En el cruce de las avenidas Diez de Octubre y Acosta, ha existido siempre una iglesia perteneciente a una denominación cristiana. Su nombre, el de la denominación, no viene al caso en este momento, no importa a los efectos de esta nota. Lo que importa es el hecho que en ella, a comienzos de los años sesenta del pasado siglo, debutaría como parte del Cuarteto del Rey, un joven bayamés que se había aplatanado en La Habana y que respondía al nombre de Pablo Milanés. El Cuarteto del Rey cantaba en ese entonces “negros spirituals” y era demandado en casi todos los espacios de la ciudad. Pero aquella iglesia era su cuartel general.
Antes de aquella aventura había sido convocado para ser unos de los cantantes de la Orquesta Sensación, la misma en que había militado el gran Abelardo Barroso.
Meses después de aquel debut, el joven Pablo comenzaría su andar en solitario por las activas noches habaneras de esa década. Se le podía encontrar en el club Karachi cerca de la medianoche y un poco más tarde en el club La Red; y cerca de su voz, al piano, estaban o Peruchín “el Márqués de marfil” o un bisoño Frank Fernández. Después podía ir, o no, al Sherezada. En este último reducto de los amantes del filin, lo mismo esperaba por su amiga Elena Burke, que alternaba el espacio con Pacho Alonso y si existía la oportunidad, ser acompañado al piano por Pepé Delgado.
Era posible encontrarle en cualquier otro club habanero como la Casba o el Coctel; o bien en el lobby del Hotel Saint John´s, mientras César Portillo o José Antonio Méndez encendían al público con sus canciones.
Después vendría el paso por algún que otro cabaret, solo para conocer ese ambiente. Elena siempre presente, acompañando y aportando el amor de madre y presentándole a otro joven inquieto llamado Juan Formell.
Y así será esta vida hasta el día que Elena le graba su primer tema Mis 22 años, y entonces Pablo, el joven Pablo Milanés, comenzará a convertirse en el futuro hermano mayor de muchos, sobre todo de aquellos que nacimos cuando el cumplió sus primeros 22 años.
Y hoy, se nos ha muerto el hermano mayor, el que nos presentó a Yolanda, la novia que muchos hubiéramos querido tener, la que nunca tuvimos, pero que idealizamos y nos enseñó que aunque la edad se fuera, podíamos seguir siendo hombres y mujeres desprejuiciados.
Cuba aprendió a amar a este hermano mayor tal y como era. Un hermano que veneró a sus padres musicales y que escribió y cantó algunas de las canciones más hermosas que nos definen como nación.
Un solo detalle hermano, no voy a colgar fotos tuyas en las paredes, ni pondré flores que el tiempo ha de marchitar. Prefiero esperar tu paso fugaz por la puerta de nuestra casa, tu necesidad de comer un buen congrí con carne de puerco y una yuca bien adobada, como la hacía la abuela allá en Bayamo. Y esa mirada tuya que es son, que es palma, que es rumba, que es el trago de ron que no avergüenza.
Que es Cuba hermano…
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Pablo Milanés, La Habana y nosotros
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