Después de insertarse en la sociedad de Estados Unidos como periodista y abogado, Martí estudió mucho la historia de ese país, factor esencial para entender la realidad que vivía. En sus notables crónicas ─del mejor periodismo hispanoamericano de su época─, sobre esa nación, las llamadas “Escenas norteamericanas”, se proponía un corpus en que no solo es posible aquilatar al escritor, sociólogo o estadista, sino comprobar el despliegue de conocimientos profundos y singulares acerca de la sociedad norteña. Estaba convencido de que la propia fundación de Estados Unidos se había visto lastrada por un asunto moral pendiente que incapacitaba para avanzar más socialmente y que no se reparó ni siquiera con su independencia: la no abolición de la esclavitud, porque “…las semillas de la esclavitud y de la libertad cayeron a un tiempo en el suelo de este continente. En 1620 el ‘Flor de Mayo’ trajo los peregrinos a Plymouth, y en 1620 un buque holandés trajo a Virginia veinte esclavos africanos. […]. Así empezaron a vivir los Estados Unidos. // La Declaración de Independencia había dicho estas palabras memorables: ‘Consideramos como la evidencia misma que todos los hombres son iguales’. Pero la Declaración de Independencia fue la expresión genuina del gran espíritu que animaba a los héroes y a los predicadores de la libertad, ─el que batalló en Bunker Hill, el que triunfó en Yorktown. La constitución política no fue en cambio sino un pacto; un pacto con el infierno, había de llamarla más tarde Wendell Phillips” (Ídem, p. 93). La independencia de los países de América Latina contempló la abolición de la esclavitud, y el primero en promulgar esta elemental coherencia con el compromiso con la libertad fue Haití. No sucedió así en Estados Unidos.
La batalla de Bunker Hill, ocurrida en 1775 como estrategia para cercar a Boston durante las acciones militares de la guerra de independencia estadounidense, tuvo como resultado una victoria pírrica para los ingleses, quienes sufrieron más de mil bajas; ha sido poco divulgada la gloriosa intervención de los afroamericanos, pues no se conoce el número exacto de los que allí combatieron y murieron, y solo se sabe que el valiente negro Salem Poor le salvó la vida al coronel William Prescott, quien había estado al lado del general Israel Putman, comandante de las tropas. También, que pelearon otros afroamericanos como Prince Whipple y Brasillari Lew, o que hubo mártires negros como Phillip Abbot de Andover, pero escasean los monumentos a ellos y las referencias en la Historia. Martí también menciona la famosa batalla de Yorktown, en la que participaron franceses canadienses, incluso con grados militares como el mayor Clément Gosselin y Germain Dionne, pero poco se ha subrayado el refuerzo de 3 000 españoles y latinoamericanos recibido por George Washington, con un papel decisivo. Martí menciona el “pacto con el infierno” que no reconocía ni a los afroamericanos y ni a los extranjeros, y alude a Wendell Phillips, un abogado bostoniano que defendió la causa del abolicionismo y la de los indígenas en Estados Unidos. Phillips, en el año de publicación del artículo había fallecido, fue un orador distinguido de la American Anti-Slavery Society y radicalizó su discurso después de que en 1835 presenciara el linchamiento del afroamericano George Thompson; tuvo que enfrentarse a su propia familia, y se negó a prestar juramento sobre la Constitución de Estados Unidos, que no solo toleraba la esclavitud, sino mantenía una degradante discriminación hacia los negros libres. Martí sacaba a la luz zonas de silencio en la historia de ese país.
Conocía al detalle la génesis y el desarrollo de aquel odio racial, y estudió y desenmascaró el argumento de los racistas de entonces para mantener la discriminación por el color de piel: en el artículo “La verdad sobre los Estados Unidos” en el periódico Patria, de Nueva York, escribió: “No hay razas: no hay más que modificaciones diversas del hombre, en los detalles de hábito y formas que no les cambian lo idéntico y esencial, según las condiciones de clima e historia en que viva” (citado por Ramiro Valdés Galarraga: Ob. cit., p. 595). Pueden encontrarse en sus cuadernos de apuntes los numerosos estudios que realizó para llegar a esta conclusión, avalado después por la ciencia. También en Patria puso en claro esta historia de silencio oprobioso que ocasionaría luego una guerra y que aún hoy no se ha resuelto y todavía corroe a la sociedad estadounidense: “Norteamérica calló sobre la esclavitud, y a ello debe la sangre odiosa de la guerra de secesión, y el fracaso probable de su república oligárquica e injusta” (José Martí. Obras completas, t. 3, p. 81). Esa oligarquía, hoy plutocracia conducida por un crápula, aplica los conceptos del derecho bárbaro, lo mismo a los negros, aborígenes, latinos, inmigrantes… que a otros países considerados traspatio u “oscuros rincones”. Martí se dio perfecta cuenta de que esa era la base legal vigente oculta esgrimida en Estados Unidos. En el artículo “La Conferencia Monetaria de las repúblicas de América”, publicado en La Revista Ilustrada, de Nueva York, en 1891, lo expuso claramente: “Creen en la necesidad, en el derecho bárbaro, como único derecho: ‘esto será nuestro, porque lo necesitamos’. Creen en la superioridad incontrastable de ‘la raza anglosajona contra la raza latina’. Creen en la bajeza de la raza negra, que esclavizaron ayer y vejan hoy, y de la india, que exterminan. Creen que los pueblos de Hispanoamérica están formados, principalmente, de indios y de negros” (Ibídem, t. 6, p. 160).
Estados Unidos es un país de enormes contrastes y de colosales oportunidades e injusticias; el visionario cubano reflejó ambas vertientes y pudo asomarse al futuro porque registró hasta la saciedad lo que vivió, desde el refinamiento hasta la barbarie, la prosperidad y la cólera, las riquezas injustas y la ira de los necesitados. El primer párrafo del artículo “La campaña electoral en los Estados Unidos”, escrito en 1888, aborda con magistral prosa algunos elementos sociales y culturales que le sirven de “presentación” a la época de la contienda de ese año, cuando se enfrentaron el demócrata Grover Cleveland y el republicano Benjamin Harrison: “Levantan los escoceses con gran ceremonia una estatua a su poeta Robert Burns, que tuvo el verso musical, la vida infeliz, y el alma brava. Los indios sioux oyen, encuclillados en círculos, las propuestas del cura, el capitán y el juez, idos a su tierra feraz a convencerlos de que está en su provecho ceder lo mejor de ella a los ferrocarriles del ‘gran padre’ de Washington. Los caucásicos de Luisiana, imitando a los terribles ‘Gorros Blancos’ del Noroeste, asaltan, encubriendo su odio con pretextos de moral pública, los pueblos de negros donde vive algún matrimonio de las dos razas, y flagelan sin misericordia, contra un tronco de meple al hombre o a la mujer, desnudos, de cintura arriba, y por la noche caen, en número de más de cien, sobre la aldea, intiman rendición a los negros dispuestos a resistir, y triunfan, cuando ya no queda un negro vivo” (Ibídem, t. 12, p. 41).Es coherente que una sociedad que a finales del siglo XIX actuaba de esa manera, a principios del XXI mantenga secuelas de odio entre quienes practicaron o sufrieron aquellas horribles injusticias, todavía sin reparación convincente.
En las crónicas de las “Escenas norteamericanas”, el Apóstol de la independencia y la libertad de Cuba deja suspenso un estudio realizado por los oligarcas estadounidenses, grupos de ricos creados en Boston para acometer una reforma social: “Es necesario, dicen de Boston, que lo que es de todos por la naturaleza no pase a ser propiedad particular de unos cuantos. // Las riquezas injustas; las riquezas que se arman contra la libertad, y la corrompen; las riquezas que excitan la ira de los necesitados, de los defraudados, vienen siempre del goce de un privilegio sobre las propiedades naturales, sobre los elementos, sobre el agua y la tierra, que solo pueden pertenecer, a modo de depósito, al que saque mayor provecho de ellos para el bienestar común. Con el trabajo honrado jamás se acumulan esas fortunas insolentes. // El robo, el abuso, la inmoralidad están debajo de esas fortunas enormes. ‘Hay que ordenar mejor el mundo, dicen de Boston, si no queremos que el mundo se nos venga encima’. Y se están creando grupos para el estudio de la reforma social, no donde el cambio es apetecido con rabia y exceso, como sucede entre los obreros pobres, sino entre aquella gente de arriba que tiene llenos a la vez los sesos y las arcas. Refórmese de arriba, decía el pobre zar Alejandro, antes que la reforma venga de abajo. Atienda a lo justo en tiempo el que no quiera que lo justo lo devore” (Ídem, pp. 250-251). Justamente en la patria del “pobre zar”, algo más que reforma vino de abajo y todo el mundo sabe lo que sucedió… El discurso contra el 1 % del excandidato Bernard Sanders, autocalificado como “socialista”, se parece mucho a estos planteamientos del grupo de Boston. Martí infiltra sus sagaces opiniones y con esto termina el artículo, como para dejar “la pista caliente”. Hoy quienes protestan en Estados Unidos también denuncian el enorme pecado de la injusticia social por la abrumadora desigualdad de la distribución de la riqueza, paradójicamente avalada por un sector de su religión más puritana. Entonces, yo preguntaría como aquel ciudadano que interrogaba al Sun; “¿No es éste un interesante estado de cosas? ¿Qué viene ahora?”.
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