó un tiroteo que después supimos tuvo una víctima en un prestigioso profesor de dicha Universidad[1]. Dentro del Paraninfo se creó una gran confusión, pues no se sabía exactamente lo que estaba pasando, y lo primero que uno pensó es que era una provocación para hacerle un atentado al Che.

Los compañeros cubanos de la protección enseguida lo rodearon para sacarlo rápidamente. Yo estaba sentada en la sala conjuntamente con Celia y Juan Martín y, de repente, sentí que me alzaban en peso y me sacaban por una ventana a una calle lateral, igualmente hicieron con Celia con la ayuda de Juan Martín. Era el compañero Sergio Restano, combatiente revolucionario cubano que posteriormente murió junto a Cepero Bonilla en un accidente aéreo.

Sergio nos dijo que corriéramos a todo lo que nos dieran las piernas y nos alejáramos lo más que pudiéramos del lugar tratando de evadir a la policía y, cuando todo se calmara, regresáramos por nuestros medios al hotel en que estábamos alojados en esos momentos en Montevideo. Dimos tantas vueltas evadiendo los cercos que tenían tirados la Policía a caballo, quedaba golpes brutalmente y junto a eso, los guanacos echando chorros increíbles de agua a presión que tiraban a los manifestantes al suelo o contra las paredes. Era algo impresionante, me recordó la represión de Batista a los estudiantes que había vivido, pero creo que más sofisticada.

Me parece que fuimos casi los últimos en llegar al hotel después de la medianoche. El Che estaba en el vestíbulo del hotel con otros compañeros cubanos que tenían el listado de todos los compañeros de la delegación esperando hasta que llegara el último de sus soldados. ¡Ah!, se me olvidaba, en la carrera por las calles de Montevideo perdí el abrigo y la bufanda y ni frío sentía a pesar de que había bastante. Me dio mucha pena cuando regresé no poder devolvérselos a mi profesora Trinidad Carvajal, que entonces trabajaba en la Dirección Jurídica del MINREX y me los había prestado.

A la llegada al hotel el Che nos preguntó a los tres: Celia, Juan Martín y yo todos los detalles, la carrera, cómo habíamos salido del Paraninfo, cómo habíamos visto el ambiente de la ciudad, la represión, etc., etc. Ahí nos enteramos con más detalles de los sucesos y supimos lo de la muerte del profesor de la Universidad de Montevideo. Ya después que todos estuvimos completos en el hotel cedió un poco la tensión e hizo algunas de sus acostumbradas bromas.

Casi el último día en Montevideo, nos dijeron que tendríamos libre la mañana siguiente antes de partir, para que recorriéramos algo la ciudad, ir a alguna tienda, etc. El Che me dijo que como él no podía darse el lujo de ir al Centro Comercial, si podía comprarle un pequeño recuerdo para Aleida, algo modesto, sencillo, pero que fuera realmente típico de Uruguay para que “Aleida viera que de verdad estuvo allí”. Yo me dije, qué tareíta, después de dar unas cuantas vueltas con algunos de los compañeros el detalle fue un pequeño monedero de piel de nonato con el que, al parecer, estuvo conforme.

Otra anécdota. Desde el día siguiente del arribo a Punta del Este constantemente se recibían en el hotel múltiples llamadas de periodistas que querían entrevistarlo, gente que quería verlo, etc.

Uno de los compañeros coge el teléfono y era un periodista, él dice:

“Dígale al periodista que le vas a pasar la llamada a mi Secretaria, señalando para mí, para que tome los datos de él, de su periódico, etc. Así se cree que soy importante porque traje hasta secretaria y así me lo quito de encima”, y se rió como un niño que hace una maldad.

El día en que pronunció su discurso central en la conferencia de Punta del Este, estuvimos allí. El asma lo golpeaba fuerte y tuvo que utilizar el aparato en dos ocasiones, pero parecía que después cogía fuerza. Su discurso fue seguido con atención y respeto, desde donde yo estaba sentada podía ver la cara del representante norteamericano, tieso, que parecía que tenía clavada una espada en el pecho. Creo que todos sentimos una gran emoción y orgullo por la forma firme, valiente y viril con que emplazaba al imperialismo y defendía a nuestro país y su Revolución. Fue un momento que nunca olvidaremos.

En un momento me vinieron a buscar los compañeros de la delegación para hacer un trabajo rápido y no pude estar hasta el final de aquella sesión. Después supe que habían infiltrado unos gusanos cubanos en la sala y se formó una gran piñacera, en la que los cubanos les dieron su merecido y los sacaron de allí.

Otra manifestación de solidaridad impresionante del pueblo uruguayo en aquellos días fue durante la visita al municipio de Maldonado, recordamos también el cariño, la colaboración y el permanente cuidado a la delegación de los compañeros del Partido Comunista de Uruguay, gran parte de los cuales conocimos que años después perdieron la vida en la posterior etapa de represión que vivió dicho país.

Al regreso del viaje hicimos escala en Brasilia, que estaba recién inaugurada en 1960. Allí el Che sostuvo entrevistas y fue condecorado por el entonces presidente Janio Quadros.

Aquí solamente recuerdo una anécdota, cuando estábamos acercándonos por el aire a Brasilia. Atravesábamos el territorio selvático y, de repente, cuando anuncian que estábamos acercándonos a Brasilia y nos asomamos por la ventanilla del avión, apareció aquella mole de cemento y belleza arquitectónica de Niemeyer y el Che comentó que qué impresionante contraste, que parecía como si desde la comunidad primitiva de la selvafuéramos a aterrizar en un planeta del futuro construido por el hombre.

De aquellos intensos días me quedaron para toda la vida fuertes impresiones sobre el Che.

Era una persona de fuerte personalidad integral. Imponía respeto, pero a su vez, era de una gran sencillez, muy exigente con él mismo y con los demás. Muy directo, con una fina ironía al hablar, mirada profunda, inquisitiva hacia su interlocutor a veces de una forma burlona como incitándolo a manifestarse, a definirse.

Era de gran sensibilidad humana, al tanto del más mínimo detalle a su alrededor, ágil, dinámico, de una férrea voluntad personal contra su asma, en aquellos días perenne.

Aprecié amor y ternura hacia su familia. A pesar de la intensa actividad de aquellos días se esmeraba por atender en los breves momentos del almuerzo o la cena a sus padres que se habían trasladado hasta allá para verlo, al igual que a su hermano Juan Martín y a una tía que creo se llamaba Beatriz.

No me equivoco si digo que los compañeros de la delegación, no solamente yo, sentían un intenso respeto por su personalidad que impresionaba y me parece que él lo percibió porque en aquellos 17 tormentosos días, trató de llegar y comunicarse con el colectivo y se esforzó porque nos sintiéramos como si trabajáramos habitualmente con él desde hacía tiempo.

Para mí esa experiencia me marcó, significó un reto y un compromiso para ser mejor, para superarme y poder servir más. Su trayectoria y los sucesos posteriores de su vida profundizaron más estas impresiones directas que me han acompañado en mi vida y la de mi familia.

 

 

[1] Se refiere al profesor uruguayo Arbelio Ramírez, quien impartía la asignatura de Historia en la Universidad de Montevideo.


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