Nacismo en Argentina en los años treinta
MADRE AMÉRICA
El ascenso al poder de Adolf Hitler en Alemania en 1933, seguido del golpe militar del general Francisco Franco tres años después en España, impulsaron el avance del fascismo en América Latina, que había comenzado en los veinte estimulado por el régimen de Benito Mussolini en Italia. En particular, el falangismo español tuvo amplia repercusión en el continente y generó organizaciones homólogas como la Falange Nacional de Chile (1937) y la Falange Socialista Boliviana (1938), aunque también la penetración del Tercer Reich fue muy significativa.
Uno de los elementos que explica el creciente ascenso fascista en América Latina fue la revalorización ultranacionalista. La defensa y exaltación de los valores nacionales levantó simpatías en países sometidos y humillados por las grandes potencias, como fue el caso de Bolivia en la reciente Guerra del Chaco (1931-1935), cuyo ejército había recibido asesoramiento de oficiales alemanes, entre ellos el propio Ernst J. Rohm, líder de las temidas camisas pardas nazis.
Como ya he referido en Informe Fracto, en los gobiernos bolivianos de los coroneles Toro y Busch se advierten ideas de ese origen, en particular en el programa del llamado Partido Socialista de Gobierno. También la influencia fascista puede advertirse en el Plan Trienal del coronel Batista en Cuba (octubre de 1937), el Estado Novo de Vargas en Brasil (noviembre de 1937) y las propuestas de los regímenes militares de derecha en Paraguay y Argentina, encaramados en el poder a principios de los años cuarenta.
Fue en los países del Cono Sur donde mayor influencia tuvieron los nazis, apoyados por las numerosas colonias de emigrados alemanes y la ascendente presencia económica y comercial del Tercer Reich, que le permitió a la compañía germana Cóndor controlar el transporte aéreo en la América del Sur. En 1938 la Alemania hitleriana llegó a ocupar el segundo lugar en el mercado latinoamericano, sólo detrás de Estados Unidos, gracias al comercio de trueque (marcos aski). Incluso con Brasil, Guatemala y Chile el intercambio fue del 37%, 32% y 26 % respectivamente. En la tierra del quetzal se derivaba de una activa pero pequeña comunidad alemana dedicada al negocio del café desde fines del siglo XIX. En Paraguay vivían más de treinta mil germanos–entre ellos una hermana del filósofo Friedrich Nietzsche-, sin contar a sus descendientes, que fundaron a fines de los años veinte la primera célula del partido nazi (NSDAP) en el mundo, fuera de Alemania y Austria. También en 1938, una concentración de quince mil simpatizantes de Hitler en Buenos Aires festejó la anexión de Austria
Para su actividad conspirativa y propagandística los alemanes se apoyaron en núcleos fascistas autóctonos como la Unión Nacional Sinarquista de México, el Movimiento Nacional Socialista de Chile o el Partido Integralista de Brasil, que intentaron alcanzar el poder por la fuerza. Los integralistas, que usaban camisas verdes y brazales con la letra sigma, fracasaron en su ataque al Palacio Presidencial del Catete en 1938, por lo que el embajador del Reich en Río de Janeiro fue declarado persona non grata y expulsado del país. Un intento parecido abortó en Chile ese mismo año cuando un comando del Partido Nacional Socialista local, dirigido por un descendiente de alemanes, Jorge González von Marees, fue masacrado en el edificio de la Caja del Seguro Obrero.
El amplio apoyo conseguido por el movimiento popular antifascista, la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial y los éxitos militares de la Unión Soviética contra los ejércitos del Tercer Reich, pusieron en crisis al nazismo. Pero las bases de apoyo conseguidas en América Latina, especialmente en el Cono Sur, servirían de guarida a decenas de jerarcas y criminales de guerra nazis, como los casos de Otto Adolf Eichmann, Joseph Mengele y Paul Schafer, este último fundador en 1961 de la mal llamada Colonia Dignidad en Chile, un lugar convertido en tenebroso centro de detención y tortura durante la dictadura de Augusto Pinochet.
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