Se fue nuestro amigo y maestro enorme del arte cubano Pedro de Oraá. Su lucidez pictórica tuvo asidero en su lucidez intelectual.
Lo devuelvo en sus palabras: “El acto día de senil esencia/ Y en devenir intrépido ya siento/ qué eternidad conjurará su ausencia”.
Tomás Sánchez / Facebook.
Fotos: Internet
Hace unos años, Manuel López Oliva dijo acertadamente sobre Pedro: “Oraá se ubica dentro de esos casos excepcionales de profesionales de las artes visuales que hemos desarrollado, simultáneamente y con constancia, faenas literarias; como ha sido en Carlos Enríquez, Marcelo Pogolotti, Arístides Fernández, Felipe Orlando, Mario Carreño, Fayad Jamís, Adigio Benítez y otros más jóvenes. Se trata de una personalidad en la cual la necesidad de comunicarse y compartir sensaciones le ha impedido limitarse a la escritura o la pintura, al concepto o la metáfora, al enjambre del texto provisto de revelaciones o al pintar no-representacional. De ahí ese peculiar mecanismo traslaticio que convierte la poesía en diseño pictórico, la evocación en símbolo, y sus reflexiones en juegos derivados del encuentro entre ideografías geométricas ʻpurasʼ y espacios dispuestos cuidadosamente”. Con otras palabras, fue un hombre expresión de la poesía posible capaz de habitar en un artista integral, como lo fue él.
Sus inicios se remontan a la década de los cincuenta del pasado siglo. Su encuentro con Loló Soldevilla fue determinante para encausar sus inquietudes creativas. Ambos fundaron en octubre de 1957 la galería Color-Luz, espacio que aglutinó al grupo denominado Diez Pintores Concretos, que se mantuvo activo entre 1958 y 1961. Ambos fueron también el núcleo aglutinante del grupo, al que tributaron otros destacados artistas como Sandú Darié, Luis Martínez Pedro, José Mijares, Salvador Corratgé y Rafael Soriano. A todos los unió el abstraccionismo geométrico.
Salvador Corratgé recordó en su momento que se reunían en casa de Loló Soldevilla, quien ayudó mucho económicamente a los integrantes del grupo. Ella había sido consejera cultural de Cuba en Francia, y cuando en 1952 regresó a Cuba con mucha información actualizada sobre el arte europeo, la compartió con ellos. “Trajo reproducciones de Vassarely y de otros pintores concretos, ella misma creaba pintura geométrica, y cuando nos empezó a mostrar los catálogos, a hablarnos del movimiento que había en París, muchos de nosotros nos interesamos y yo me apasioné por este estilo de pintura”, recordó Corratgé.
Ese fue el comienzo. A partir de ahí Pedro fue, sostenida y permanentemente, un artista geométrico o concreto, manteniéndose en esa línea expresiva hasta el final. Las piezas de arte concreto de Oraá son estructuras animadas por un movimiento agitado, vivo. Como todo arte abstracto, sus obras son fragmentos de tiempo en permanente permutación. No hay en ellas fuga de la realidad, todo lo contrario, su vocación fue la de crear una realidad otra a partir de una alquimia de las formas y los planos dentro de un espacio múltiple y cambiante. Ser abstracto es una naturaleza, no un estilo, y Pedro enseñó esa verdad con su vida y obra.
Con más de una veintena de muestras personales y el doble o más de colectivas, y una presencia en numerosos eventos internacionales, entre los que sobresalen las bienales de Sao Paulo, Kosice, Iberoamericana de México y la Trienal de la India, entre otros, Pedro nunca dejó de producir arte, ya sea en obras sobre tela o cartulina, murales colectivos para ambientaciones, y obras tridimensionales.
Cuando parecía que ya estaba en el cenit de su carrera, Pedro potenció su presencia en el panorama plástico del país. El bienio 2015-16 fue extraordinariamente significativo para su trayectoria. Comenzó exhibiendo en la galería Villa Manuela su muestra personal Contrarios Complementarios II, que tuvo una excelente acogida por la crítica especializada. Después, porque recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas, el reconocimiento más alto del país para los artistas visuales. Luego, Pedro integró dos grandes exposiciones colectivas organizadas en Londres (septiembre-octubre de 2015) y Nueva York (enero-febrero de 2016), tituladas ambas Concrete Cuba, organizadas y financiadas por la importante galería (más bien una transnacional del arte) David Zwirner. Poco después, a fines de 2016, expuso en el Museo Nacional de Bellas Artes la muestra personal Oraá Abstractivos, que incluyó pintura, dibujos y esculturas de reciente factura, con lo que mostró a los públicos que era un artista en constante renovación. Fueron estos dos años un momento de reconocimiento y revitalización de su trabajo (y en general del arte concreto cubano), en la recta final de su vida.
Su poesía escrita, al decir de varios especialistas, es plasmación de “sabiduría en el lenguaje y sentido de la imagen” (Basilia Papastamatiu), “vindicación de los oficios, de las cosas, de la realidad” y “escritura viva de la experiencia como forma de abordar la indagación en el recuerdo” (Jesús David Curbelo), “un modo de desmontar la naturaleza, sus leyes…” y de una expresiva carga erótica (Teresa Fornaris). Yo agregaría que es una poesía limpia de hojarasca adjetival, de una esencial pluralidad temática y estilizada en sus formas, es decir, una lírica de sus vivencias e imaginación.
Pedro, en materia escritural, fue, además, un informado opinante, y sus juicios literarios se correspondían con lo testimonial, siendo un buen conocedor de nuestro paisaje letrado. Como ensayista, su obra no fue demasiado extensa, aunque publicó dos monografías sobre otros colegas, Antonio Vidal (1977) y Dibujos de Eduardo Abela (1987), pero, sobre todo, es importante la compilación de sus ensayos y artículos sobre arte, Visible e Invisible, de 2006, de una enorme significación para el pensamiento acompañante de la creación simbólica nuestra. En el breve texto introductorio a este conjunto de penetrantes reflexiones críticas, Pedro expresó que dichos trabajos habían contribuido a “explicarme a mí mismo los significados de ese inagotable misterio que es el fenómeno artístico”. De manera que el poeta y pensador sobre arte no solo necesitaba explicar sus razones sobre creación y estética, sino buscar en ellas la explicación a los enigmas que, para él mismo, guardaban tales temas. Una confesión muy significativa, sobre todo si se hace en el pórtico de un libro propio. En ese volumen, el ensayo “Vigencia y continuidad de la pintura abstracta”, así como el texto de valor testimonial, “Cárdenas, árbitro de la forma”, son de una belleza, acuciosidad e interés considerables.
Como hombre, fue de una sencillez a toda prueba, Pedro era ese tipo de personas que no creen merecer demasiados elogios, y estos, transmutados en reconocimientos y premios, realmente le llegaron bastante tarde. Recuerdo el día en que, en el Museo Nacional de Bellas Artes, le entregaron el Premio Nacional de Artes Plásticas, cuando lo abordé para felicitarlo, me dijo, “Bueno, al fin”. Un reconocimiento tardío, pero más que merecido.
Hace tres años me pidió que fuera el coordinador editorial de un libro antológico sobre su trabajo, proyecto que finalmente no se realizó por abandono de los patrocinadores. Me quedé con una abultada información sobre su vida y obra. Queda ahora como un desafío institucional hacerlo y publicarlo.
Construimos entre nosotros una sólida amistad y estudié su trabajo, entrevistándolo, escribiendo algunos textos para catálogos y revistas especializadas, inaugurando algunas de sus exposiciones y presentando algunos de sus libros. También hice frecuentes visitas a su casa para conversar sobre libros, sobre esto y lo otro, como sucede siempre en una amistad duradera como la nuestra. Conversamos mucho sobre Agustín Cárdenas, como parte de mis investigaciones sobre este gran escultor cubano, con el que Pedro compartió en Los Once. Era de un conversar pausado, reflexivo y con constantes pizcas de humor en sus comentarios. Realmente era muy agradable intercambiar con él. Recientemente, en el sentido homenaje que la cultura cubana le rindió a Eliseo Diego por su centenario, tuve el honor de leer poemas de Pedro dedicados al autor de En la calzada de Jesús del Monte, en la Biblioteca Nacional José Martí. Él no pudo asistir por el agravamiento de la enfermedad.
No quisiera concluir estas palabras sin reconocer el papel jugado por Xonia Jiménez, su compañera en los últimos años de su vida. Ella fue un firme sostén y una aliada comprometida que mucho lo ayudó. Todos conocen de lo que estoy hablando.
En los tiempos más recientes la cultura cubana ha tenido sensibles pérdidas, y ahora se nos ha ido uno de los grandes del arte visual y la poesía. La obra de Pedro será recordada porque es parte inalienable de lo mejor de la abstracción geométrica de nuestra pintura, un gran hombre y un gran poeta.
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