Rubén, más allá del poema


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Rubén Martínez Villena (Detalle)

Carlos Enríquez (1900-1957)

Tinta, 290 x 216

El período entre 1923 y 1935 que unió a intelectuales y luchadores sociales bajo el espíritu de las vanguardias literarias y artísticas en Cuba, tuvo un líder: Rubén Martínez Villena ─1899-1934─. El acontecer nacional e internacional propició la creación de una plataforma política para modernizar a la nación, bajo las enseñanzas de José Martí. El ejemplo de la Revolución mexicana de 1910 y la Revolución de Octubre en Rusia de 1917; la Reforma Universitaria de Córdoba en 1918; la lucha armada de Augusto César Sandino, el General de Hombres Libres, en Nicaragua, durante los años 20; el rechazo popular hacia dictaduras como las de Venezuela y Perú; los golpes de Estado como el de Ecuador en 1925 y el entreguismo a los gobiernos de Estados Unidos por las oligarquías latinoamericanas, junto a la nefasta práctica política de intervenciones yanquis e intromisión en los asuntos internos de nuestros pueblos, constituyeron estímulos para la creación en el país de organizaciones como la Falange de Acción Cubana, la Hermandad Ferroviaria, el Movimiento de Veteranos y Patriotas, la Federación de Estudiantes Universitarios, la Universidad Popular José Martí, la Liga Anticlerical, la Sección Cubana de la Liga Antimperialista de las Américas, el Grupo Minorista y el Partido Comunista.

Congresos de estudiantes, mujeres, obreros, veteranos y patriotas; manifiestos y manifestaciones cívicas y nacionales que, por nacionalistas, terminaron siendo antimperialistas, sumaron voces como las de Juan Marinello y Emilio Roig de Leuchsenring, de participación política y social muy activa. El liderazgo de Rubén se fue formando desde la cultura. Los temas poéticos, literarios y artísticos, junto a los sociales y políticos, tenían un peso en las reuniones de jóvenes con preocupaciones educacionales, cívicas, sociales, culturales, patrióticas, económicas y políticas. Si bien Agustín Acosta se había acercado a los temas sociales en algunos de sus poemas, cargaba todavía con un estilo retórico que a los jóvenes de entonces les olía a naftalina. Rubén, con imaginación y humor, introdujo asuntos en que el patriotismo se rizaba con el erotismo más audaz y saldaba cuentas con un modernismo pasatista anunciando nuevos rumbos y recursos que algunos han llamado “ironía sentimental”, y otros, prevanguardia.

Si la fuente de los poemas de Rubén fue el posmodernismo más refinado, todavía con un cierto sabor parnasiano, la revisitación del espíritu romántico dejaba una huella de tono levemente menor con temas inclinados hacia la sociedad y la individualidad. Se trataba de un lenguaje de exploración moderna que animó el prólogo a las vanguardias artísticas y literarias. La ironía, viejo recurso usado desde Sócrates con su carga dinamitera de sarcasmo, se presenta ahora como fundamento de una perspectiva y humor reflexivos que se mezclaban con la angustia y la sed de justicia, frente al desencanto y la frustración por a dónde había ido a parar la añorada república. Su sensibilidad poética estuvo marcada por el reclamo de un cambio como necesidad social y requisito patriótico. Su belleza estaba acompañada de cierta melancolía y dolor por el desamparo del ser humano, y la burla lúdica e irónica sostenía un diálogo natural dirigido hacia la heterodoxia en la praxis social, con audaces y atrevidos asuntos, lo mismo de las ciencias políticas que de las ciencias puras y el arte en general: cuestionaba los valores tradicionales al proponer en su rejuego de prosaísmo y formalismo una refundación de la cultura cubana. Aunque no tenía completas las herramientas formales poéticas para hacerlo, se adelantó en los contenidos del replanteo social y político, y de la concepción del mundo. Además de en el poema, buscó incesantemente la poesía en las transformaciones sociales, aspiración de Martí por un mundo más justo. Fue una poesía de cambio que aspiraba a ser nueva e ir más allá de sus versos.   

El año 1923 marcó una ruptura evidente en la entonces abúlica cultura cubana. Se ha tomado la Protesta de los Trece, encabezada por el joven poeta y abogado, como acto fundacional de un nuevo período, hasta la caída del dictador Gerardo Machado en 1933; “la década crítica”, bautizada así por Juan Marinello, en realidad duró hasta 1935. La Protesta… ocurrida en el paraninfo de la Academia de Ciencias ante un auditorio convocado por el Club Femenino para homenajear a la escritora uruguaya Paulina Luissi, se basó en un pronunciamiento que expresaba la inconformidad de la juventud cubana ante la corrupción política y administrativa del gobierno de Alfredo Zayas, representada por la actuación del ministro de Justicia Erasmo Regüeiferos, presente en la cita, quien refrendó un decreto inmoral para la adquisición del Convento de Santa Clara. El suceso estremeció al país y revitalizó la conciencia nacional, desencadenando críticas al panorama socioeconómico y moral de la nación. A partir de entonces se consolidó el espíritu renovador de las vanguardias artísticas y literarias, movilizándose un pensamiento de transformación cultural, social y político con la creación de instituciones y publicaciones, hasta la vigorización de un ideario nacionalista y antimperialista.

Por primera vez se revelaba a la opinión pública un acto escandaloso de corrupción y se denunció al principal implicado. Los 15 jóvenes que participaron fueron Rubén Martínez Villena, José Antonio Fernández de Castro, Calixto Masó, Félix Lizaso, Alberto Lamar Schweyer, Francisco Ichaso, Luis Gómez Wangüemert, Juan Marinello, José Zacarías Tallet, José Manuel Acosta, Primitivo Cordero Leyva, Jorge Mañach, J. R. García Pedrosa, Emilio Teume y Ángel Lázaro, quienes al salir del acto redactaron un manifiesto, publicado al día siguiente, en el que daban a conocer sus razones; dos de los participantes declinaron firmarlo: Emilio Teume por ser masón como Regüeiferos, y Ángel Lázaro, ciudadano español, temeroso de ser deportado. Todos fueron acusados por el “delito de rebelión”, luego cambiado por “delito de injurias”, tras fuerte presión de la defensa, y la causa fue finalmente sobreseída. En aquella primera crisis republicana, el ya maduro pensamiento político de Martínez Villena resultó decisivo.

A inicios de la década, Rubén era asiduo a la tertulia del teatro Martí; cuando en 1923 estas peñas se trasladaron a los bajos del hotel Lafayette, donde almorzaban, afianzó su natural liderazgo. Había encabezado otros manifiestos, como el de la Falange de Acción Cubana, que “sin interés personal ni afán partidarista de política, ni otra aspiración que el mejoramiento patrio; sin utopismos juveniles, ni más programa que lo que estima cumplimiento de un deber; con plena confianza en la bondad o inteligencia del pueblo de Cuba; con la convicción razonada de que ahora más que nunca merece ser libre, porque ya sabe serlo; conociendo que el problema capital básico y productor de todos nuestros males es la ignorancia no culpable de este pueblo, en la que a algunos conviene mantenerlo para lucro patricida; Falange de Acción Cubana, quiere ser y será: // Una Asociación de Instrucción Pública gratuita, un representante fiel de la opinión pública, una vanguardia cívica y valiente, hasta no temer más que el olvido de su propio deber” (“Falange de acción cubana”, en Rubén Martínez Villena.  Poesía y prosa, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1978, t. II, p. 273). Otro manifiesto de 1927, la “Declaración del Grupo Minorista”, también impulsado por Rubén junto a un grupo de jóvenes intelectuales, abogaba: “Por la revisión de los valores falsos y gastados. // Por el arte vernáculo y, en general, por el arte nuevo en sus diversas manifestaciones. // Por la introducción y vulgarización en Cuba de las últimas doctrinas, teóricas y prácticas, artísticas y científicas. // Por la reforma de la enseñanza pública y contra los corrompidos sistema de oposición a las cátedras. Por la autonomía universitaria. // Por la independencia económica de Cuba y contra el imperialismo yanqui. // Contra las dictaduras políticas unipersonales, en el mundo, en la América, en Cuba. // Contra los desafueros de la seudodemocracia, contra la farsa del sufragio y por la participación efectiva del pueblo en el gobierno. // En pro del mejoramiento del agricultor, del colono y del obrero de Cuba. Por la cordialidad y la unión latinoamericana” (ibídem, p. 289). Entre la variedad del minorismo firmó la declaración algún que otro intelectual que el agudo filo de la palabra de Raúl Roa calificó de “cagatinta”, “botafumeiro” o “políglota confuso, profuso y difuso”. Martínez Villena, más allá de los partidos políticos, comenzó por el principio: atacando la ignorancia y promoviendo la educación y la cultura, la independencia económica de Cuba, y sobre todo, convocando a la unión.

En 1923 escribió para el Colegio de Abogados de La Habana un programa convertido en un credo, que en sus palabras de inicio enfatizaba: “Creo, como Martí, que: ‘La Libertad es el derecho que tiene todo hombre a ser honrado y a pensar y a hablar sin hipocresía’. // Creo que la condición del Cubano Libre, por la historia del que se expresó así, convierte ese derecho de hombre en obligación de ciudadano. // Creo que todo funcionario puede equivocarse y todo ciudadano señalarle sus errores y el funcionario, como tal, debe agradecerlo, teniendo en cuenta la opinión pública cuando ésta, por cualquier medio, demuestre el desacuerdo con su actuación” (“Credo y programa”, ibídem, p. 12). Ese mismo año, para El Universal, escribió “La Revolución de 1923”, “apuntes que acaso no sean inútiles en el futuro, para la Historia del presente”, en los cuales se abordan “causas históricas antiguas”, como la inconformidad del pueblo, el fracaso continuado de los Partidos, el engaño electorero y las deficiencias de la legislación electoral; también se señalan “causas históricas contemporáneas”: burocracia, ignorancia, despilfarro, ostentación, favoritismo, corrupción, desvergüenza administrativa...; entre las “provocadoras inmediatas” se señalan la represión judicial injusta y las medidas inconstitucionales de opresión. Rubén avizora antecedentes y factores adversos y favorables; entre los primeros, la suspicacia justificada del pueblo cubano y el recelo a creer en las promesas, las compañas de injurias por la prensa mercenaria, la inercia psíquica del intelectual pesimista…; entre los segundos, las virtudes, confianza y fe en el pueblo cubano, así como la campaña de la prensa digna, el aumento de la divulgación científica, la actuación de la mujer y los jóvenes, y la cooperación tácita de las clases económicas (ibídem, pp. 20-31). También de ese año es su artículo “¡En guardia!”, en el mismo periódico, en que avisa: “¡La malicia! He ahí el talento del mediocre, del incapaz, del débil” (ibídem, pp. 32-36).

En la prosa política de Rubén se destaca “Un aspecto del problema económico de Cuba” ─publicado en la revista Venezuela Libre, año V, No. 1, de junio de 1926─, en que identifica como causa originaria de la inestabilidad financiera en la vida económica nacional, que el país dependa del precio de un producto primordial: el azúcar. Denuncia que ese precio se fija en el extranjero de acuerdo con aquellos intereses, la utilidad real mayor de la venta queda en manos extrañas y la parte dejada en Cuba llega también ellas después de una efímera permanencia entre nosotros (ibídem, pp. 76-81).

En enero de 1927 Rubén le envió a Mella varios informes para que fueran utilizados en un congreso mundial de denuncia al imperialismo en Bruselas que se efectuaría el 15 de febrero; “Machado: el fascismo tropical” fue uno de estos, en que se detalla cómo el “Asno con garras” destruyó la prensa opositora, estableció una política de cuarteles con el propósito continuista de la dictadura bajo la “prórroga de poderes”, aplicó tácticas de atemorización usando a delincuentes y organizó una farsa electoral para la reelección (ibídem, pp. 88-100). En “Cuba, factoría yanqui”, el primer análisis marxista de la economía cubana, también enviado a Mella, analiza profundamente el tema de la tierra y las minas, las industrias, el comercio, los bancos, las comunicaciones y el capital yanqui en la Isla. El analítico informe recoge muchos datos, uno de los cuales revela rápidamente severas deformaciones económicas que llegan a nuestros días: mientras que el cuadro de importaciones necesita siete páginas de un boletín emitido por el gobierno, con 418 productos, las exportaciones caben en página y cuarto, con la exigua cantidad de 68 (ibídem, pp. 107-164).

Rubén fue un eterno joven justiciero. Su epistolario, uno de los géneros más íntimos, revela esa condición. Bastaría revisar las cartas a su esposa, hermanas, familiares y amigos desde el sanatorio del Cáucaso en la URSS, donde intentaban curarle la tuberculosis. En una de sus últimas cartas, firmada el 21 de enero de 1933, le confesaba a su hermana Judith: “La cuestión es conservar siempre un pedacito interior de niñez; mientras eso exista podemos estar seguros de que aún podemos mejorarnos (ser más comprensivos, aprender cosas nuevas, ser capaces de generosidad) y así podemos alegremente acercarnos a la vejez, mientras algo no sólo permanece joven, sino está caminando hacia la juventud dentro de nosotros” (ibídem, pp. 515-516). Hizo públicas algunas cartas, como la dirigida al Dr. Jorge Mañach, a propósito de su malintencionada glosa “Elogio de nuestro Rubén”, en torno a lo que Villena califica “travesura amistosa” de su amigo José Antonio Fernández de Castro, quien intentaba publicar un libro con los versos de Rubén. Mañach se metió en terreno equivocado, pues el joven revolucionario manejaba mejor la ironía. En la carta se burla del “eminente crítico” de varias maneras; baste un ejemplo: “Una sola forma de corresponder a tamaña y munífica gentileza se me ocurre: siempre que haya de citarte, a mi vez he llamarte “nuestro Jorge”; aunque siendo varios los que se han destacado con dicho nombre, me vea obligado a añadir entre paréntesis una pertinente aclaración de cuál es el Jorge extranjero a que indirectamente aluda; así, por ejemplo: “nuestro Jorge” (el otro es Jorge Manrique); “nuestro Jorge” (el otro es Jorge Washington); “nuestro Jorge” (el otro es Jorge V); “nuestro Jorge” (el otro es Jorge Isaacs), con cuya variedad de comparaciones, afortunadamente posibles, haré resaltar, según el caso, distintas virtudes de tu personalidad multifacética” (ibídem, p. 349).

Pero Rubén Martínez Villena sí fue poeta, uno de los más importantes de la república, aunque Mañach fuera incapaz de apreciarlo, como le ocurrió también con José Lezama Lima. Rubén es poeta, entre otras razones, por el germen nuevo que sembró por diversas vías, en lo revolucionario de su audaz contenido y en las insinuaciones formales de experimentación para aproximarse a las vanguardias. Cuenta Roa, su mejor biógrafo, que el poeta había sostenido una polémica con un amigo sobre la posibilidad o no de que el encendido erotismo en la poesía lindara con la pornografía. Rubén escribió “Soneto” y, sin darle la cara al amigo, lo coló por debajo de la puerta de su casa: “Te vi de pie, desnuda y orgullosa, / y bebiendo en tus labios el aliento, / quise turbar con infantil intento / tu inexorable majestad de diosa. // Me prosternó a tus plantas el desvío, / y entre tus muslos de marmórea piedra, / entretejí con besos una hiedra / que fue subiendo al capitel sombrío. // Suspiró tu mutismo brevemente / cuando la sed del vértigo ascendente / precipitó el final de mi delirio; // y del placer al huracán temiendo, / se doblegó tu cuerpo como un lirio / y sucumbió tu majestad gimiendo”.

 


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