Fidel en la Primera Declaración de La Habana. Foto: Raúl Corrales
*Publicado originalmente el 2 de septiembre de 2020 con motivo de los 60 años de la Declaración de La Habana
Fue soleado aquel 2 de septiembre de 1960. La Plaza de la Revolución de La Habana reverberaba. Se calcula que por primera vez nos reunimos allí alrededor de un millón de cubanos. Aquel espacio parecía pequeño a quienes lo ocupábamos. Había alegría, cantos, consignas, risas.
Nadie fue allí con miedo. No había temor, a pesar de que muchos con experiencia de vida, de la fracasada Revolución del 30, de la lucha contra la dictadura batistiana nos hacían saber a los más jóvenes que lo ocurrido días antes en Costa Rica, cuando el Gobierno Revolucionario cubano fue condenado por la OEA, era un paso más hacia la confrontación directa contra el país y sus sueños que comenzaban a hacerse realidad. Menos de un año después vendría la invasión mercenaria por Playa Girón, armada, entrenada y conducida hasta nuestras costas por Estados Unidos y derrotada en 72 horas.
Yo tenía 14 años de edad. Estuve en la Plaza con mis padres. Regresamos a casa, cansados por las horas de pie y la caminata de vuelta. Estábamos felices, orgullosos, impresionados por el liderazgo de Fidel, dispuestos a seguirlo. Mi padre me dijo: “Cuba vuelve a ser grande como cuando los mambises se fueron para el monte.” Y me advirtió: “Esta Declaración es como si Martí la hubiera escrito.”
Cuánta razón tenía mi padre: en sus cinco puntos declaratorios el documento menciona a Martí por su nombre en tres ocasiones, y su espíritu e ideas se hallan muy claramente en más de una de sus afirmaciones.
“Junto a la imagen y el recuerdo de José Martí…” Así comienza la Declaración, signando la adscripción de ese pueblo allí presente a su Apóstol, a su Maestro. Luego identifica a nuestra América, la de sus próceres libertadores: “Bolívar, Hidalgo, Juárez, San Martín, O'Higgins, Sucre, Tiradentes y Martí.” Y en un tercer momento dice: “la Asamblea del Pueblo de Cuba proclama el latinoamericanismo liberador que late en José Martí y en Benito Juárez.”
Martí asociado, pues, con los demás héroes, con los demás fundadores. Y aquella Revolución que avanzaba hacia su tercer año se declaraba parte de la historia propia, la del país y la del continente nuestro, frente al imperialismo de Estados Unidos.
¿Y acaso esta relación de derechos de esos pueblos no parece obra de Martí?
“El derecho de los campesinos a la tierra; el derecho del obrero al fruto de su trabajo; el derecho de los niños a la educación; el derecho de los enfermos a la asistencia médica y hospitalaria; el derecho de los jóvenes al trabajo; el derecho de los estudiantes a la enseñanza libre, experimental y científica; el derecho de los negros y los indios a la ‘dignidad plena del hombre'; el derecho de la mujer a la igualdad civil, social y política; el derecho del anciano a una vejez segura; el derecho de los intelectuales, artistas y científicos a luchar, con sus obras, por un mundo mejor; el derecho de los Estados a la nacionalización de los monopolios imperialistas, rescatando así las riquezas y recursos nacionales; el derecho de los países al comercio libre con todos los pueblos del mundo; el derecho de las naciones a su plena soberanía; el derecho de los pueblos a convertir sus fortalezas militares en escuelas, y a armar a sus obreros, a sus campesinos, a sus estudiantes, a sus intelectuales, al negro, al indio, a la mujer, al joven, al anciano, a todos los oprimidos y explotados, para que defiendan, por sí mismos, sus derechos y sus destinos.”
¿Acaso no anda Martí por estas palabras aprobadas por la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba aquel 2 de septiembre de 1960?
“El deber de los obreros, de los campesinos, de los estudiantes, de los intelectuales, de los negros, de los indios, de los jóvenes, de las mujeres, de los ancianos, a luchar por sus reivindicaciones económicas, políticas y sociales; el deber de las naciones oprimidas y explotadas a luchar por su liberación; el deber de cada pueblo a la solidaridad con todos los pueblos oprimidos, colonizados, explotados o agredidos, sea cual fuere el lugar del mundo en que estos se encuentren y la distancia geográfica que los separe. ¡Todos los pueblos del mundo son hermanos!”
¿Y no es este el latinoamericanismo martiano aprobado por esa misma Asamblea?
“Ratifica, por ello, su decisión de trabajar por ese común destino latinoamericano que permitirá a nuestros países edificar una solidaridad verdadera, asentada en la libre voluntad de cada uno de ellos y en las aspiraciones conjuntas de todos.”
Lo supe entonces y lo sé hoy todavía: esta Revolución anda con Martí. Él estuvo vivo el 2 de septiembre de 1960 en la habanera Plaza de la Revolución, hace sesenta años.
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