Por orientación del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS) y con aprobación de la Asamblea General de la UNESCO, a partir de 1983 se celebra el Día Internacional de los Monumentos y Sitios, convocatoria que promueve la toma de conciencia acerca de la diversidad del patrimonio cultural de la humanidad, de su vulnerabilidad y de los esfuerzos que se requieren para su protección y conservación. En esta trigésima quinta edición el Grupo de Trabajo de los Profesionales Emergentes de ICOMOS ha declarado como tema central: “Patrimonio para nuestras Generaciones”, un modo de activar la transferencia del conocimiento sobre la conservación y la protección del patrimonio cultural a los miembros más jóvenes del público general, utilizando, de forma creativa, las redes sociales.
Desde dicha perspectiva, y tomando como cimiento el laberíntico transitar del concepto de “monumento”, particularmente en su diversidad cultural como expresión de las coordenadas contextuales que le ha acompañado, propongo a los más jóvenes un asomo a los orígenes del “monumento conmemorativo” en Cuba y las estrategias seguidas por sus protagonistas en la imprescindible tarea de comunicar a generaciones futuras tanto sus valores como la necesidad de su salvaguarda como parte de la memoria histórica. Particularizamos el asunto en uno de los temas de mayor actualidad por estos días en toda la Isla: el 120 aniversario de la culminación de la Guerra del 98.
Un asomo a las obras monumentales erigidas por la iniciativa de los independentistas a lo largo del territorio nacional revela un patriotismo que desde su autenticidad se erige hoy como testimonio vivo de los cubanos. La Carta Internacional para la Conservación y Restauración de Monumentos y Sitios, reconocida como la Carta de Venecia, expresaba en 1964:
Cargadas de un mensaje espiritual del pasado, las obras monumentales de los pueblos continúan siendo en la vida presente el testimonio vivo de sus tradiciones seculares. La humanidad, que cada día toma conciencia de la unidad de los valores humanos, los considera como un patrimonio común, y de cara a las generaciones futuras, se reconoce solidariamente responsable de la salvaguarda. Debe transmitirlos en toda riqueza de su autenticidad. (1)
Obvio es el hecho de que los antecedentes de la escultura conmemorativa en Cuba, particularmente con nuestras gestas de independencia, se encuentran en el lejano proyecto de rendir homenaje a la memoria de un personaje o un acontecimiento relevante que técnicamente se concretaba en un elemento construido entre los que proliferaron las estatuas y los obeliscos. Fue partícipe la Isla de este quehacer y no fueron pocos los artífices del mármol y el bronce que hicieron de ello su razón de ser en el país.
Sin embargo, las circunstancias políticas hicieron que fueran los elementos naturales, al margen de técnicas constructivas, los que se prestaran a la creación de nuestros primeros monumentos conmemorativos en el discurso independentista, distinguiéndose dentro de ellos las cuatro palmas reales sembradas en la Plaza de Recreo de la ciudad de Santa María del Puerto del Príncipe en 1853 para perpetuar la memoria de los patriotas Joaquín Agüero y Agüero, José Tomás Betancourt, Fernando de Zayas y Miguel Ángel Benavides, fusilados el 12 de agosto de 1851 en la Plaza de Méndez por conspirar contra el colonialismo español.
De las implicaciones simbólicas de estos árboles en el espacio y de los anhelos de seguir la tradicional forma de construir monumentos históricos la historia revela el contrapunteo ideológico de esos años. Por un lado, circuló entre amigos de posturas revolucionaria, un acta en la que “se hacía constar que cada una de aquellas palmas representaba a uno de los inmolados el 12 de agosto de 1851, así como que, cuando en Cuba flameara el pabellón nacional, las palmas serían sustituidas por los monumentos que perpetuaran la gloria de los patriotas” (2); mientras que por otro, entre abril de 1853 y octubre de 1854, existe un manifiesto interés en Camagüey “por erigir un monumento a Cristóbal Colón bajo el argumento de seguir la costumbre que tanto aquí como en España se ha creado” (3).
De modo que, en la historia del “monumento histórico” vinculado a las ideas independistas en Cuba, bien valdría la pena apuntar la conformación de un particular sistema simbólico que se remonta a un periodo tan temprano como la recién finalizada primera mitad del siglo xix, obra que, generación tras generación se ha mantenido en el corazón urbano de la ciudad de Camagüey y a la que, como hacemos en esta décima quinta edición del Día Internacional de Monumentos y Sitios, se enriqueció con elementos didácticos en pos de alcanzar mayor comunicación de sus valores y concientización en la población como invitación al conocimiento de su significación histórica cultural y afianzar la responsabilidad por su salvaguarda y protección.
En 1948, como huella de relación intergeneracional, los Veteranos de los Ferrocarriles Consolidados en Camagüey materializan la tesis planteada por los iniciadores del homenaje a Joaquín Agüero y sus compañeros en el ámbito del monumento histórico y proponen, manteniendo distancia del tradicional lenguaje figurativo, la colocación de una sencilla tarja al pie de cada una de las palmas donde pudiera encontrar el visitante al espacio la relación entre palma real y patriota representado en ella. Entre los que develaron estas tarjas se encontraba Mario Aquiles Betancourt, ilustrado principeño cuya defensa por el patrimonio cultural de la localidad le llevaría a ser el puntal principal de la creación del Museo Provincial Ignacio Agramonte y fomentar el crecimiento de sus colecciones, un tema que en apenas unos días volverá a nuestra mirada el 18 de mayo, el Día Internacional de los Museos.
Notas
(1) “Carta de Venecia”, 1964, en Documentos Fundamentales para el Patrimonio Cultural, Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007, p. 137.
(2) Apud. Marcos Tamames: De la Plaza de Armas al parque Agramonte. Iconografía, símbolos y significados, Ed. Ácana, 2001, p. 108.
(3) Íbid., p. 109.
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