Más allá del valor patrimonial que atesora en sus salas desde hace 55 años, el Museo Nacional de Artes Decorativas es, como otras instituciones nacidas tras el triunfo revolucionario de enero de 1959, fiel exponente de la voluntad que reinó en aquellos inicios de entregarle a los cubanos las riquezas arrancadas de su sudor; así como del empeño que llega hasta nuestros días por elevar su espiritualidad.
Tres años habían transcurrido desde que en la otrora mansión del acaudalado político ítalo cubano Orestes Ferrara fuera inaugurado el Museo Napoleónico de La Habana, con parte de la colección que sobre el Gran Corso había atesorado otro magnate, Julio Lobo; cuando el 24 de julio de 1964 abrió sus puertas el que en las calles 17 y D de El Vedado posee también un invaluable tesauro.
Con una fuerte influencia de la arquitectura francesa del siglo XVIII, la construcción del palacete concluyó en 1927 por encargo de la familia Gómez-Mena, una de las más prominentes dentro de la sacarocracia criolla, la cual hizo traer de París los materiales para su construcción y posterior decorado.
Tras lograr instalarse en el lujoso inmueble que originalmente fue para su sobrina, Luisa María Gómez-Mena se agenció, además, el título de Condesa de Revilla de Camargo, con el que, en los escasos meses de invierno que permanecía en la Isla, recibió a varios miembros de la nobleza europea, rodeada de los valiosos objetos que fue coleccionando en sus viajes.
Con la definitiva partida al extranjero del último miembro de la familia que vivió en ella, la mansión pasó a manos del Estado, el que abrió sus 40 puertas para que por ellas entraran los que solo a distancia habían podido hasta entonces apreciar la suntuosidad del edificio y apenas imaginar las hermosas obras que engalanaban los doce salones.
Constatar los valiosos objetos que, con un valor superior al millón de dólares, habían dejado a la vista u ocultos en las paredes los Gómez-Mena, fue la primera motivación de muchos de quienes en los primeros momentos visitaron el Museo Nacional de Artes Decorativas, institución que poco a poco fue rigiéndose por una metodología apropiada a sus fines y nutriéndose de nuevos exponentes a través de donaciones, compras y artículos decomisados a traficantes de arte, hasta arribar a la cifra actual de 33 mil piezas.
De tal modo son parte de sus fondos obras procedentes de los reinados de Luis XV, Luis XVI y Napoléon III; francesas manufacturas de Sévres junto a las inglesas de Derby, Chelsea, Worcester y Stafforshire; sin que falten obras del Oriente, producidas entre los siglos XVI y XX.
Además de ir perfeccionando las técnicas museográficas, hasta llegar a ser el que encabeza la Red de Museos de Arte del país, la institución ha logrado en este tiempo irse insertando en la comunidad donde se encuentra enclavado y mantener una programación cultural capaz, no solo de atraer a un mayor número de visitantes, sino también de ampliarles la información sobre las colecciones u otros temas de interés.
Ejemplo de ello son las peñas que habitualmente se desarrollan allí con prestigiosos intérpretes de nuestra música, los talleres de bonsái que desde hace algunos años se organizan, las visitas de estudiantes a que convocan los especialistas o los espacios como el que, bajo el título de Meditarte, mantiene el Dr. Oscar Ojeda para brindar mayor calidad de vida a los asistentes.
Todas estas propuestas se magnifican en los meses del verano, cuando gran parte de la población disfruta de sus vacaciones y, además, se arriba en la fecha del 24 de julio a un nuevo aniversario de su fundación, el cual será públicamente celebrado ese día con la reapertura del Salón Oriental, la inauguración de una muestra dedicada al aniversario 500 de La Habana y la presentación de un grupo de artistas.
Sin embargo, el Museo Nacional de Artes Decorativas no solo ha sido reflejo y resultado de la política cultural del país. Como parte de la nación que es, se ha visto afectado por las agresiones económicas de que somos objeto.
El arreciamiento del bloqueo, tras las nuevas medidas adoptadas por el gobierno estadounidense, ha hecho que en las últimas semanas mermen considerablemente las visitas que realizaban a la institución los turistas extranjeros a su paso por La Habana y, con ello, la recaudación de divisas necesarias para la restauración de las obras, la adquisición de otras y el mantenimiento general de la instalación.
Pero, también al igual que el resto del país, el bello palacete -otrora anfitrión de la aristocracia citadina- se mantiene imperturbable; como símbolo que es de una época en la que se sentaron las bases para que el arte y la cultura llegaran a ser patrimonio de todos.
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