Manos


manos

 

 

Te recordamos siempre, con alegría: Como cada año desde 2019, este 20 de julio, los trabajadores de la Casa de las Américas, los de siempre y también jóvenes recién llegados, acompañaron a la escritora Laidi Fernández de Juan en la pequeña ceremonia junto al mar para recordar, con alegría, a Roberto Fernández Retamar.

Retamar narrador: Al cumplirse un aniversario más de la partida física de Roberto Fernández Retamar, La Ventana ofrece, a manera de adelanto, un texto inédito que aparecerá en el número 307 de «Casa de las Américas». Forma parte de un pequeño conjunto de narraciones -rescatadas por Laidi Fernández de Juan- que la revista publicará precedidas de un estudio de Francisco López Sacha. Con su rescate queremos dar a conocer esa zona lejana y desconocida de su autor.

 

 

La escritora Laidi Fernández de Juan entregó a La Ventana, para su publicación, una hermosa evocación de su padre, Roberto Fernández Retamar, a quien perdimos físicamente el 20 de julio de 2019.

 

Mi padre tenía manos hermosas. En más de una ocasión, hizo referencia a ellas, aunque no para elogiarse, claro. A mi madre le dijo: “Con las mismas manos de acariciarte, estoy construyendo una escuela”, y en el poema a su padre: “Los largos dedos en la mano que ahora es la mano mía” y “buscando con mano temblorosa”. En una entrevista que le hiciera en el año 2008 su amigo brasileño Joao César, que al cabo no se hizo pública por decisión suya, contó: La imagen de las dos manos –la mano que escribe ensayos y la mano que escribe poemas–, esas dos manos se cruzan, porque hay vasos comunicantes entre mis ensayos y mis poemas. Como he subrayado antes, algunas personas han entendido que mis ensayos son «poéticos». Debo decir que detesto la expresión «poético» entre comillas, me parece que es una manera fácil de eludir cuestiones mucho más serias. No es que mis ensayos sean poéticos, es que tanto mis ensayos como mis poemas nacen de una raíz intelectual, emocional común. El hecho de que asuman unos la forma de ensayo y otros la forma del poema sigue siendo para mí un poco misterioso.  A veces no sé si voy a escribir un poema o un ensayo, y por lo general lo sé, sin embargo.

Subrayo el reconocimiento de su raíz intelectual y emocional, inseparables. Además de su hermosura (era de una belleza que el tiempo no logró desvanecer), fue también un hombre profundamente temperamental. Apasionado, sostenía discusiones en las cuales no ocultaba ningún argumento, ni tampoco alguna emoción. Su mayor expresividad, además de su oratoria y de la risa, de la cual ya he hablado, se manifestaba a través de sus manos, siempre inquietas. Lo recuerdo tamborileando en los brazos de los sillones donde solía balancearse, práctica que yo misma repito si estoy ansiosa, y me parece verlo ahora mismo, escribiendo con las manos al unísono, para demostrarme la escritura en espejo, porque era lo que ahora llaman un zurdo contrariado. Nació zurdo, y aunque su madre se opuso a que fuera castigado como era usual en ese entonces, en aras de forzarlo a ser diestro, permitió que le exigieran en la escuela usar la mano derecha. El resultado fue que adquirió habilidad con ambas, al punto de, como ya dije, ser capaz de escribir a la vez con las dos manos. No creo que nada ni nadie lograra una eficaz contrariedad en su espíritu, siempre rebelde, empecinado y libertino. Quizás por esa única ambigüedad en cuanto a su hemisferio cerebral dominante, alternaba el uso de sus manos en las actividades cotidianas, en esos actos nimios que se reservan para la intimidad del hogar. Me gustaba contemplarlo en tales momentos: Para comer, utilizaba la mano derecha, pero se afeitaba con la mano izquierda, la misma que usaba para untar betún en los zapatos, y para batear, en las escasas e infructuosas ocasiones en que jugaba pelota. Me daba mucha risa verlo con un bate, por cierto, porque era mal jugador del deporte nacional, en contraste con su increíble pericia para todo lo relacionado con el mar. Fue un nadador formidable, y me enseñó a remar, y a bucear sin ningún equipo más allá de una simple careta de playa. Regreso a sus manos: Ni él ni mi madre fueron tradicionales en casi nada, lo cual incluye el uso de los anillos llamados de compromiso. Los de ambos, lindísimos y sencillos, fueron confeccionados por el abuelo de mi madre, y tienen grabadas sus iniciales correspondientes, y la fecha 27 de julio, 1950, cumpleaños diecinueve de Adelaida. Los usaban en la mano derecha, recuerdo. Como si fueran esposos desde el inicio, y en un momento que no logro precisar, uno de ellos, -posiblemente mi madre-, se lo quitó, con lo cual, el otro miembro de esa pareja tan peculiar, hizo lo mismo. Los anillos fueron a dar a un estuche increíblemente kitsch, de plástico y en forma de corazón que no sé por cual razón estaba en nuestra casa. Con el paso de los años, mi madre adornaba sus dedos con preciosuras que le regalaba su amigo Pepe Rafart, el gran orfebre cubano, y con alguna otra diadema que había pertenecido a mi abuela materna. Mi padre, en cambio, rehusó volver a anillarse, hasta que, en otro momento, y de forma tan inexplicable como el día en que se lo quitó por primera vez, regresó a su hábito de andar con el aro dorado en el dedo anular de su mano derecha. Veo fotografías suyas de diferentes años, y, efectivamente, usaba su anillo o no, indistintamente, hasta que decidió guardarlo. Contrario a su resistencia de ser convencional, al morir mi madre, me pidió que sacara del estuche ridículo su anillo de compromiso, y acordamos que lo llevaría consigo hasta el final de sus días. Seguramente aceptó que la vida adora las teatralidades, verso suyo, por supuesto. Permití que su cuerpo fuera cremado junto a algunos objetos que conformaban su conocida estampa quijotesca, pero antes, tuve el cuidado de recuperar ese anillo, símbolo del compromiso amoroso que él había contraído 69 años antes. Lo extraje con sumo cuidado de una de sus hermosísimas manos, que conservaban, aun inertes, la elegancia, la altivez suprema que unas manos puedan tener. Han pasado tres años de ese momento, y no soy capaz de precisar si ha transcurrido un siglo ya, o si, por el contrario, solo ayer fuimos mi padre y yo, tomados de las manos, a patinar en el parque Víctor Hugo. O a nadar en Bacuranao. O a descubrir el eco en la glorieta. A veces no sé […] y por lo general lo sé, sin embargo. Es esta una fecha dolorosa que vemos arder donde él no está, en la sobrevida, y no puedo espantar la tristeza. Debe ser la pena enorme, eterna y cabizbaja que hace lazo en mi cabeza en esta ingrata primavera, citando a Amaury.

Julio, 2022.  

 

 


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