José G. Ricardo: La imprenta en Cuba, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1989.
En el siglo XIX las imprentas en Cuba no solo estaban al servicio de la prensa, sino que también publicaron libros. Las labores que hoy conocemos como editoriales se asumían de manera un tanto difusa en ciertas imprentas, y los editores eran técnicos invisibles integrados al proceso de impresión y publicación de textos en los talleres. Puede afirmarse que a partir de los años 40 de esa centuria hubo un crecimiento y regularidad en la producción de libros y folletos: “Entre los talleres de este período que más tiempo se mantuvieron en activo como impresores de libros o folletos se destacan los de la Capitanía General, de Palmer y de Boloña, así como los de Soler y de Barcina, fundados en la década del cuarenta” (Ambrosio Fornet: El libro en Cuba. Siglos XVIII y XIX, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1994, p. 47). En la década del 50 se publicaron unos 40 libros y folletos dirigidos a los niños, como parte de la estrategia educacional colonialista de este siglo, que también destinaba florilegios a mujeres, durante un proceso denominado “feminización de la lectura”, además de imprescindibles manuales para operarios. Junto a los “ramilletes” ─más de una docena de títulos con que nombraban a las antologías poéticas─, se daban a conocer libros y folletos que recogían historias, memorias, anales, ensayos, prontuarios, tratados…, muchos de ellos textos universitarios y otros relacionados directamente con la religión y la Iglesia. Surgían las primeras novelas y leyendas románticas a mitad del siglo, asociadas al folletín por entregas de los periódicos, que contribuyeron a incentivar el hábito de la lectura mediante estas historias que continuaban de una edición a otra.
Posiblemente el primer best seller cubano haya sido la colección de poemas publicados bajo el título Cantos del siboney, insertado dentro del momento de mayor popularidad de nuestro Romanticismo, con la corriente del siboneyismo. Según Max Henríquez Ureña, “la figura culminante del siboneyismo fue la de José Fornaris (1827-1890) que le dio nombre al publicar en 1855 sus Cantos del siboney, que alcanzaron en muy poco tiempo cinco ediciones, y le valieron una popularidad sin precedentes” (Max Henríquez Ureña: Panorama histórico de la literatura cubana, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1978, t. I, p. 214). Otro éxito de ventas fue Una feria de la Caridad en 1833…, de José Ramón Betancourt; después de publicado en Camagüey, fue reeditado en La Habana en 1856. En ese mismo año, se produjo el segundo best seller: Rumores del Hórmigo, de Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé, texto del criollismo romántico que tuvo una segunda edición en 1859, una tercera ampliada en 1867, una cuarta en París en 1878, y otras más antes que terminara el siglo. El Romanticismo, y especialmente el siboneyismo y el criollismo, produjeron los libros más exitosos de la centuria.
Al instaurarse la República, las leyes no favorecieron una imprenta nacional como soporte imprescindible de la publicación de libros. “Con fecha 30 de julio de 1902, el Gremio de Industriales del Ramo de Imprentas de La Habana dirigió al Gobierno central de la nación un documento donde se oponía resueltamente a que se creara una imprenta oficial, pues ello ─afirmaban los industriales─ lesionaría sus intereses, ‘sin beneficio alguno para el Estado’” (José G. Ricardo: La imprenta en Cuba, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1989, p. 118). Se hablaba de gastos excesivos para la publicación de libros en la Isla, porque las facilidades de las tarifas de aduana impuestas por el gobierno interventor de Estados Unidos para importar libros y folletos de ese país, marcaban una cifra insignificante en relación con los altos impuestos por importación de papel y demás insumos para la producción nacional. A pesar de ello, continuaron las imprentas que se habían instalado en la colonia, como Avisador Comercial, La Moderna Poesía, Rambla, Bouza y Cía., La Tipografía, etc., y se instalaron otras con nuevas técnicas para cubrir necesidades de libros para la educación, pero sobre todo para satisfacer la demanda creciente de las revistas, lo mismo de ciencia y técnica que de literatura e información general, tanto en la capital como en el resto de las ciudades.
En 1917 se publicaron 517 libros; en 1918, 503, y al año siguiente, 528; según época de “vacas gordas” o “vacas flacas”, la cifra podía subir o bajar dentro de ese rango en las primeras tres décadas. Por los años 20 se imprimían libros de poesía, Derecho, Medicina, Historia de Cuba, e incluso teatro; y unos pocos de Química, Física, Biología y Matemática. (Estos y otros datos pueden hallarse en Bibliografía cubana, una serie de textos preparados en el Departamento de la Colección Cubana de la Biblioteca Nacional José Martí, por Marta Dulzaides Serrate, Norma Fernández Ugalde, Elena Graupera Arango y Elena Cabeiro Gil, publicados en La Habana entre 1970 y 1979). Al observar las cifras, nos percatamos de cómo la crisis machadista, más la persecución por los libros prohibidos, arrojaron descensos significativos en el número de títulos publicados: en 1931, 391; en 1932, 362, y en 1933, 316. Sin embargo, ya en 1936 se había ajustado la cifra en 544, la más alta hasta entonces. En 1933 se publicó furtivamente Nosotros, el libro de versos de Regino Pedroso, de fuerte filiación marxista-leninista y primer poemario del tema obrero en Cuba; sin embargo, algunos ejemplares se ubicaron para su venta en lugares inadecuados, como la tienda El Encanto, porque su gerente creía que se trataba de una publicación del Club Rotario, a juzgar por la rueda dentada que ilustraba la cubierta.
Una buena parte de las editoriales cubanas del llamado período republicano hacían libros y folletos de muy baja tirada y a un precio inaccesible para la mayoría de la población alfabetizada, según el salario promedio; en casi todas, el primer objetivo era sobrevivir en un mercado deprimido, pues tenían que competir con el libro importado, con utilidades de sobrevivencia. “En los cuatro volúmenes del Anuario Bibliográfico Cubano correspondientes a 1947-1950 aparece un total de 2 805 obras (folletos y libros) publicados en nuestro país en ese período, lo que da un promedio de 701 títulos por año” (José G. Ricardo: Ob. cit., p. 213). Algunas editoriales realizaron una labor cultural destacada: La Moderna Poesía, convertida en Cultural S. A. después de la muerte de José López Rodríguez en 1926, cuando se fusionó La Moderna… con la Librería Cervantes; El Ideal, que sirvió a estudiantes y obreros; el proyecto de libros de la Revista de Avance en la Editorial Hermes, con editores de la talla de Alejo Carpentier, Jorge Mañach y Juan Marinello; la Editorial Páginas, vinculada al Partido Socialista Popular; la Oficina del Historiador de la Ciudad, que inició su labor cultural en 1935 con Emilio Roig de Leuchsenring, y la editorial de la Dirección de Cultura de la Secretaría de Educación, creada en 1934, pero con una importancia mayor cuando Raúl Roa asumió la Dirección de Cultura.
No es cierto que antes de la Revolución no existían editoriales ─incluso, he escuchado decir a algunos discursantes, que ni libros─, como de manera simplificadora y a veces oportunista se ha asegurado. Baste mencionar el primer gran proyecto antológico de prosa y poesía cubanas emprendido por José Manuel Carbonell: Evolución de la cultura cubana (1608-1927) (Imp. El Siglo XX y Montalvo y Cárdenas, La Habana, 1928) o la publicación de la gigantesca obra de Don Fernando Ortiz a lo largo de la República, para desmentir este disparate: en la Biblioteca Nacional José Martí hay miles de libros y folletos aparecidos en la República. Lo que sí es cierto, es que las editoriales cubanas eran pocas y dispersas, acudían a talleres ─casi siempre fusionados con su labor─ en que ni el libro ni el folleto formaban parte de su principal producción, con editores totalmente invisibilizados o inexistentes, pues en no pocas ocasiones esa labor la asumían los propios autores e impresores, en una sociedad con altos índices de analfabetismo y pobreza; en ese contexto de bajos salarios para la mayoría de quienes lograban conseguir un trabajo fijo, con una masa de campesinos hambreados y buscavidas pululando por las ciudades, el precio del libro cubano estaba totalmente fuera de competencia. Pero tampoco hay que negar la tradición editorial y el impacto de la letra escrita antes de 1959, para destacar la enorme obra revolucionaria en el desarrollo de las editoriales e imprentas, la dignificación de los autores cubanos, el crecimiento de las tiradas como resultado de una alta demanda de un público completamente alfabetizado y de la constante promoción literaria que cotidianamente ofrece un sistema de instituciones. Esto pudo ser posible porque existió un pasado imperfecto e injusto, pero no nulo o estéril, y ha sido obra de muchas personas en diversos períodos de estos 60 años.
15 de Abril de 2019 a las 10:42
Hola amigos! Les escribo desde España. Quiero contactar con imprentas de Cuba para enviar nuestros títulos allí. ¿Me podrían informar algunos correos de contacto? Muchas gracias!!
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