El 24 de marzo de 1952, los jóvenes viajeros arriban a territorio peruano por Tacna, primera población visitada de este país. La estancia en Perú se extiende hasta el 21 de junio, abarcando un período de casi 4 meses en los que repitieron los mismos modos de improvisación para conseguir alojamiento, comida y transportación debido a la carencia de dinero y en los que el asma de Ernesto no era compatible con la diversidad climática.
Recorren Tacna, Tarata, Puno (donde navegan el lago Titicaca), Juliaca; Sicuani, Cuzco, Machu Picchu, Abancay; Huancarama, Huambo, Andahuaylas, Huanta; Ayacucho, Huancayo, La Merced, Oxapampa; San Ramón, Tarma, Lima, Cerro de Pasco; Pucallpa, Iquitos y el leprosorio de San Pablo.
De sus visitas por los diferentes territorios de Perú elabora 16 crónicas. En ellas, como de costumbre, refleja todo lo que absorbe su mirada ávida, una mirada que, a medida que se lee su diario, es fácil percatarse cómo va dejando lo jovial para ser cada vez más exhaustiva, más crítica, más humana y más fiel a la realidad americana. Es el momento en el que el joven rebelde da el salto al joven estudioso del entorno. Describe la pobreza que llena sus ojos y la impresión que le causó su encuentro con el indígena peruano:
(…) es una raza vencida la que nos mira pasar por las calles del pueblo. Sus miradas son mansas, casi temerosas y completamente indiferentes al mundo externo. Dan algunos la impresión de que viven porque eso es una costumbre que no se puede quitar de encima.
Su mirada del indígena pone en contraste su esplendor pasado y su miseria actual. Una raza que, aunque conserva su idioma, vestimentas, ritos, tradiciones y costumbres, se halla vencida por la civilización, avergonzada y por tanto necesitados de una educación que no sea sumisa y deplorable, sino una que los rehabilite y los haga sentirse orgullosos de sí mismos y de su pasado.
En las crónicas llamadas “el ombligo”, “la tierra del inca”, “el solar del vencedor” y “Cuzco a secas” resalta todo lo referente a la cultura incaica, los valores arquitectónicos de las construcciones del Cuzco y Machu Picchu, así como su valor histórico al resistir los embates de la conquista española y conservarse de manera tal que puede conocerse cómo era el modo de vida de este pueblo y que constituye, como dijera Ernesto:
(...) una pura expresión de la civilización indígena más poderosa de América, inmaculada por el contacto de la civilización vencedora y plena de inmensos tesoros de evocación entre sus muros muertos de aburrimiento de no ser, y en el paisaje estupendo que lo circunda y le da el marco necesario para extasiar al soñador que vaga porque sí entre sus ruinas, o al turista norteamericano que, cargado de practicidad, encaja los exponentes de la tribu degenerada que puede ver en el viaje, entre los muros otrora vivos y desconoce la distancia moral que las separa, porque son sutilezas que sólo el espíritu semindígena del americano del sur puede apreciar.
En “Huambo” explica con detalles la situación crítica del leprocomio donde las condiciones sanitarias son terribles, carecen de laboratorio y servicio quirúrgico, razones suficientes para calificar la situación de calvario, como expresara una enferma y con la cual concordó Ernesto en su relato.
Ya en el final de una de las más importantes etapas del viaje, llegan a “La ciudad de los virreyes”: Lima. En esta crónica expresa: Lima es una bonita ciudad que ya enterró sus pasados coloniales (por lo menos después de ver el Cuzco) tras casas nuevas. En estrecha comparación con el Cuzco, describe la construcción de la capital:
La parte de Lima que tiene valor anecdótico está en el centro de la ciudad y rodea a su magnífica catedral, tan diferente a esa mole pesada del Cuzco, donde los conquistadores plasmaron el sentido toscamente monumental de su propia grandeza. (...) Lima es la representante completa de un Perú que no ha salido de estado feudal de la colonia: todavía espera la sangre de una verdadera revolución emancipadora.
Abordo de El Cisne navegan por el Amazonas rumbo al leprosorio de San Pablo. En su crónica “ucayali abajo” narra todas las inclemencias del tiempo y del entorno a las que estuvieron sometidos durante el viaje hasta finalmente llegar a una ciudad baja con algunos edificios algo más altos, rodeados por la selva y coloreados por la tierra roja del suelo.
La manera en que festejó sus 24 años quedó descrita en “el día de San Guevara” y de gran importancia son las palabras que dijera en la acogida que le hicieron por la noche en el lugar donde le habían brindado hospedaje:
(...) Quiero recalcar algo más, un poco al margen del tema de este brindis: aunque lo exiguo de nuestras personalidades nos impidan ser voceros de su causa, creemos, y después de este viaje más firmemente que antes, que la división de América en nacionalidades inciertas e ilusorias es completamente ficticia. Constituimos una sola raza mestiza que desde México hasta el estrecho de Magallanes presenta notables similitudes etnográficas. Por eso, tratando de quitarme toda carga de provincianismos exiguos, brindo por Perú y por América Unida.
El 20 de junio salen de San pablo, navegan a bordo de la balsa Mambo-Tango por el Amazonas y, pasado unos días, llegan a Leticia, Colombia, el 23 de junio, como el nuevo “Ernesto” con nuevas ansias de conocimiento, como expresó de Granados.
25 de Marzo de 2022 a las 14:55
Mirada perspicaz y humana, propio de seres como Sócrates, Jesús , José María Arguedas y el gigante Ernesto Guevara
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