La naturaleza sufre, crecen los incendios forestales, aumentan los registros de calor terrestre, pandemias se extienden por el mundo y todo ello, en estrecha relación con la salud de nuestro ecosistema. A medida que la humanidad va tomado distanciamiento de los espacios públicos, y a parado drásticamente la actividad industrial, comercial y de transportación, algunos cambios se han venido sucediendo en la naturaleza y en nuestras vidas. Necesitamos redimensionar nuestra actuación para mejorar la calidad del aire o la reducción de las emisiones de gases del efecto invernadero de forma permanente, para preservar la diversidad biológica como indicador de la salud de la Tierra.
En ello, la crisis del coronavirus ha venido a cambiar el ritmo de vida y también nuestras percepciones, por lo que nos vemos obligados a hacer una pausa y a tomar más tiempo para observar aquello que a diario ha estado ante nuestros ojos y por la vorágine de los días, no vimos.
Mientras la naturaleza encuentra un breve espacio para respirar, va señalando a la humanidad, que todos nos beneficiaríamos si logramos un cambio de actitud y de políticas, dando a la flora y la fauna mayor protagonismo. El primer paso lo podemos dar todos, si logramos una atmósfera libre de contaminación. Demostrado está que las reducciones de las actividades humanas, han ido en progreso y reversión de los males que hemos provocado al planeta.
En tanto, el confinamiento ha propiciado que los animales disfruten de la calma de la naturaleza, y en países con gran carga contaminante del aire, hoy se pueden ver las montañas, y las aguas de los ríos son más cristalinas. Expertos también aseguran que han disminuido la emisión de gases contaminantes, además que decenas de animales irrumpen en centros urbanos, recolonizando los espacios. El nuevo escenario se ha convertido en una oportunidad única para redescubrir cómo evoluciona la fauna con nuestra ausencia y desde casa puede que tenga el más cercano ejemplo. Aunque algunos no son tan optimistas, según Roberto Hartasánchez, presidente del Fondo para la Protección de Animales Salvajes (FAPAS) refiere- “lo que está sucediendo tiene un efecto balsámico”. Entre tanto el biólogo Álvaro Luna comentaba: “… todos estos avances serán algo puntual, cuando volvamos a nuestra rutina, retrocederán…”
Nosotros podemos hacer la diferencia y la experiencia va por casa. Deténgase a escuchar el canto de pájaros, ranas y grillos; sobre todo por estos días que la lluvia nos ha acompañado; espere la visita casi al atardecer de ese zunzún que gusta de la flor de la verbena roja que creció en su jardín, admire el recorrido de lagartijas por las tuberías o muros perimetrales de su casa, el paso lento de un caracol para llegar al otro lado del césped o el florecido de cualquier otra planta que ofrece recursos a abejorros, abejas y mariposas. Puede que todo esto haya estado allí desde antes de esta pandemia, pero no lo vimos porque nos hemos perdido mucho.
Cada acción que llevemos a cabo de manera individual en nuestros días cuenta, porque el cambio climático, la contaminación y la pérdida de biodiversidad siguen presentes y están conectados con la situación que vivimos. Esta experiencia nos deja ver que, para provocar un cambio radical de comportamiento de la sociedad, tenemos que apoyar todos. El impacto sobre el clima más importante que tendrá la pandemia, es la concientización que ha creado en la gente para actuar rápidamente. Hagamos de esta pausa para volver a respirar, un tiempo infinito y sostenible.
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