Celia Sánchez, heroína de la Revolución Cubana.
BAYAMO, Granma.— Detestaba caminar por los aires o «creerse cosas»; miraba de frente, soltaba las verdades con una sinceridad que taladraba. Temía a los ratones, era infatigable en el trabajo y amante de la sencillez extrema, se hacía querer de modo fácil, provocaba la admiración sin pretenderlo.
Tenía la capacidad de la broma, pero a la vez de atender lo urgente y lo complicado, de no olvidar los mínimos detalles, de escuchar —y muchas veces resolver— las quejas de los de abajo.
Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley se convirtió en la primera guerrillera de Cuba, integró el Parlamento, el Comité Central del Partido y el Consejo de Estado. Hoy, a 42 años de su partida física, vale evocarla con sus lados terrenales.
Esta sencilla remembranza nace de entrevistas con su ahijada, Eugenia Palomares Ferrales, y con Martiza Acuña Núñez, exdirectora de la Casa Natal (Media Luna); también del libro Celia, ensayo para una biografía, de Pedro Álvarez Tabío.
—¿Quiénes influyeron en la formación de su personalidad?
—Su padre, Manuel Sánchez Silveira, fue decisivo. Su madre, Acacia, falleció cuando Celia tenía seis años, por lo que él, hombre de vasta cultura, médico profundamente humano, martiano convencido, se convirtió en su referente. Manuel, quien halló el sitio exacto de la caída en combate de Carlos Manuel de Céspedes (en 1925), la enseñó a amar la historia nacional y la Patria. La convirtió en su ayudante en las consultas o en las expediciones de espeleología. Cuando él falleció, por una neoplasia pulmonar, en 1958, Celia se encontraba en plena lucha insurrecional.
—¿Qué enfermedades padeció?
—Al igual que sus hermanos —dos varones y cinco hembras— fue atacada por el paludismo. Luego padeció de una agresiva urticaria y tuvieron que realizarle varias pruebas médicas. Soportó la enfermedad serenamente, también los exámenes y el tratamiento, basado en la administración de insulina durante tres meses. Los resultados de los análisis sorprendieron: era alérgica a todo, excepto al mango.
«Por eso, en 1948 viajó a Estados Unidos, donde recibió atención especializada. Mejoró de esos males, pero luego un cáncer de pulmón la agredió con fuerza hasta terminar con su vida, le faltaban cuatro meses para cumplir 60 años».
—¿Por qué no terminó el bachillerato?
—Su caligrafía tuvo mucho que ver, pero más su rebeldía. Cuando estudiaba en Manzanillo, un profesor que no entendía su letra quiso que le leyera un examen; pero ella no aceptó pasar por esa «humillación» y, mostrando un carácter muy firme, se marchó del Instituto para sorpresa de toda la familia. A raíz de esos malos recuerdos comenzó a escribir en letra de molde.
—¿De dónde le venía el hábito de fumar? ¿Tenía otros vicios?
—Su vicio fundamental era el cigarro. Fumó desde muy joven probablemente queriendo imitar a su padre. Fumaba muchísimo, solía pellizcar la comida, muchas veces sin sentarse a la mesa, y tomaba mucho café.
—¿Qué se sabe de su vida amorosa?
—Tuvo unos cuantos pretendientes durante su juventud, porque era una celosa cuidadosa de su apariencia. El español Salvador Sadurní, llevado a Manzanillo por sus tíos, le dio algunas serenatas; se les vio juntos en varios lugares, aunque nunca solos. Pero un mal día de 1937, el joven de 21 abriles, tras una aparente operación sencilla, falleció y eso dejó inmenso dolor en Celia. Las hermanas de ella opinan que no llegaron a concretar algo formal.
«Fue novia de un muchacho habanero que trabajaba en el antiguo central Cape Cruz, de Pilón. Ya ella rondaba los 30 años y parecían enamorados, pero el noviazgo se rompió. Más tarde comenzaría una relación con un ingeniero que laboraba en una obra pública de Manzanillo; sin embargo, con el tiempo descubriría que el hombre estaba casado. Eso le estrujó el corazón. Al hacer un resumen del año 1951 le escribió a su hermana Griselda: ´Todo me ha salido mal´.
«No han faltado los deseosos de crear intrigas cuando hablan de sus vínculos estrechos con el Comandante en Jefe. Al respecto, quizá no haya mejor sentencia que la de Eusebio Leal: ´No fue la sombra de Fidel, sino la luz para Fidel´. En definitiva, el gran amor de Celia fue la Revolución».
—¿Cómo se superó después del triunfo de la Revolución?
—En los últimos años de su vida matriculó la carrera de Ciencias Sociales en la Escuela Superior del Partido Ñico López, mas no pudo terminarla porque la enfermedad y la muerte se lo impidieron. La dirección de ese centro decidió otorgarle el título de graduada con carácter póstumo. Este documento se encuentra en el museo Casa Natal.
—¿Cuántos objetos se conservan de ella?
—Muchos, tanto en su apartamento de la calle 11 del Vedado habanero, en la Oficina de Asuntos Históricos, como en su Casa Natal. Esta atesora más de 200 objetos, incluyendo la carabina M-1, arma que la acompañó en la Sierra Maestra.
—Se ha dicho que era tan sencilla que hacía colas.
—Era sumamente sencilla, porque su armario era corto de ropa, al punto que usó una muda de «ocasión» durante muchos años. Además, mantuvo su naturalidad en todos los escenarios. Pero en realidad no tenía tiempo para hacer colas; llegaba muy tarde del trabajo y luego seguía enfrascada en tareas del Estado o del Gobierno hasta altas horas de la madrugada. Tres mujeres la ayudaban en los quehaceres domésticos de su modesto apartamento del Vedado. Allí recibió a incontables ahijados de distintos lugares, incluyendo muchos de las serranías.
—No hay testimonios de ella llorando. ¿Por qué?
—Ella era dicharachera y jaranera, pero con una fuerza inmensa en el carácter. Verdad que rara vez se le describe llorando, quizá lo hacía a solas. Quedó muy triste con la desaparición de Camilo y con la muerte del Che. Era de carne y hueso, no debemos mitificarla.
—¿Se consideraba de Media Luna, de Pilón o de Manzanillo?
—Media Luna fue su pueblo natal, donde vivió toda su niñez y parte de su juventud, una etapa muy feliz de su vida. En Manzanillo pasó parte de sus años juveniles, que fueron imborrables por su significado; esa ciudad resultó también el escenario de su lucha clandestina. Pilón fue algo especial por su espectacular naturaleza, a ese lugar lo amó entrañablemente y nunca pudo desligarse de él. Pero, ante todo, era cubana.
—¿Sabía Celia que ya era imprescindible en nuestra historia?
—No le interesaba para nada, su bandera fue la modestia y el desinterés. Una bandera que flotará en la eternidad.
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