Es evidente la importancia que ha adquirido para los estudiosos de los fenómenos sociales el tema de los valores. En todos los foros, seminarios, o talleres internacionales el tema sobre los valores acapara la atención de científicos, educadores, y sociólogos. Es lógico que se haya despertado este interés. Nadie discute que detrás de cada programa político, código moral, sistema jurídico, cultura, existe una determinada apreciación valorativa, que pretende justificar y en muchos casos otorgarle validez universal.
Hay valores universales, no cabe duda, pero hay valores específicos que obedecen a las características de cada país o región, e incluso los llamados valores universales se adecuan a las características de cada zona o región y tienen una raíz distinta y un desarrollo propio en cada grupo social. Siendo esto así, es lógico, que la sociedad tome partido en la formación de valores, sobre todo de aquellos que a su juicio reflejan mejor la cultura, los intereses, las opiniones y los puntos de vista de la sociedad. Y de hecho, ya estamos subrayando el profundo carácter ideológico y clasista que tienen los valores.
En Martí arraigó de forma muy peculiar la idea de que no existe política eficaz al margen de valores e ideales enraizados en la condición humana. Los valores en Martí tienen un fundamento sociocultural y humanista que fomenta el libre desarrollo de los seres humanos que se sientan identificados con sus raíces y valores nacionales.
De este modo, la identidad nacional de los pueblos de Nuestra América se constituye en un requisito indispensable para desarrollar el espíritu de emancipación política, y Martí comprendió la importancia de la educación para desarrollar este sentimiento de forma coherente con la necesidad de formar hombres capaces de servir a la patria, por encima de cualquier interés individual.
“Las ideas educativas de Martí buscan resolver los retos que presenta la vida, mediante el desarrollo de todas las virtudes del hombre y el perfeccionamiento cultural de nuestros pueblos. Ese es quizás uno de los principales objetivos de la revista La Edad de Oro (…)”. Foto: Internet
Martí, como líder de la independencia de su país, entendió y expresó en muchos de sus discursos, cartas y crónicas, que una de las claves para alcanzar la tan anhelada libertad, era precisamente que los hombres de Cuba y de América, fueran formados acorde al momento histórico. “La educación ─dijo Martí─ tiene un deber ineludible para con el hombre, no cumplirlo es crimen: conformarle a su tiempo —sin desviarle de la grandiosa y final tendencia humana. Que el hombre viva en analogía con el universo, y con su época (…)”.[1]
Las ideas educativas de Martí buscan resolver los retos que presenta la vida, mediante el desarrollo de todas las virtudes del hombre y el perfeccionamiento cultural de nuestros pueblos. Ese es quizás uno de los principales objetivos de la revista La Edad de Oro, uno de los pocos proyectos editoriales que Martí concibió en prácticamente todos sus aspectos, y que abandonó en su cuarto número por no traicionar sus propios principios frente a los intereses mercantiles del editor. La revista plasma sus principales ideas educativas: formar a los futuros hombres y mujeres de nuestra América con criterio independiente, pero tolerantes y respetuosos con las ideas ajenas; que conozcan la vida con sus verdades y vivan orgullosos de la tierra en la que nacieron y, por lo mismo, sean capaces de defenderla. La revista fue la concreción del anhelo martiano de hacer hombres y mujeres originales y creadores, capaces de garantizar, con sus virtudes e imaginación, un futuro libre, próspero, y justo para sus pueblos.
En La Edad de Oro, Martí revela vías para educar a través del ejemplo; para inculcar el sentido de lo autóctono y de la universalidad de los problemas de Nuestra América, no distante de los que padecen pueblos de otras latitudes; para levantar la fe en el poder de las masas con el objeto de que puedan hacer su propia historia. Y en este camino, uno de sus presupuestos esenciales es su acercamiento al hombre con sus virtudes y defectos, evitando cualquier examen que no tuviera en el centro la falibilidad de la condición humana. Con ello conduce a educar al hombre para mejorarlo, sin falsas abstracciones, con el propósito de crear en él genuinos sentimientos, que en la concepción martiana se traducen en acciones y convicciones positivas. Por ello aunque se propone revelar a los niños el mundo real, lo hace con una gran dosis de belleza y fantasía, porque requiere que los niños se identifiquen, a partir de una valoración estética, con los hombres y mujeres virtuosos que hacen el bien, que aman la verdad y son capaces de defenderla aunque tuvieran que empeñar la vida en ello.
“(…) uno de sus presupuestos esenciales es su acercamiento al hombre con sus virtudes y defectos, evitando cualquier examen que no tuviera en el centro la falibilidad de la condición humana (…)”.
Igualmente entendió que en la formación humana podían incidir positivamente las celebraciones de fechas históricas, los homenajes al mérito verdadero, las relaciones sociales entre las personas. A través de su existencia, Martí fue consecuente con estas ideas, y en la revista aparece con mucha nitidez y fuerza el reconocimiento a los héroes (desde los personajes más eminentes hasta los ciudadanos más sencillos) y a la historia patria, de tal modo que también imbricaba el relato biográfico o de hechos relevantes con sentimientos éticos y estéticos. En este sentido reveló: “otros propagarán vicios, o los disimularán: a nosotros nos gusta propagar las virtudes. Por lo que se oye y se ve entra en el corazón la confianza o la desconfianza”[2], y destacó: “(…) urge que en el lugar del sacrificio y de la muerte, como señal enérgica y activa de la determinación indómita, se alce, a mandar y a avergonzar, el monumento que consagra las virtudes que se nos niegan, el monumento que convidará perennemente a imitarlas”[3]. Por ello comienza el primer número exponiendo su admiración por tres próceres de nuestra América que admiró: Hidalgo, Bolívar y San Martín, de quienes destacaba su desprendimiento, el abandono de la riqueza, la tranquilidad y la posición política, en aras del más puro ejemplo de abnegación patriótica que se haya conocido.
El patriotismo y la defensa de la patria eran para Martí conceptos abarcadores que aparecen desde su más temprana juventud en su primer artículo político y en su poema dramático “Abdala”. Resulta interesante constatar que existe un momento de particular significación en que se harán patente, y ese momento es el año 1889[4], durante la publicación de los cuatro números de la revista infanto-juvenil, en los que logra incorporar —a pesar de lo trunco del proyecto— una serie de enseñanzas en valores entre los que se destaca el patriotismo, estrechamente vinculado con la defensa de la patria y el cumplimiento del deber.
En la axiología martiana todos los valores tienen una fundamentación ética. Por eso recalcaba que el “olvido de las virtudes, arranca su corona a los genios”[5], y así lo enseñaba a los niños en La Edad de Oro cuando hacía que ellos sintieran rechazo por el señor don Pomposo que, aunque era generoso con Bebé, no lo era de igual modo con el primo Raúl porque era pobre, o cuando defendía con “La muñeca negra” los derechos de un sector históricamente explotado y excluido.
“En la axiología martiana todos los valores tienen una fundamentación ética (…)”.
Martí no concebía al hombre hecho de piedra, convertido en una estatua de sal. El decía: “Los que están con los brazos cruzados, sin pensar y sin trabajar, viviendo de lo que otros trabajan, esos comen y beben como los demás hombres, pero en verdad de la verdad , esos no están vivos”[6]. Esta idea la repite muchas veces en sus trabajos, sobre todo en La Edad de Oro, cuando está aconsejando a los niños: “…¡Mejor es vivir abrazado por el sol, que ir por el mundo como una piedra viva, con los brazos cruzados¡’’[7], o cuando afirmaba: ’’La vida de tocador, no es para hombres. Hay que ir de vez en cuando a vivir en lo natural, y a conocer la selva”[8].
Igualmente cuando se aborda el deber como imperativo que insta a actuar, no con el fin egoísta del bien propio sino para la felicidad de los demás, sería oportuno recordar que el deber en Martí lo lleva, en l875, a expresar su ira y vergüenza, hacia los que como él no estaban peleando en Cuba y al contrario en l895 apunta su alegría y felicidad por estar en su tierra, entre los mambises, entre los que luchaban por la liberación de la patria.
No hay dudas de que “el patriotismo es de cuantos se conocen hasta hoy (ha sido hasta ahora), la levadura mejor (entre todas las conocidas) de todas las virtudes humanas’’[9]. En este sentido, el autor nos explica la relación dialéctica entre patria y humanidad: “Patria es humanidad. Es aquella parte de la humanidad que vemos más de cerca y en que nos tocó nacer. Y ni se ha de permitir, que con el engaño del santo nombre se defienda a monarquías inútiles, religiones ventrudas o políticas descaradas y hambrunas, ni porque a estos pecados se le dé a menudo el nombre de patria, ha de negarse el hombre a cumplir su deber de humanidad, en la porción de ella que tiene más de cerca’’[10]. Fue con estos valores, con estas concepciones, que logró conquistar a la emigración cubana.
En relación con los fines y fundamentos del deber, hay que insistir en algo muy importante y que Martí ha destacado. El deber no se cumple porque vaya acompañado de un beneficio personal. Se cumple con el deber porque con su cumplimiento sentimos, allá en el fondo del alma una satisfacción muy grande porque le hemos hecho bien a alguien, porque hemos ayudado a los otros. El deber se realiza en beneficio del colectivo: “Sólo en el cumplimiento triste y áspero del deber está la verdadera gloria. Y aun el deber ha de ser cumplido en beneficio ajeno, porque si va con él alguna esperanza de bien propio, por legítimo que parezca, o sea, ya se empaña y pierde fuerza moral. La fuerza está en el sacrificio.’’[11] En la axiología martiana, los valores actúan en forma de sistema: si Ud. deja de cumplir con un deber, ya no puede decir que es una persona virtuosa. Ud. es un patriota, pero no puede dejar de ser antiimperialista, porque a los ojos de los demás su patriotismo deja de existir y es que en Cuba quien no es antiimperialista, no puede ser patriota. “Hasta hermosos de cuerpo se vuelven los hombres que peleen por ver libre a su Patria’’[12]. Obsérvese como el valor político lo ha transformado en un valor estético porque para Martí muchas determinaciones éticas se desprenden de los valores estéticos. Lo ratifica con estas palabras: “(…) El que conoce lo bello y la moral que viene de él, no puede vivir luego sin moral y belleza’’[13].
“(…) para Martí muchas determinaciones éticas se desprenden de los valores estéticos (…)”. Foto: Canal Caribe
El deber es el eje de la axiología martiana porque lo consideraba la base de toda la moral humana y tiene por aspecto característico la utilización de la voluntad, entendida ésta como los esfuerzos que se realizan para vencer obstáculos que se presentan en el camino para alcanzar un objetivo. Para el Maestro todas las verdades eran relativas, solo había una cosa absoluta: el cumplimiento del deber. Consideraba que el deber guía, salva y con ello bastaba. “Cuando se conoce la vida, sólo el deber es grato. Solo él es digno de obediencia. Solo él da fuerzas para afrontar la malignidad humana’’[14].
Fidel Castro en su alegato La Historia me Absolverá asumió esta reflexión martiana:
El verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor sino de qué lado está el deber, y ese es el verdadero hombre, el único hombre práctico, cuyo sueño de hoy, será ley del mañana, porque el que haya puesto los ojos en las entrañas universales y visto hervir los pueblos llameantes y ensangrentados, en las artesas de los siglos, sabe que el porvenir, sin una sola excepción está al lado del deber. Y si falta es que el deber no se entendió en toda su pureza, sino en la liga de las pasiones menores, o no se ejercitó con interés y eficacia”[15].
En torno a este aspecto Martí considera un deber y un derecho de los pueblos rebelarse contra sus opresores, y precisamente este espíritu lo trasmite a los niños de América en las páginas de La Edad de Oro, y este será uno de los argumentos de mayor fuerza que empleó nuestro Comandante en Jefe en su alegato durante el juicio por los sucesos del 26 de julio de 1953: “Un hombre que se conforma con obedecer leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado (…)” [16]. De igual modo Martí está convencido de que no se puede reparar en sacrificios, ni dejar de luchar por la defensa de la patria, aún en las peores condiciones, en tanto a su juicio, dejar de hacerlo, acarrea terribles consecuencias, y así lo dice a los niños desde las páginas de La Edad de Oro: “A eso llegan los pueblos que se cansan de defenderse; a halar como las bestias del carro de sus amos”[17], pero en esas mismas páginas pone en la voz de un emperador chino, que ya no es el ideado por Hans Cristian Andersen en su cuento original, sino un emperador armado de un profundo patriotismo, esta arenga que resume la esencia de su concepción: “¡Cuando no hay libertad en la tierra, todo el mundo debe ir a buscarla a caballo!”[18], y como el emperador del cuento, no bajarse de la silla de montar hasta echar del suelo patrio al último enemigo que lo ha invadido. Así lo enfatizaba en “La última página” del primer número de la revista, cuando con soberbia maestría explica a los niños americanos que aunque la fuerza verdadera está en el saber, había que aprender a defenderse, dando las razones que justificaban esta necesidad. No puede obviarse el contexto en que tienen lugar estas expresiones y que a un observador tan sagaz como Martí no pasaron inadvertidos los cambios económicos, políticos y sociales importantes que a nivel global se estaban produciendo, la repartición de las colonias entre las grandes potencias europeas, así como los movimientos de liberación nacional en diversos puntos del planeta, como en Vietnam, Creta y algunos territorios árabes y africanos, de lo cual hay referencias muy explícitas en La Edad de Oro.
En total coherencia con estas ideas, consideraba ineludible recibir preparación militar, y al respecto en el texto “Las Ruinas Indias” plantea claramente la idea cuando al recrear un día en Tenochtitlan presenta un grupo de niños aztecas que disparando semillas con sus cerbatanas se dirigen a la escuela, en la que aprendían baile, canto, oficios de mano, lecciones de lanza y flecha y sus horas para la siembra y el cultivo, dando su aprobación a tales prácticas porque: “Todo hombre ha de aprender a trabajar en el campo, a hacer las cosas con sus propias manos y a defenderse”[19].
Nuestro Héroe Nacional, hombre político por antonomasia, cuando trata de educar políticamente a las masas y prepararlas para la guerra necesaria, sus palabras parecen las del clásico visionario que palpa el porvenir como verdad tangible a cuyas puertas ya podemos tocar. Es el verbo convertido en imagen, son los hechos transformados en valores estéticos. Es la belleza hecha realidad, materializada en hechos de conciencia de las masas. Pero, ¿a quién llama el Apóstol cuando toca a las puertas de cada cubano y cubana, incluso de los más jóvenes? Llama al cumplimiento del deber, y a la observación de una conducta honrada, digna, decorosa, honorable; porque de lo contrario, la República no vale una lágrima de nuestras mujeres, ni una sola gota de sangre de nuestros bravos combatientes.
Deje un comentario