Aclaración inicial
Esta especie de encuesta a que me convida Cubaperiodistas obviamente me mueve a pensar y emitir criterios desde y para el ejercicio comunicativo mediante la práctica del periodismo. Por tanto excluyo de mis palabras la comunicación a través de otras actividades como la educación, la creación artística y literaria o la política, por citar solamente algunos casos en que la vida y la obra martianas son, con frecuencia, referentes significativos en sus procederes.
¿Por qué y para qué hay que comunicar la vida y la obra de Martí?
La respuesta abarca la vida cubana en todos sus diversos campos y sectores sociales ya que Martí es hoy un símbolo de la nación como consecuencia, tras su muerte en combate, de un proceso de apropiación de su persona, de sus ideas y de su actuar por los más diversos sectores de la sociedad. Tal carácter simbólico trasciende el alcance de los símbolos patrios oficiales como la bandera, el escudo y el himno, pues Martí no es un objeto o una pieza musical, sino una persona, lo cual le confiere riqueza, variedad, matices y complejidad de significados, debidos ello, además, en muy alta medida, por las propias magnitud y valía de su escritura, la hondura y universalidad de su pensamiento y la eticidad de su conducta.
En dos palabras: Martí ha sido a lo largo del siglo XX y en lo que va de la actual centuria un guía del pueblo cubano para fomentar una sociedad más equilibrada, justiciera y unitaria. No es casual que el enjuiciamiento crítico de la república mediatizada y que los proyectos revolucionaros de los años 30 y 50 del aquel siglo se adscribieran a la palabra y al espíritu humanista martianos para rescatar a la nación de las dependencias y ampliarle sus horizontes hacia una sociedad y personas mejores.
Por todo lo dicho anda la explicación del por qué nos planteamos este debate. El para qué es justamente para que no se pierda su valor simbólico y para que su perspectiva y sus principios nos ayuden a escoger los caminos más acertados a fin de errar lo menos posible y para sostener siempre el análisis crítico de nuestro trabajo en el presente. Martí nos convoca y nos reúne a la vez que nos obliga a estudiarnos como individuos y como sociedad. Es necesario, entonces, debatir cómo comunicarlo en estos tiempos.
¿Cómo comunicar su vida y su acción?
He de advertir desde el principio que en cuanto diga a continuación no hay la pretensión de agotar el tema ni, mucho menos, de entregar un plan de acción y sus ajustes para los distintos medios por los que se expresa el periodismo cubano actual. Lo que quiero es apuntar una tesis central, un objetivo mayor, y cómo hay que adecuar a ello las características y requerimientos de cada medio de difusión.
Martí es un caso especial entre las personalidades históricas notables cubanas y universales: su presencia se hace sentir con fuerza colectiva e individualmente y puede afirmarse que cada cubano tiene su propio Martí, y aunque a veces haya apreciaciones indudablemente equivocadas, la aplastante mayoría son positivas y resaltan en ellas tres elementos decisivos, no necesariamente presentes los tres por igual para todas las personas: los sentimientos, la ética y la razón.
Sin embargo, hace ya bastante tiempo que se observa un cierto agotamiento ante la presencia martiana en los medios. Puede influir en ello la reiteración de mensajes que repiten las mismas ideas, frases y conceptos acerca de su persona. Mas, a mi juicio, también son causales de ello la poca novedad en los medios acerca de la gigantesca obra escrita de Martí; de la originalidad y autoctonía de su expresión, de sus idea y de su cultura universal; el sorprendente grado de profundidad de su conocimiento de la personalidad y el carácter humanos, y, de modo particular, la poca atención que se presta a su condición humana, a sus dolores, a sus angustias, a sus sufrimientos, a sus dudas, a sus fracasos, a sus errores. Conocer de estos asuntos no lo devalúa; por el contrario: nos acerca más a él porque nos permite entenderlo como otro ser humano al igual que uno y, sobre todo, porque nos ayuda a comprender su extraordinaria capacidad para sobreponerse por encima de las dificultades y las incomprensiones sin cejar en sus propósitos. Era, sin dudas, un hombre de gran fortaleza espiritual.
Varios de estos elementos que señalo antes atiendan a los llamados a humanizarlo, entendiendo por ello, desde luego, no sus reacciones biológicas, como a veces algunos han querido hacer.
Para mí, el punto esencial de cualquier estrategia para comunicar la vida y la obra martianas es apuntar hacia la lectura del propio Martí. Sé que en estos tiempos hay una fuerte tendencia a abandonar la lectura de textos más o menos extensos, a veces hasta de una página de treinta o cuarenta líneas. Basta frecuentemente menos de una línea o una imagen, como suele hacerse en las llamadas redes sociales, para satisfacer la curiosidad informativa y la comunicación interpersonal y grupal. Ello, además de reducir la capacidad de comprensión de las complejidades de la vida social y del mundo natural, minimiza la tarea analítica del pensamiento.
Aclaro que no estoy en contra del viejo axioma de la prensa escrita de que una foto hay momentos en que nos dice más que un texto, lo cual ha sido un lema adoptado por el periodismo audiovisual. Lo que hay que comprender es cómo usar tal proceder, sin la pretensión de que ello sea lo único que se lea y que se echen a un lado los textos largos, y de contenido y estructuras complejas.
Martí solo es plenamente comprensible a partir de sí mismo, de sus escritos, en los que volcó tanto su espiritualidad, sus sentimientos, como su razonar desde una lógica impecable. Su empleo de la imagen es de una eficacia notable para inducirnos al análisis y a la pelea por transformar en bien del hombre los males de la sociedad. No basta con aducir la elegancia y el buen decir de su estilo y de su manejo de la lengua: hay que entender el alcance de las ideas, los sentimientos y las emociones que trasmite lo mismo en un escrito para un periódico que en un discurso, en una carta personal y hasta en un poema.
El Maestro manejó la polisemia con destreza sin igual gracias a su comprensión del uso de las figuras literarias, cuyo sentido animador de los procesos del pensar a menudo se nos olvida. El símil, la metáfora, el oxímoron y demás procedimientos de la escritura son formas del pensar; lo que se escribe —como también el habla— responde a ideas, son procesos mentales, no solamente maneras de buscar la aceptación de estas fundamentales vías comunicativas. Martí fue hasta un anticipador de los procedimientos cinematográficos como el corte y la edición al narrarnos en su periodismo determinados sucesos; a plena conciencia tomó de las artes visuales, especialmente de la pintura, el color y la composición; y del teatro —una de sus pasiones desde la adolescencia— el diálogo y la contraposición de los personajes más el movimiento escénico. Por todo ello insisto en que la mejor manera de comunicarlo, o sea, de conocerlo en toda su intensidad y profundidad, es hacerlo desde él mismo, desde su propia palabra. Para mí, esta es la clave.
Cómo hacerlo depende de la capacidad y el talento profesional del periodista en su condición de comunicador y de su manejo de las características y posibilidades del medio en que se desenvuelve. No excluyo al profesor y al investigador que se valen de los medios para comunicarnos aspectos de la vida y la obra de Martí. Lo importante es que el manejo del texto martiano por quien comunica sepa integrar lo que él hace siempre en su escritura, y evidentemente en sus relaciones personales: darnos al mismo tiempo, juntos, sentimientos, eticidad y razón.
Para tales propósitos estimo que hay ciertos puntos que han de tomarse en cuenta en los distintos medios según sus propias características. Me atrevo a recomendar algunas sugerencias.
Hay que evitar tanto el lenguaje ampuloso, la tentadora intención de imitar el estilo martiano a Martí con cierto toque “poético” que por lo general queda en un plano de mediocridad con ribetes francamente ridículos. Estudiar y conocer a Martí, incorporarlo a nuestra conducta y valores siempre es deseable; imitarlo es tontería y algo imposible.
Hay que erradicar el “teque”, tan metido en la expresión nacional, sobre todo de compañeros con responsabilidades de dirección, e incluido todavía de manera destacada en los medios. El “teque” es muestra de pobreza de ideas y de expresión, además de repetitivo de frases hechas que conducen hasta el aburrimiento y el desinterés por el propio asunto o tema que se trata. Y aburrir y desinteresar en lo que a Martí se refiere, además de un crimen contra su memoria y la necesidad de su presencia viva, indica pereza e incapacidad para comunicar.
Hay que trabajar con todos los géneros periodísticos, dándoles el uso que las circunstancias, las posibilidades y la carta de estilo del medio ameriten. Se debe rescatar el editorial, prácticamente abandonado de modo inexplicable en los medios cubanos. Hay que acudir más a la crónica y al comentario personal. Se debe abrir espacio a la presencia oral y escrita de los investigadores de la obra martiana, que no son pocos a lo largo del país y cada día hay más en el planeta.
En cuanto a los contenidos, se deben considerar los temas tratados por Martí en sus textos, sus puntos de vista al respecto y sus valoraciones a partir de ellos. Llamo la atención de emplear su poesía para entregar su pensamiento: en ella está su filosofía en gran medida.
Hay que ofrecer sus criterios y su ejercicio de la amistad, su amor a los niños, su postura ante la mujer, la diversidad cultural, su oposición al racismo, y nunca dejar de lado sus tareas como dirigente del pueblo cubano, su labor de unidad en el Partido Revolucionario Cubano, su antimperialismo visceral, su sentido e intentos por la difusión cultural, su originalidad de criterios y de programa para la república cubana.
Se debe ampliar la gigantesca gama de las materias tratadas por Martí, su permanente actualización, la amplitud geográfica y cultural de su mirada a su mundo.
El gran reto es el cómo, pero no puede echarse tampoco a un lado el qué. Así que procede comunicar acerca de su estilo, de sus escritos y de sus tareas sociales diversas, de su opinión sobre sí, su familia y sus amigos.
Hay que dialogar con Martí y dirigir a ello a quienes acceden a los medios. En fin, hay que incorporar más al Maestro a la vida y a los sentimientos de este pueblo. Martí puede y debe ser nuestro principal crítico ante la Cuba de ahora y nuestro trabajo en ella sin convertirle en un latoso cura o preceptor de siglos pasados.
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