Nicolás… a veces… yo también quisiera ser poeta


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Mi primer encuentro con Nicolás Guillén ocurrió en los años setenta. El lazo entre su poesía, su personalidad y su vida lo estableció el músico Juan Formell. Sí, el mismo creador de los Van Van. Fue un día x frente al televisor mirando un programa llamado Juntos a las 9. Estaba toda la familia sentada frente a la tele cuando desde su bajo eléctrico, comenzó a cantar unos versos que, cincuenta años después, aún recuerdo íntegramente: “…cuando yo vine a este mundo/nadie me estaba esperando…”

No se que efecto mágico tuvieron aquellas palabras sobre un niño de siete años. Recuerdo a mis padres repitiendo aquella canción, no olvido que la presentadora del programa --Eva Rodríguez—lo había anunciado como un tema de estreno ese día. En mi fértil imaginación infantil llegué a pensar que mis padres poseían poderes sobrenaturales, pues se sabían el texto completo del estreno.

Ciertamente que me deleitaba con las estampas de Luis Carbonell cuando recitaba- perdón debí decir actuaba- magistralmente aquello de La mujer de Antonio ignorando que era del mismo autor. Algo semejante ocurría cuando los actores Alden Knight y Asseneth Rodríguez se enfrascaban en un sabio intercambio de versos que hablaban del son, de la mulata, del guitarrero y de que debía cogerla y beberla de un solo golpe.

Esa misma noche del estreno mi padre me alertó acerca del autor de aquel poema. Se llama Nicolás Guillén y pasa todos los días sobre el medio día frente a nuestra casa. Lamentablemente era sábado en la noche cuando supe de aquella noticia y grande fue mi dolor al esperar el siguiente día el paso de aquel hombre al que nadie había esperado cuando vino a este mundo.

Por ese entonces comenzaba mi avidez por la lectura; pasión que compartía con algunos amiguitos del barrio. Aquella pasión de comprar y leer lo mismo aventuras que novelas nos puso un día frente a un libro que aún conservo en mi biblioteca personal (sobreviviente de divorcios; viajes al extranjero y mudanzas), su título: Órbita de Nicolás Guillén escrito por el poeta Ángel Augier. Fue con esa lectura que comenzó mi relación constante con Guillén y su obra; aunque debo decir que fue uno de sus poemas de amor el que me introdujo en su mundo onírico.

Ha leído usted o recitado a esa que pretende un poema titulado A veces. Léalo, recítelo y no se apene de hacer el ridículo golpeándose el pecho y extendiendo imaginariamente la flor que es para usted; y si le rechazan llore sin pena. No miento si fue ese el primer argumento que hube de utilizar a los trece años para intentar tener novia. Sí, en aquel entonces (imagino que hoy también) las damas disfrutaban de poesías, flores y gestos galantes.

En ese transito del despertar sexual, profesional y cultural Nicolás Guillén siguió estando presente en mi vida.

Debo decir que logré verle pasar frente a mi casa. Era un mulato de mediana estatura, de cara redonda, siempre sonriente, y con una melena que anunciaba sus canas con una dignidad a toda prueba. Sin embargo; nos extendimos las manos por vez primera días después cuando en los jardines de la UNEAC ofrecieron un recital de sus poemas dos músicos españoles: Ana Belén y Víctor Manuel. Ese día descubrí La Muralla además de, escuchar declamar sus versos por vez primera. La piel se me puso de gallina y disfrutando aquel momento me propuse que un día en mi futuro escribiría poemas como esos.

 

Nicolás Guillén con Ana Belén y Victor Manuel en la UNEAC (1980) Fotos tomada de Biblioteca vitual Cervantes

Nicolás siguió pasando por el frente a mi casa, siempre en compañía de Sara, su secretaria y mano derecha. Su paso era lento, pero obedecía a que se detenía a cada instante para saludar a quien se cruzara en su camino.

En ese mismo período de tiempo, aunque en otros espacios, Pablo Milanés abrió a mi generación la poesía de Nicolás Guillén. Fue en una de esas veces que acompañé a mi padre a visitar a amigos que descubrí y entendí, de modo primario, los vasos comunicantes entre el trovador y el poeta y como de alguna manera se complementaban.

Casi al final de mi adolescencia y a la hora de seguir estudios opte por ser abogado, estudiar derecho; y sin saberlo estaba aceptando el destino de aquel hombre al pretendía imitar; yo quería escribir versos fuertes y a la vez conmovedores; que se pudieran cantar y que a todos gustaran. Nicolás había iniciado esos mismos estudios.

Para ese entonces mi vecina Marilyn Bobes, poeta y periodista, me había regalado los dos volúmenes de Prosa de prisa, que no era más que una compilación casi completa de la obra periodística de Nicolas Guillén. Fue tanto el embrujo de esos dos libros en mi vida que los leía una y otra vez con la misma pasión que los cristianos asumen sus enseñanzas bíblicas.

Afirmo que esos libros junto a las Crónicas de Alejo Carpentier, fueron mi primer catecismo literario y periodístico. En ellos encontré, además de historias y personajes, el combustible necesario, la inspiración prístina para escribir mis primeros textos y compartirlos con amigos; incluso me atrevía proponérselos al periodista Bernardo Márquez Ravelo, entonces editor de la revista El Caimán Barbudo. El Benny (así le llamaban todos) me recomendó nuevas lecturas y con una palmada en el hombro me aseguró que Nicolás agradecería que encontrara mi propia voz.

Cierta tarde entre nuevamente en la UNEAC, solo que esta vez fue un viaje sin regreso y tuvo la suerte de volver a escuchar a Nicolás Guillén, solo que esta vez estaba sentado en una mesa del bar Hurón Azul. Fue en una de las primeras peñas que organizaba el poeta Eloy Machado. Nicolás bajó de sus oficinas y mientras disfrutaba y bebía un largo trago de ron recitó su poema Digo que yo no soy un hombre puro. Me atrevería a decir que fue una de sus últimas apariciones en aquel lugar.

En el año 2015 Juan Formell me comentó que haber musicalizado ese poema de Nicolás Guillén fue una forma de poner a bailar a los seguidores de su música con parte de la literatura cubana. Ese día además me comentó que ese no fue el único poema de Guillén que musicalizó, antes lo había hecho a pedido del director de Tv Erick Romay para algunos programas de televisión; de aquel momento solo le pareció oportuno grabar Cuando yo vine a este mundo, por ser el más cercano a las propuestas musicales que estaba realizando.

En el año 2000 José Luis Cortes, El Tosco, a pedido de Nicolás Hernández Guillén presidente de la fundación que lleva el nombre del poeta, musicalizó unos quince poemas de Guillén de modo magistral. El estreno de este trabajo fue simultáneo en la Casa de la Música de Miramar y la siguiente noche en el Palacio de la Salsa, curiosamente los presentes aplaudieron esa propuesta.

Días después el Tosco y sus músicos ofrecieron el mismo programa en los jardines de la UNEAC.

La versión en tiempo de salsa del poema De que callada manera, realizada por el puertorriqueño Gilberto Santa Rosa en 1992 estuvo en cartelera radial por más quince semanas en todas emisoras radiales de Puerto Rico.

Cheo Feliciano grabó el poema Cuando yo vine a este mundo para su disco de boleros donde incluyó temas del cubano Amaury Pérez Vidal, pero Fania no lo considero como apto para incluirlo en el disco. En el año 1998 Jerry Massuchi solicitó a los músicos cubanos Boris Luna y Tony Pérez que hicieran una versión para que fuera grabada por el cantante Paulo F.G para su disco Homenaje a Tito Rodríguez, pero por razones que no conozco tampoco se incluyó en el disco.

El musicólogo Jesús Blanco recopiló al menos unas cincuenta versiones soneras de poemas de Nicolás Guillén en su libro Ochenta años de son y soneros.

Aunque ya no estaba en aquel lugar, la UNEAC, el Hurón o simplemente caminando por la calle 17 camino a su casa a la hora de almuerzo; se sentía su impronta. No sé porque extraña razón siempre alguien contaba una anécdota que lo involucraba, o como el amigo Ariel Larramendi que utilizaba uno de los versos de su elegía a Jesús Menéndez para anunciar su llegada a cualquier lugar; aquello de “…he vuelto, no temáis/la mañana se anuncia como un trino...” y que pedía a sus amigos pusieran como epitafio en su tumba.

La tarde noche de su muerte vino precedida por una rara reunión de algunos de sus conocidos, devotos de su poesía, admiradores, poetas que le agradecían y diletantes. Tras una peña del Ambia dedicada a su cumpleaños que había sido días antes, el sitio de reunión para la sobremesa escogido fue el bar del restaurante Conejito –lugar donde alguna vez hacía una pausa para tomar un Ginger Ale y conversar con uno de los cantineros que había sido vecino suyo en Camagüey, Brito al que llamaba paisano; recuerdo que mientras el poeta Raúl Rivero contaba sus encuentros con Guillén llegó la mala nueva: Nicolás acaba de morir. No hubo silencios ni lágrimas.

Las cerca de quince personas allí reunidas, en un gesto espontáneo, alzamos nuestros vasos y él nuevamente regresó. Alguien recitó uno de sus poemas, alguien, otro, volvió sobre su vida, las historias de las mujeres que amo y que pudo decir su nombre; de su afición por la carne de puerco, los frijoles negros y las papas fritas; de su amor por Rosa. Yo, humildemente regresé a la noche que supe de su existencia y recité para mis adentros el poema que me conmoviera. Ví a todos esos hombres caminando y conscientes de que cuando vinieron a este mundo (y cuando se marchan) nadie los estaba esperando.

Post scriptum:

En honor de la memoria, me permito mencionar los nombres de algunos de los presentes esa noche, lamentablemente muchos ya no están, pero fue un placer haber estado con los que tuvieron el placer de haber conocido y vivido cerca o junto a Nicolás Guillén:

  1. Ariel Larramendi.
  2. David Cherizian
  3. Raúl Rivero
  4. Serafín “Tato” Quiñonez
  5. Abraham Rodríguez
  6. Eloy Machado, “el Ambia”
  7. Helio Orovio
  8. Bernardo Márquez Ravelo
  9. Fernando Velázquez Medina
  10. Luis Felipe Bernaza.

Quien esto escribe, y algunos otros cuyos nombres y rostros se me pierden en la memoria, fue testigo de aquel momento.

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