Con la reiteración de los mismos gestos, la rutina, esa invasiva planta parasitaria, devora la luz de cada amanecer. Espoleados por la prisa, andamos y desandamos los mismos caminos, indiferentes a un entorno que conforma un componente indiscutible de nuestra identidad.
Los esfuerzos conjugados de la prédica y la restauración nos han llevado a descubrir los valores de una parte de nuestro patrimonio edificado, aunque muchas veces la mirada se detiene tan solo sobre los muros que conservan la marca del paso de los siglos, testigos silenciosos de un tiempo remoto, el de una ciudad que muy pronto habrá de arribar al medio milenio. Huella de nuestro paso por la vida, con su obrar, cada generación entrega su legado a aquellas que habrán de sucederle en el futuro. Los edificios, los monumentos, los libros y documentos que reposan en archivos y bibliotecas son los referentes tangibles, la base material de una memoria que conquista nuevos sentidos cuando la sometemos a la prueba de las interrogantes e inquietudes de la contemporaneidad.
El legado patrimonial permanece entre nosotros más allá de los testimonios con cobertura material. Existe en el insondable territorio de la subjetividad a través de la memoria personal y colectiva formada por recuerdos que asocian el presente y el pasado con las historias de vida enlazadas a los acontecimientos que señalaron hitos en la historia de la nación. Se manifiesta en la evocación de fragmentos de canciones olvidadas, en el anecdotario trasmitido por nuestros mayores. Ese legado impregna nuestra cotidianidad mediante la presencia activa del idioma que alguna vez nos fue entregado y que se ha ido moldeando en el transcurso de los años con las cadencias que le son propias, que lo caracterizan y nos identifican. El habla de los conquistadores, trasplantada a otras tierras, otros climas, sometida a contaminaciones de distinta índole, ofrece en el panorama de la América Latina un matizado muestrario de variantes, sin perder por ello los rasgos que la definen y entretejen una amplísima red de comunicación entre los pueblos.
Olvidamos con frecuencia que el castellano, en plena expansión, es una de las lenguas de más extensa difusión en el planeta y constituye uno de nuestros más preciados bienes patrimoniales. La pereza nos ha llevado a descuidarlo. Mal articuladas, las consonantes se diluyen en carnes carentes de esqueleto. El vocabulario se empobrece. El insuficiente manejo de formas gramaticales cancela los matices que configuran, en lo más profundo, la auténtica dimensión de la realidad.
La palabra es instrumento primordial para descubrir el mundo que nos rodea. Al apropiarse de ella, el niño conoce el contorno de las cosas, los matices, los colores y manifiesta la gradación de sus afectos. Cuando alcance el dominio de la letra, conquistará horizontes que traspasan las fronteras de lo inmediato, encontrará el rastro de su genealogía, adquirirá el entrenamiento para la práctica de oficios y profesiones.
El contacto con la creación artística afinará su sensibilidad. Aprenderá a escuchar, clave esencial para la comunicación y el entendimiento entre los seres humanos, porque el mejor paliativo para contrarrestar la tentación de ejercer la violencia sobre el otro reside en la capacidad para emplear de manera eficiente la palabra. Abierta al universo de los sueños, esta es herramienta indispensable para la formulación de políticas orientadas a la protección del idioma. Es un desafío que compromete a sociólogos, sicólogos y educadores en la salvaguarda de un vínculo sensible entre los seres humanos, garantía de un ejercicio crítico del pensamiento y de la independencia de la persona frente a la manipulación de las conciencias por parte de un poder hegemónico.
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