Mutaciones del arte


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Mucho más que objetos abarca el panorama de la cerámica contemporánea en Cuba. Una comunión que incluye  historia, tradición, tecnología, ingenio y el fuego que transforma todo en la más eucrática de las artes; en la que el creador determina la dirección de la exploración y medios en el cual la arcilla permita que las acciones se materialicen en formas y alcancen fuerza y potencia. La cerámica suma además del análisis de las piezas, corrientes, nuevas formas, características informales y transgresoras que facilitaron el camino es diferentes momentos explosivos contemporáneos. Buscando la historia y esos movimientos en Cuba, la huella y la mirada de una de sus representantes, Julia González. Motivo que nos lleva al tránsito por diferentes etapas, al testimonio y hacer, de quien dedicó parte de su vida a la creación y la enseñanza artística en Cuba.

¿Hábleme un poco sobre su familia y cuánto influyó en su inclinación por el arte?

Mis antecedentes de familia estuvieron relacionados con la música.  Mi mamá estudió piano en el Centro Asturiano y luego mi hermana mayor aprendió, por lo que en casa siempre se escuchaba.

A mí me interesaba mucho la naturaleza. Recuerdo que cuando por primera vez vi un arbusto de caimitillo con sus hojas moradas y verdes, quedé fascinada. Mi padre tenía una pequeña parcela en el Central Jaronú; lugar donde nací, en la costa norte de Camagüey; de ahí vienen a la memoria los frutos rojos y los ramilletes de tomatitos que luego las muchachas se ponían en el pelo como adorno. Todo eso lo dibujaba en mis libretas de clases o las ilustraba con el tema de la asignatura.

A inicio de1940 vinimos para La Habana. Una de mis hermana se hizo socia de Proarte, entonces teníamos acceso a los concierto de los domingo en el Amadeo Roldán, lo cual hizo que mi interés por la música fuese aumentando.

Tras la muerte de mi padre y gracias a que mi hermana trabajaba, pude estudiar en la Manzana de Gómez y me gradué de Taquigrafía parlamentaria y contraloría de libro. A través de Cuqui Ponce de León, inspectora de escuelas nocturnas de inglés y teatróloga, quien dirigía las puestas de teatro en la televisión, voy a trabajar al Canal 4 en Mazón y San Miguel, en el departamento de utilería. Allí conocí a dos pintores, Silia Sánchez y Julio Matilla; por ellos tuve mis primeros acercamientos a las artes plásticas e interactúe con Berta Martínez, Vicente Revuelta y otros que resultaron ser figuras importantes de las artes escénicas. Luego comencé a estudiar dibujo, pintura y técnica de representación en una escuela en la Plaza Roja en La Víbora, donde coincidimos Rolando Villaverde (diseñador), José Manuel Villa Castillo (Villita - diseñador) y otros que viven fuera del país o se fueron con becas luego de la Revolución.

¿Por qué la cerámica como medio de expresión artística?

Yo quería estudiar cerámica, había varios talleres a los que me acerqué. Me interesó mucho aquello por las posibilidades que me daba para hacer trabajos tridimensionales.

¿Qué representó para usted y su quehacer, José Antonio Díaz Peláez?

Conocí a Díaz Peláez, me enamoré de sus esculturas y luego de él. Había solicitado pertenecer a la Juventud, pero me dijeron que yo no tenía actividades directas dentro de la insurrección, a pesar de que siempre me sentí comunista, en el sentido de la confraternidad humana y de una verdadera democracia de todos. Como no tenía ningún vínculo directo con alguna institución, pensé irme a Estados Unidos a estudiar, entonces Peláez y yo nos casamos y nos fuimos a New York.

Allí comenzó una de mis odiseas, porque él era el escultor de fama, con una obra hecha, yo apenas comenzaba y los compromisos eran muchos, pero las alternativas y los conocimientos que adquirí ayudándole con sus trabajos, fueron base para mí. Finalmente, empecé a estudiar cerámica allí y tomé  además un curso de inglés para estudiantes extranjeros en la Universidad de Washington.

Tiempo después ejerció como funcionaria del estado cubano en Estados Unidos y Canadá, ¿dejó de hacer cerámica durante ese tiempo?

Bueno. Triunfa la Revolución y me llaman porque hacía falta trabajar en el consulado de Cuba en Estados Unidos. Ya se había unido a esta tarea Celia Girona, hermana de Julio Girona el pintor y acepté. Yo tenía la residencia en Estados Unidos y cuando regreso con aquellos papeles de representante de Cuba tuve que entregarlos, pues iba con el cargo de Agregada Cultural.

Comencé a trabajar y ya no pude estudiar nada más, ni hacer cerámica. ¡Te imaginarás porque! Eran conferencia en las universidades, invitaciones para hablar sobre Cuba, aquello fue una batalla con fieras, pero se hizo y regresé a mi país con 6 meses de embarazo. Tuve a mi hija y me hablan de un nombramiento para ir de nuevo a Estados Unidos, a la sede de Naciones Unidas. Les dije que yo lo sentía, pero que allá no volvía. Entonces me nombran en Canadá. Continuaba sin poder hacer cerámica, apenas  podía ir a las exposiciones y ver lo que se estaba haciendo en ese país.

Cuando regreso, estoy un tiempo en el Ministerio. Se hizo una racionalización y quedo excedente, pero fue una suerte para a hacer cerámica nuevamente, o sea,  Julia volvió entonces a hacer la artista que era, que por cosa de la vida y de una revolución que defendí siempre, me llevaron por otro camino.

¿Cómo llegas al Taller de Cubanacán y luego a la dirección del  taller de Amelia Peláez?

Luego de retomar mi carrera artística, me acerqué al trabajo en el Taller de Cubanacán. Allí coincidí con Sosabravo, Reinaldo Calvo, Velázquez Virgil, Fuster y todo un grupo de artistas que se sumaron, pues había un departamento de decoración y se hacían muchas piezas funcionales en serie.

La Revolución había comenzado con gran fuerza a auspiciar la artesanía y se había creado Cubartesanía. Aunque un poco de manera ilusoria, en el sentido que para crear en un país donde no hay una tradición, había que trabajar mucho y formar al personal. La artesanía nuestra se basaba en tejido de fibra, algún trabajo con piel, pero en cuanto a la cerámica, las tradiciones estaban muy burdas, basadas en hacer tejas, rasilla de techo y porrones, pero no en una cerámica elaborada.

El médico Rodríguez de la Cruz, junto a un amigo de profesión, se enamoraron de la cerámica, y montaron un taller en Santiago de las Vegas, mucho antes de la revolución, al que fueron a trabajar artistas importantes como Amelia Peláez. Tiempo después ella creó su propio espacio, en compañía de Keltran la alemana esposa de Martínez Pedro, pero no había un gran desarrollo e importaban para el taller todos los materiales, arcillas y esmaltes.

Por ese entonces, me uní a trabajar con Manuel Remis Jiménez, tecnólogo de Cubanacán que  había estudiado en la escuela Técnica Industrial en Rancho Boyero. Con su ayuda, empezamos a experimentar con los esmaltes brillosos que usaban habitualmente, para convertirlos a mates o semimates. ¡Y lo logramos! Hicimos además pruebas con tierras diferentes y las piezas que obtuvimos, se mantuvieron por un tiempo en exhibición.

Luego que Amelia fallece, me llama Marta Arjona para hacerme una propuesta, acepté y me fui de Cubanacán para el taller de Amelia a trabajar. Llevaba la administración, además de mis obras. Fue muy buena esa etapa, pues cada artista trabajaba a partir de una imagen definida. Se había logrado crear una identidad, incluso del taller, en la que se podía identificar una pieza y determinar que había salido del espacio de Amelia, y  que era de este u otro artista. Fuimos el punto de referencia para enseñar. Era un lugar precioso en el que pasé casi 10 años, pero empezaron a una serie de problemáticas  y muchas contradicciones, por lo que decidí irme.

En los años 70 muchos artistas al igual que usted hicieron murales. ¿Cuéntenos  esa experiencia?

En esta etapa comenzaron a hacerse los murales. Incluso el grande que está en el Palacio de la Revolución, las losas se hicieron en el taller de Rodríguez Cruz y se llevaron a otro espacio para que Portocarrero los trabajara.

En el 80 ya tenía mi taller con un horno grande y poco a poco comencé a hacer mis murales. Realicé varios, emplazados en el restaurante Las Terrazas, en la Escuela Naval (hoy Escuela Latinoamericano de Medicina), en la cafetería bar del hotel Varadero y otros. Hice además, muchas piezas para ambientación de hoteles y otras para Fondo de Bienes Culturales.

¿Cómo llegas a la  enseñanza artística?

Cuando dejé el taller de Amelia, me llaman para la enseñanza artística del nivel medio vocacional nacional. Tuve la responsabilidad de crear el programa docente nacional  de pintura, escultura, grabado, y estando allí, se creó el de cerámica.

Con mi experiencia de haber vivido aquí en el capitalismo, conocía que casi ningún artista podía vivir de la obra que hacía. Entendía además, que había que enseñarles otras posibilidades, entonces introduje talleres de fotografía, joyería y cerámica. Pocos entendieron lo que trataba de hacer, pero cree comisiones en el programa de estudio y en cada una de ella puse lo mejor de los artistas que habían en Cuba en ese momento. Estaba Raúl Martínez, Antonia Eiriz, Díaz Peláez, Sergio Martínez, Mario García Goya y otros. Trataba de que los estudiantes tuviesen la opción de aprender otras profesiones, como una asignatura colateral.  Estuve además años para que en San Alejandro se montara un taller de fundición de vidrio, porque teníamos una fábrica en Mariano y era otra posibilidad el trabajo con vidrio soplado, pero estando yo, no se terminó.

La enseñanza debe volcarse en cómo transmitir los contenidos que se necesitan. En cada provincia había que librar una batalla, para que comprendieran de qué se trataba. Se podían formar pintores y otro tipo de artistas, pero debía haber un énfasis en determinar la formación que lleve a aprovechar los recursos artesanales que se tienen en cada zona.

Al crear el Instituto Superior de Arte (ISA) en la década del 70, se estableció una estructura que cerraba algunas de las escuelas de nivel medio vocacional en el país, y los jóvenes que optaban  por este nivel, tuvieron que estudiar en La Habana, becados. Decidieron que eran las Casas de Cultura, las que se ocuparían de ello, que para ese entonces no estaban generalizadas por todo el país. Entonces, yo tenía que cerrar esas escuelas. ¡No te imaginas, lo que había trabajado para que cada una de ellas tuviese un horno eléctrico, y se pudieran quemar las piezas que se hacían en la asignatura de escultura y de cerámica!¡Y de los esfuerzos que hicimos para realizar seminarios que elevaran el nivel de los profesores!

Es que nos falta coherencia y lamentablemente tenemos la facultad de destruir o quitar lo que está organizado, para pensar en organizar de nuevo.

Me quedaba un año para la jubilación y presenté un proyecto de mural, que se iba a hacer en la Casa de Cultura de Alamar. Finalmente no se hizo y luego me separé de la enseñanza artística.

En los años 80 hubo una evolución de la Industria Cerámica en Cuba y con ella, un desarrollo del hacer utilitario, ya para los 90 todo comenzó a desaparecer. ¿Qué recuerdas de esa etapa?

Sucedió que se volvieron locos y la idiosincrasia de nosotros los cubanos, que nos pasamos o nos quedamos cortos.

Esa experiencia ocurrió en la Isla de la Juventud. Comenzaron a abrir talleres y a producir las mismas cosas, y por todas partes lo mismo... En la Isla estaban todos los equipos para la confección de platos y otros recipientes, era increíble la capacidad de producción que tenía aquello.

Mi experiencia no fue la más feliz, no sé la de los otros artistas que se involucraron. Obtuve  el permiso para realizar una serie de piezas y a las 7:00 a.m. estaba en la fábrica, se cargaban los hornos y se abrían 2 días después. Cuando iba, me decían que 30 o 50 piezas se habían roto, y las habían desechado. ¡Todo un sin sentido! Terminé una parte de ese trabajo, pero no continúe.

Luego vino el Período Especial y no había petróleo. ¡Fue una cosa tan tremenda! No se podían echar a andar los hornos, pues consumían muchísimo, lo cual fue un gran problema. No había quien diseñara para la industria, así como manejar una realidad y llevarla a síntesis. Hubo que librar muchas batallas absurdas y un desequilibrio tan grande, que la mayor parte de las fábricas cerraron y poco a poco fue desapareciendo lo que se había logrado con muchísimo esfuerzo.

A la altura de los 2000… y en la Cuba de hoy, ¿crees que se le dé el lugar y el interés debido a la creación de la cerámica artística y utilitaria?

Qué sucede con la cerámica. Ha habido muchas dificultades con el combustible, el costo de la electricidad, el cierre de fábricas y de grandes talleres que funcionaron aún en el capitalismo, limitaciones con el barro, esmaltes; en fin, creo que lo único que no ha faltado han sido las ideas.

En países capitalista desarrollados, te venden los productos que uno no tiene que hacer nada, lo compras y lo utilizas. En contraste, aquí hay que salir a buscar, hay que vivir con la realidad de la escasez, crecer y desarrollarse ante esas limitantes. Pero entiendo que las instituciones estatales deben dar mucho más atención a esta manifestación, que no pocos la desarrollan en la Isla y hacer en favor de la promoción y visualización. Es una tarea pendiente también, el capacitar a personas en cuestiones técnicas, para tener de vuelta la industria que redundaría en un gran aporte a la economía nacional. Hablo de la fábrica de sanitarios de San José de las Lajas, la de Holguín y alguna que otra que se encargaba de las líneas de producción de esmaltes.

Con el Periodo especial, también se paró la producción en lugares con yacimiento de carbonatos y potasio que eran magníficos, pero si aún existen, pueden retomarse, Sancti Spíritus era una provincia líder en esto.

Esa es nuestra realidad y claro está la perdida de la Industria incidió en que los artistas tuviesen menos posibilidades de materiales y de acceso a la tecnología. De todas maneras, hemos podido más menos hacer algo, pero con voluntad podemos avanzar más. Se ha desarrollado sobre todo la creación de una manera interesante. Los ceramistas nos hemos individualizados, cada artista tiene su personalidad.

Creo que la riqueza que tiene nuestra cerámica artística es la autenticidad y sobre todo hacerla con todas estas dificultades. A la larga la gran labor que hace el Museo Contemporáneo y la que hizo Alejandro Alonso con la idea de su creación, no se le pagará nunca con nada. Por eso cada vez que se habla de la cerámica, yo vuelvo a mencionarlo.

Cuba puede retomar las posibilidad de desarrollo si de cerámica se trata, tiene algo básico y sostenible, nosotros, los creadores. El desarrollo industrial en el campo que yo conozco, en algo con lo que mucho soñamos. Creo que como país hay que trabajar, organizarnos y sacar provecho en este sentido. Lo digo desde mi visión de socialista convencida, mucho nos falla y es porque nos falta el amor en lo que se está haciendo. Cuando se le tiene amor, hay coherencia, entonces las cosas salen, porque de lo que se trata es de sacar la cerámica como manifestación, adelante.

Hay muchos artistas que están haciendo y usando como base el barro. Marta Jiménez, multipremiada por sus esculturas, es una de ella. Sus mujeres en el circo en diferentes aparatos son verdaderas joyitas, ¡que figuras más hermosas! Es una mujer de un talento tremendo, que se ha concentrado y lo ha logrado aun estando en Camagüey. De eso hay que hablar y visibilizar. Es mucho  y bueno lo que se hace en cuestiones de arte cerámico en Cuba.

¿Y su trabajo? 

Tuve una etapa muy larga en la que trabajaba con la naturaleza, pero luego muchos comenzaron a hacer lo mismo. Hice incluso la colección que llamé Herbarios, basada en plantas silvestres que las imprimía y componía las piezas. Llegó un momento que necesitaba cambiar y me puse a trabajar sobre la música que siempre ha sido mi otro interés grande de expresión artística. Traté de llevarlo a la arcilla, ya no desde el punto de vista de la forma, sino del elemento digamos de carácter estructural decorativo o del componente que se expone sobre la superficie de la forma.

Pretendo nuevamente concentrarme y comenzar a trabajar en piezas que las tengo hace 5 o 6 años sin terminar. Comencé haciéndolas con menos relieves, luego con más profundidad en las incisiones. Ahora yo veo danzantes y las titulé Yambú, uno de los géneros de la rumba y por ahí voy.

Hacer cerámica es para mí muy enriquecedor y lamentablemente lo he paralizado por cuestiones personales. He trabajado mucho, hice una sola muestra personal, las demás fueron colectivas, por eso me pelaba infatigablemente Alejandro Alonso. Ahora voy teniendo menos fuerza, estoy más limitada, por cuanto y en cuanto esfuerzo hago y necesito descansar para recuperarme después. Espero que pueda seguir, mientras tenga fuerza y ganas de trabajar. Eso no me falta, solo necesito de un tiempo de tranquilidad y de reposo para pensar y que vayan viniendo ideas y llevarlas a la práctica. A veces me vienen más ideas que el tiempo que tengo para realizarlas y los proyectos mentales se me acumulan. Solo requiero de soledad y pensamientos, aunque no siempre el tiempo me devuelve todo y cuanto le he dado.


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