Hay muchas maneras de intentar anular el pensamiento de un revolucionario. Desde reducirlo a la repetición cansona de 4 o 5 consignas, hasta convertirlo en un ícono al que se adora pero no se estudia.
Una de las más comunes es condenar sus ideas siempre al pasado o al futuro, pero nunca aplicables al presente. El argumento parece irrebatible: fueron elaboradas para contextos y situaciones específicas, muy distintas de las actuales, y resultaría una locura pretender traerlas a hoy.
El Che, que ha sido víctima de estas operaciones de olvido y banalización, se niega, terco, a ser domesticado, y se empeña en seguir regresando, más allá del mármol y del bronce, siempre crítico, irreverente, radical y rebelde. Y lo hace, en primer lugar, porque a pesar de quienes quisieran remitirlo al pasado y dejarlo allí, quieto, su método de análisis, sus aportes teóricos y consideraciones sobre la transición socialista siguen siendo tan válidos ayer como hoy. En segundo lugar, porque su pensamiento está llamado a jugar un papel activo en la pugna que se libra actualmente en Cuba entre capitalismo y socialismo, reforzando la posición de los partidarios de la profundización del socialismo como mejor defensa de la Revolución Cubana frente a los desafíos y peligros que la acechan. En esta batalla el guevarismo, la expresión intelectual más acabada de la herejía que representó la Revolución Cubana en los 60, es, debe ser, uno de nuestros principales soportes teóricos.
Ya el Che regresó una vez, de la mano de Fidel, en 1987, para rectificar los errores y las deformaciones que se habían producido en nuestra construcción socialista precisamente por haber echado a un lado sus advertencias. Hoy se impone un nuevo regreso, para enfrentar las tendencias capitalistas que pretenden instalarse para siempre entre nosotros y amenazan la supervivencia misma de nuestro proyecto de emancipación.
Si en general los postulados básicos de la concepción del Che conservan absoluta vigencia en la encrucijada cubana contemporánea, ello es particularmente cierto en el caso de El socialismo y el hombre en Cuba, una de sus obras cumbres, de cuya publicación celebramos medio siglo. A pesar de las obvias diferencias contextuales, el texto parece escrito más para las circunstancias del 2015 que para las de 1965. El Che desde entonces nos alertaba contra recorrer caminos que en el presente algunos disfrazan de novedosos pero que ya han sido recorridos más de una vez, con consecuencias desastrosas.
Una mayor producción de bienes materiales no constituye por sí sola garantía de un tránsito seguro al socialismo. Decía Rosa Luxemburgo que el socialismo no es un asunto sólo de cuchillo y tenedor. En las condiciones actuales de Cuba la pretensión de obtener crecimiento económico sobre la base del fomento de la desigualdad social no puede tener otro destino que el capitalismo, quiérase o no.
Sería contraproducente para el ideal socialista que empezáramos a ver la desigualdad como un fenómeno natural, según el cual es normal la existencia de personas de bajos ingresos, a las que se les debe dar atención especial.
Un discurso ideológico central del capitalismo es el que habla de oportunidades y derechos para todos, y al mismo tiempo de la imposibilidad que todos vivamos igual. Según esta lógica es normal la desigualdad de ingresos. Si se reduce la equidad a igualdad de oportunidades, donde el acceso mayor o menor a bienes de consumo dependerá del talento, creatividad, esfuerzo, y hasta de la suerte individuales, entonces los perdedores tendrán la culpa de su destino, por no saber aprovechar las oportunidades.
En tanto el socialismo, según los clásicos del marxismo, debe aceptar ciertas dosis de desigualdad durante un período transicional como un mal pasajero, pero debe empeñarse desde el primer día en su reducción paulatina y sostenida. El camino contrario, el de fomentarla y utilizarla como estímulo para la productividad sólo conduce al capitalismo.
El pago por resultados y el uso del salario como acicate para la producción no hace al obrero trabajar “según sus capacidades” sino más bien por encima de ellas, justo como hace el capitalismo, que lo sobreexplota y tensiona al máximo sus fuerzas, acuciado por sus necesidades materiales y las de su familia. Al final llevará a priorizar la salida individual sobre la colectiva, a la competencia entre trabajadores y empresas, en sentido contrario al espíritu socialista.
Una sociedad construida sobre tales bases podrá ser próspera para unos cuantos, y posiblemente sostenible, pero jamás podrá llamarse socialista. Si para el pragmático la justicia y la igualdad deben ser sólo las posibles, las que permitan las circunstancias, las que no entorpezcan el desarrollo de las fuerzas productivas; para el revolucionario la prosperidad debe ir acompañada de toda la justicia y toda la igualdad, no solo por la que considere posible y sostenible la burocracia.
Es cierto que durante el período de transición perviven elementos del capitalismo, pero ellos son referidos fundamentalmente al funcionamiento de la ley del valor, el uso del salario como retribución y estímulo al trabajo, la existencia de la pequeña propiedad y de relaciones mercantiles. Pero pretender la construcción del socialismo con la utilización de la explotación del hombre por el hombre, es una contradicción en sí misma.
Una sociedad de transición al socialismo como la cubana es, por definición, una en la que coexisten elementos del viejo y del nuevo mundo, en una amalgama contradictoria. De lo que se trata entonces en ese tipo de sociedad es de quién vence a quién, de cuáles son los elementos que finalmente terminan preponderando, siendo hegemónicos.
Las palancas económicas del capitalismo, aunque se usen con el fin declarado de fortalecer un proyecto socialista, sólo producen más capitalismo. Las medidas que apelan al mercado, completamente legítimas e incluso necesarias para la supervivencia de una sociedad de transición al socialismo, en medio del acoso y del aislamiento, deben ser entendidas como lo que son: un retroceso obligado por las circunstancias, un mal necesario pero temporal, y nunca como una vía hacia adelante, como una alternativa de construcción de un tipo de socialismo. Esto es una cosa, y otra muy distinta aceptar la desigualdad como algo tolerable, normal, inevitable, incluso saludable para el funcionamiento del sistema.
Sin una perspectiva clara que las entienda como algo coyuntural, se corre el riesgo de que, al continuar el aislamiento, en algún momento esas reformas económicas vayan en una dinámica propia in crescendo hacia una restauración capitalista más lenta y sutil, y las distorsiones sociales que ellas mismas han creado, al final se volverían en contra de la Revolución. Avanzar por este camino inevitablemente fortalecería sectores procapitalistas dentro de la sociedad cubana y erosionaría gravemente los valores socialistas de solidaridad e igualdad social.
El período especial, una situación peor desde el punto de vista económico, se enfrentó tratando de no afectar las garantías sociales forjadas por el proceso revolucionario. En ese momento, por ejemplo, todas las decisiones que llevaban a un aumento de la desigualdad y a la utilización de mecanismos capitalistas, eran presentadas como un repliegue necesario al que la Revolución se veía obligada, compelida por las circunstancias adversas. Precisamente el fundamento de la batalla de ideas que surgió a inicios de los 2000 estaba en combatir los bolsones de desigualdad social y pobreza que se habían generado a partir de las reformas económicas de los 90. Entonces se consideraba la pervivencia de los elementos de mercado y la constelación social creada por ellos, los nuevos ricos, como una amenaza directa a la Revolución. Por eso se fueron desmontando en la medida que las posibilidades económicas lo permitían.
Sobre el uso de mecanismos de mercado ya nos advirtió el Che en El socialismo y el hombre en Cuba: “Se corre el peligro de que los árboles impidan ver el bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica. la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí tras recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta. Entre tanto, la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo”[1].
Hay hoy en Cuba una batalla cultural, ideológica, de valores, entre los que apostamos por un proyecto socialista para la nación cubana, y los que desearían una restauración del capitalismo, buena parte de estos enquistados en la burocracia, con varias ligazones, visibles o invisibles, al sector de los nuevos ricos. Por tanto, las nuevas medidas no se pueden ver aisladas de este escenario enormemente contradictorio, y debe tomarse en cuenta el impacto que tendrán, qué fuerzas y tendencias favorecerán en esta lucha sorda que ya lleva, al menos, dos décadas de existencia. La lógica del mercado, donde todo se compra y se vende con el “poderoso caballero”, nos ha ido horadando durante estos años, y ahora ella se verá reforzada.
Cada vez gana más terreno entre nosotros la idea, tan cara al liberalismo, de que la economía debe actuar de acuerdo a sus propias leyes, con independencia y sin trabas, para que pueda dar resultados, y ya se encargará la política estatal de repartir con justicia, proteger a los más débiles, y corregir los desarreglos, desbalances y excesos provocados por aquella. Dejar que el mercado actúe, y que luego el Estado intervenga para regular sus desajustes, para proteger los sectores más vulnerables, es un discurso del capitalismo.
Como el socialismo es sobre todo un asunto de conciencia, tan importante como lo que se produce es cómo se produce. El socialismo no es solo un método de reparto, sino la creación de una nueva cultura. No se puede aspirar a una sociedad superior si las riquezas obtenidas se alcanzan a través de relaciones de producción que fomenten la desigualdad, la explotación, la competencia.
La falsa idea de que pueda ser viable en el tiempo, a largo plazo, una fórmula donde se combinen y coexistan dosis equilibradas de socialismo y mercado, es una ilusión peligrosa. Y tan peligrosa como esta es aquella que pretende que las transformaciones en el ámbito económico no tengan su correlato e impacto en las estructuras políticas, como si fueran compartimentos estancos y separados.
Cualquier intento de combinar elementos capitalistas y socialistas está destinado al fracaso, pues unos anulan u obstaculizan a los otros y el resultado es un ente inestable en el que ninguno de los dos sistemas puede desarrollar plenamente sus mecanismos. Dos corrientes contradictorias y mutuamente excluyentes existirán hombro con hombro. Al final la pregunta de la transición es la misma de siempre: ¿quién prevalecerá?
Se abrirá un abismo entre el sector privado y el público. En una situación donde el Estado no se encuentra apto para producir bienes manufacturados de calidad, el sector privado intentará crecer a expensas del sector estatal. La idea de que el Estado puede mantener a los capitalistas bajo control es utópica. En la medida en que el sector privado se vuelva más fuerte, los elementos del mercado se afianzarán más.
Aquí el peso demoledor de la economía capitalista mundial será decisivo. El peligro principal de la economía planificada no proviene de unos cuantos taxistas o peluqueros, sino de la penetración del mercado mundial en Cuba y de esos elementos de la burocracia que, en privado, favorecen la economía de mercado en oposición a una economía planificada socialista.
No se puede esperar generar riqueza mediante la potenciación de relaciones mercantiles, con la intención de distribuirlas luego más o menos equitativamente, y pretender que predominen los valores socialistas y una moral revolucionaria, como si ello fuera posible con independencia de las relaciones de producción que se hayan establecido. Determinadas relaciones de producción y mecanismos económicos generan su propia moralidad, ética y valores.
El lobo solitario de la sociedad capitalista, peleado a dentelladas con los demás, en una carrera interminable por el ascenso social, debe ser sustituido en el socialismo por un nuevo tipo de hombre, solidario, altruista, verdaderamente libre, desalienado, que encuentra su satisfacción individual en las grandes causas colectivas. No es coherente apelar en abstracto a la solidaridad, al sacrificio, al desinterés, si se establece el dinero como medio fundamental de acceso a los bienes de consumo. Pretender, por un lado, usar las palancas económicas del capitalismo, y por el otro, que prevalezcan los valores revolucionarios y solidarios del socialismo, como si una cosa no tuviera que ver con la otra, es una vana ilusión.
El Che, por su parte, fue intransigente en este punto: los mecanismos capitalistas y el interés material individual como palancas de desarrollo significaban un retraso en la consolidación de la conciencia socialista. Al respecto Che explicaba: “No se toma en cuenta el hecho de que cada sistema económico conlleva una moral propia. Navegar en las difíciles aguas del capitalismo de estado para crear el socialismo exige una escrupulosa vigilancia moral sobre los cuadros. Por el contrario, el resultado ha sido que los cuadros se aliaron al sistema, constituyeron una casta privilegiada […]”[2]
La solución socialista de la encrucijada cubana pasa por la democracia obrera en las estructuras estatales y de gobierno, la participación democrática de los trabajadores en la planificación de la economía, y una política internacionalista que promueva la extensión de la revolución socialista por América Latina y el mundo.
Una de las diferencias fundamentales del socialismo con respecto al capitalismo, y ahí radica una de sus ventajas, es la amplia participación popular con la que debe construirse. Mientras al capitalismo le interesa excluir del ejercicio del poder y el proceso político a la mayor cantidad posible de personas, el socialismo, para ser, debe desarrollar al máximo sus potencialidades de inclusión política y de presencia del pueblo en las tomas de decisiones. El estado natural del socialismo debe ser el más amplio debate democrático entre revolucionarios.
La única manera que tiene la economía planificada para aumentar la productividad de forma distinta al capitalismo, es el control obrero. Este es también el mejor antídoto contra la corrupción. Ninguna otra medida administrativa o burocrática puede sustituirlo.
Yerra quien supone que un ambiente de ausencia de debate y polémicas es el más seguro para la defensa de la Revolución. Un ambiente así solo favorece al capitalismo, que se ve reforzado por el sentido común, el pragmatismo, lo que parece normal y ha funcionado siempre, lo que no necesita ser puesto en duda pues es “natural”. El socialismo, en cambio, precisa para su construcción, es decir, para su creación heroica, de la participación activa, consciente y democrática, de la discusión abierta entre revolucionarios, de que las decisiones fundamentales sean tomadas por las mayorías y no por minorías y grupos de poder.
El debate no puede ser una “recogida de opiniones” por parte de la dirección política del país. El socialismo siempre debe aspirar a la mayor participación popular, y desbrozar los obstáculos que se le interpongan. Debemos pasar de la consulta a la participación decisoria del pueblo en la estrategia económica y política del país. Pudiera aducirse que en la actualidad se discute mucho, sobre los carretilleros, los mercados agropecuarios, las indisciplinas sociales, el reggaetón, papeleos y maltratos burocráticos, pero tengo la impresión de que continúan fuera de la agenda de debate, o no hallan suficiente espacio y socialización, muchos de los temas que apuntan a las esencias, las raíces, las causas.
¿Cuándo vamos a discutir, entre todos, los problemas que atañen a la transición socialista, y no sólo la redacción, los puntos y las comas, y las cuestiones técnicas contenidas en los documentos a debate? ¿Cuándo vamos a discutir lo que entendemos por socialismo, y cuándo sobre las políticas y estrategias para resistir mejor y avanzar? No basta con declarar la irrevocabilidad del socialismo para que los deseos y las buenas intenciones se conviertan en realidad.
El poder revolucionario, que debe ser muy fuerte para enfrentar la reacción y conducir organizada y conscientemente la transición socialista, será más sólido si está compartido entre todos y controlado por todos. Y esta socialización del poder será la única garantía de que nuestro proyecto emancipatorio no se tuerza en un nuevo tipo de dominación de algún grupo, cúpula o casta, que al final siempre termina regresando al capitalismo.
La democracia no la podemos entender sólo como escuchar las opiniones de la gente y procesarlas adecuadamente, o las consultas con las masas, o discrepar “incluso” hasta de lo que digan los jefes (lo que debía verse como algo natural y no casi como un extremo). Democracia es que las bases tengan decisión y control sobre todos los asuntos fundamentales. Conservando intacta la unidad orgánica e ideológica del Partido, en su seno se debe brindar espacio al debate político entre distintas opciones y visiones revolucionarias.
El poder socialista debe saber que la mera existencia de un sector privado de pequeñas y medianas empresas siempre ejercerá presiones de clase en sentido contrario, que podrán ser controladas y sus efectos contrarrestados en la medida que exista una auténtica democracia obrera y los resultados de la lucha de clases a nivel internacional sean favorables al rumbo emancipatorio. Pero en condiciones de aislamiento y control burocrático, con toda su carga de ineficiencia y corrupción, ellas serán un peligro mortal para la Revolución. No por gusto Lenin, en sus últimos días de vida, después de adoptada la Nueva Política Económica (NEP), advirtió premonitoriamente sobre los riesgos que ella entrañaba para lo que él mismo calificaba de “Estado obrero con deformaciones burocráticas”. Lenin vio la NEP como un repliegue. Fue más lejos, llamó las cosas por su nombre y la consideró como un sui géneris capitalismo de Estado. Tampoco resulta gratuito que en la NEP ubicara el Che el germen de todo el desbarajuste posterior en la Unión Soviética.
En varias ocasiones Lenin señaló el antídoto contra la desviación burocrática: “Sólo podremos luchar contra la burocracia sin tregua, hasta la victoria total, cuando toda la población participe en el gobierno”[3]. “Los obreros deben entrar en todas las instituciones, para controlar todo el aparato del Estado […]”[4]
¿Cómo se combate la burocracia? No es un fenómeno individual, de personas malas, oportunistas o corruptas, que esperan agazapadas la oportunidad de hacer daño, que les gusta mucho el papeleo o la comodidad del buró y el aire acondicionado, o que se sienten felices mientras más trabas ponen a la gente común. Pensar que ellas puedan ser controladas o combatidas por otro grupo de burócratas, personas buenas, responsables, honestas, decentes, comprometidas con el pueblo y el socialismo, es una actitud totalmente ingenua, y que deja intacto el problema del poder burocrático. No se puede plantear el problema en términos éticos, donde un grupo de funcionarios honrados controla a otros que no lo son. La burocracia es un fenómeno objetivo, de un grupo dominante, que en condiciones de atraso y aislamiento de la revolución, escapa al control popular y crea sus propios privilegios e intereses. Que dentro de ella no todos sean corruptos, oportunistas y arribistas, y que los haya revolucionarios y honrados, es un dato importante, pero secundario, para el análisis que nos ocupa. La burocracia no puede controlarse a sí misma. El único control efectivo que se le puede oponer para evitar que ella se convierta en un peligro contrarrevolucionario es el de los trabajadores y pueblo en general. La planificación socialista sin una completa democracia obrera es pasto para el despilfarro, la ineficiencia y el robo.
El aparente callejón sin salida al que se enfrenta el proyecto social cubano proviene de la imposibilidad de construir el socialismo en un solo país. Entonces, ante el retardo de la revolución latinoamericana se ve como única salida probable la adopción de reformas de mercado. Y es que aun desarrollando al máximo las potencialidades de la democracia obrera, a la Revolución Cubana le será muy difícil escapar a las duras condiciones económicas de atraso impuestas por el aislamiento y las profundas distorsiones en el proyecto que él provoca. Resurgirán una y otra vez todas las viejas porquerías del capitalismo, al decir de Marx.
Ningún análisis que pretenda el avance del proyecto cubano de justicia, libertad e igualdad social, puede limitarse al ámbito interno, a lo que está en nuestras manos y podemos hacer aquí. Al final, el factor decisivo del que dependerá el triunfo o no del socialismo cubano será el desenlace de la lucha de clases a nivel mundial
Para nosotros es cuestión de vida o muerte la extensión de la revolución socialista por toda América Latina, empezando por el ALBA. La Revolución Cubana debe argumentar a favor de la expropiación de la oligarquía, los capitalistas y el imperialismo, como la única forma de poder avanzar en los países latinoamericanos. Para la Revolución Cubana una política internacionalista no es sólo una cuestión moral o de tradición, sino de sobrevivencia.
En los años finales de la URSS las corrientes revolucionarias que pretendían la defensa y profundización del socialismo reclamaban una vuelta a Lenin y los bolcheviques, para encontrar allí sustento a sus posiciones. Nosotros hoy, ante el descalabro del modelo estalinista y burocrático de socialismo, y ante los peligros reales de restauración capitalista que empiezan a vislumbrarse, podemos encontrar la alternativa en nuestra propia historia, en nuestra suerte de “bolchevismo” cubano de la primera década de poder revolucionario, en sus aportes originales. Claro, para que esa recuperación sea útil y verdadera, deberá ser creadora, no una copia mecánica.
A los 50 años de publicado El socialismo y el hombre en Cuba necesitamos al Che de vuelta al camino con la adarga al brazo, para que nos acompañe en nuestros combates de hoy, y para que, como dijera el trovador, nos hale las orejas si algún día malo nos olvidamos de él.
[1] Guevara, Ernesto: “El socialismo y el hombre en Cuba”. En: Cátedra de Formación Política Ernesto Che Guevara: Introducción al pensamiento marxista. Ediciones Madres de Plaza de Mayo, Buenos Aires, 2003, p. 213.
[2] Ernesto Che Guevara: “Selección de notas críticas sobre obras económico-filosóficas del marxismo”, en: Apuntes críticos…, p 234-235.
[3] VIII Congreso del PC(b)R, 19 de marzo de 1919, Contra el burocratismo, Lenin, Editorial Anteo, Buenos Aires, 1988.
[4] Discurso en Conferencia apartidista en Blagusha-Lefortovo, Contra el burocratismo, Lenin, Editorial Anteo, Buenos Aires, 1988.
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