La publicación de epistolarios ha despertado siempre el interés y la curiosidad de los lectores, no solo por su contribución al “retrato” psicológico de emisores y destinatarios, sino por su caudal de verdades ocultas, aportes sobre métodos de creación, relaciones sociales, precisiones históricas o datos que desmienten versiones oficiales: un tejido histórico, político y social invaluable. En Cuba las cartas enviadas y recibidas por José Martí no solo permitieron aquilatar las dimensiones de su acción y su pensamiento, sino profundizar en los sucesos de la “guerra necesaria”; las de Gertrudis Gómez de Avellaneda o Juana Borrero enriquecieron la estatura de sus obras literarias e iluminaron otros aspectos sociales; el centón epistolario de Domingo del Monte o los valiosos intercambios de Regino E. Boti con José Manuel Poveda, Juan Marinello y Nicolás Guillén, revaluaban el papel de sus autores en la cultura cubana, mientras las de Alejandro García Caturla, Pablo de la Torriente Brau, José Lezama Lima, José Rodríguez Feo, Emilio Roig de Leuchsenring, Ernesto Lecuona o Alejo Carpentier, por citar algunas de las publicadas entre nosotros, iluminaron ángulos poco conocidos de personalidades y épocas.
La Correspondencia de Fernando Ortiz aparecida entre 2014 y 2018 constituye uno de los legados más significativos de la cultura cubana; su lectura resulta determinante tanto para comprender y seguir acrecentando la dimensión de Don Fernando, sino para entender cabalmente muchos procesos culturales, sociales, económicos y políticos de la Isla. La obra, dividida en cuatro tomos: Bregar por Cuba (1920-1929), Salir al limpio (1930-1939), Iluminar la fronda (1940-1949) y Ciencia, conciencia y paciencia (1950-1962), no hubiera sido posible sin la intervención erudita y equilibrada de Trinidad Pérez Valdés —Trini, como la llama casi todo el mundo—, quien asumió una tarea colosal: además de la ponderación lograda en la selección de las cartas, el cuerpo de notas que las acompaña resulta una de las investigaciones más completas que he leído en muchos años. El primer y segundo volúmenes fueron auspiciados y financiados por el Fondo de Desarrollo para la Educación y la Cultura, el Fondo Cubano de Bienes Culturales, la Biblioteca Nacional José Martí, la Oficina del Historiador de La Habana y la propia Fundación Fernando Ortiz; en el tercer tomo intervinieron también el Centro de Intercambio y Referencia Iniciativa Comunitaria (Cieric) y la Brownstone Foundation, y en el cuarto, la Swiss Agency for Development and Cooperation (SDC). Los cuatro tomos, impresos y encuadernados, con su habitual pericia, por Selvi Artes Gráficas, de Valencia, España, se acompañan de amplio testimonio gráfico con fotos y documentos de cada época, además de un valioso índice analítico.
Esta monumental obra, que insisto en que constituye una de las investigaciones de su tipo más importantes realizadas en Cuba, por esos misterios que nos acompañan no ha recibido la divulgación y el reconocimiento merecidos. Trinidad Pérez no se limitó a compilar un grupo de cartas entre decenas de miles —tarea ya de por sí difícil y loable—, sino que acometió un examen acucioso de cada una de ellas y un profundo trabajo indagatorio acerca de cada concepto significativo, libro, conferencia o publicación periódica citados, instituciones, incidentes, sucesos de interés y personas mencionadas en cada una de las misivas, volcados en miles de notas. El “extra” de esta investigación se encuentra en la acertada interpretación, culta e integradora, de las disquisiciones o especulaciones de Ortiz, partiendo de la libertad que deja la intimidad, aunque siempre con el preciso tratamiento científico que merecen los temas. La imprescindible contextualización completa las posibles lecturas. Si bien “el tercer descubridor” en su pulso cotidiano rectificó las falsedades de su época e inauguró estudios no solamente multidisciplinarios, sino inter y transdisciplinarios de las ciencias sociales cubanas de manera temprana, se necesitaba una investigación que avivara y esclareciera estas exploraciones.
El apremiante propósito de Ortiz de insertar a la Isla en el legado universal necesitaba un ojo como el de Trini, que con amplitud y rigor científico ahondara en sus reflexiones y se adentrara en una papelería proteica que cuenta con más de 270 000 folios, declarados recientemente patrimonio nacional. Las cartas solo constituyen un fragmento de esa inmensidad. La de Trinidad Pérez ha sido una tarea heroica que le hizo homenaje al título del último tomo, pues su resultado se consiguió con “ciencia, conciencia y paciencia”. La mayoría de las misivas precisaban de análisis y comentarios para desentrañar y actualizar crónicas y testimonios puntuales que se insertan en ellas y que, sin proponérselo su autor, reconstruyen un tejido histórico-social y cultural indispensable para profundizar, desde la decisiva década de 1920 hasta la no menos crucial de 1960, en la historia de la Isla, bajo el tamiz de la honestidad y el civismo de Don Fernando, incansable buscador de bibliografías escondidas, preciso y riguroso científico de emoción contenida y enorme capacidad de trabajo, convencido de que la cultura y la idiosincrasia de su pueblo tienen fuentes muy diversas y debían estudiarse entrecruzando con agudeza elementos provenientes de las disímiles disciplinas que estudió. En la selección de la investigadora se ha mostrado también la exquisita cortesía de Ortiz y su impecable respeto a las diferencias, tono que ella continuó en sus comentarios.
En los cuatro volúmenes se suceden esenciales temas de la arqueología, la etnología, la sociología, la lingüística, la musicología, el folclor, las religiones…, y en sentido general, de la historia, la economía, la política, bajo una mirada cultural y totalizadora, “pensando en Cuba” desde la ética, para encarnar la transculturación y el mestizaje de digna cubanidad, de la que debemos sentirnos orgullosos. Aquí puede leerse de manera expedita cómo Ortiz tuvo que enfrentarse y desafiar los peligros de la inconstancia, la irregularidad, la incoherencia, el olvido, la dejadez, la abulia, la desidia… contra los que hoy todavía batallamos. Mantuvo un ritmo de trabajo poco común, atendiendo a razones de savia popular y con luz propia y original, sin encerrarse en un sistema de ideas porque sabía que para estudiar a la Isla se necesitaba una escuela sin escuelas. Era capaz de atender al mismo tiempo diversos frentes sin perder la orientación en ninguno, y tratar con una dama de abolengo, un catedrático estructurado, un encumbrado político, un poeta exquisito, un polemista ardiente o un artista popular, otorgándole a cada uno el trato adecuado. En un solo día podía escribirle a un narrador puertorriqueño, a un músico brasileño, a un joven espiritista, a un periodista, a un editor de Washington o a un director de coro mexicano. Sus investigaciones científicas fueron un azote lo mismo para la demagogia que para el totalitarismo. Para la batalla contra la ancestral “guataquería”, politiquería, hipocresía, oportunismo, burocracia, corrupción, acomodamiento, ignorancia, fanatismo, oscurantismo… tienen estas páginas verdaderas lecciones de valores científicos y morales, junto al respeto civilizado a discrepancias u oposiciones.
A lo largo de esta obra monumental puede conocerse el valioso aporte orticiano a la construcción de consensos, al servicio cotidiano por lograr la inclusión y a las estrategias para unir lo diferente en un objetivo supremo, junto al valor de las relaciones interpersonales para contribuir al avance en la construcción de una república cubana más madura. Otro de los aportes significativos de Trini está en sus acuciosas notas sobre personalidades, instituciones y publicaciones olvidadas o estudiadas a medias, con informaciones poco accesibles por olvido, modas, ignorancia, intenciones políticas o mezquindades personales. Por ello presiento que muchos volveremos a estas páginas no solo por las cartas, sino en busca de algún dato que Trinidad, generosamente, ha puesto a nuestra disposición, y ojalá no olvidemos la exigencia de Lezama: “Citen, citen…”. Espero que luego de un tiempo prudencial para recuperarse de este esfuerzo, Trinidad salde una deuda contraída desde ahora con sus lectores: seleccionar las misivas recibidas por Ortiz, que completarán la presente muestra de las enviadas.
Por las cartas de Ortiz desfilan compositores, intérpretes, folcloristas, artistas de la plástica, escritores, editores, bibliógrafos, traductores, libreros, periodistas, diseñadores, críticos, publicistas, promotores, políticos, diplomáticos, abogados, historiadores, pedagogos, filólogos, lingüistas, oradores, sociólogos, antropólogos, científicos, comerciantes, economistas, ingenieros, banqueros, consultores, geógrafos, militares, sacerdotes, médicos, y un largo etcétera, cubanos y extranjeros de los más diversos orígenes, disciplinas, metodologías, filiación ideológica, condición social, posición política, etc. Algunas demuestran la acción cotidiana de nuestro polígrafo en instituciones y sociedades, revistas y otras publicaciones, universidades y cátedras, clubes y eventos, y dan fe, además, de una institucionalidad proveniente en la mayoría de los casos de la sociedad civil, aún pendiente de estudios que aquilaten sus alcances y limitaciones.
Informaciones poco destacadas sacadas a la luz, datos enmascarados puestos en orden, cifras alteradas, corregidas por él, análisis oblicuos o unilaterales rectificados en sus múltiples dimensiones, son algunas de las delicias que un lector avezado encontrará en estas páginas. Fernando Ortiz, independiente, librepensador, sin militancia política ni filiación religiosa expresa, estuvo en la vanguardia del progreso y debió enfrentarse de manera inteligente a oportunistas y lacayos, escaladores y politiqueros de diverso pelaje; lo hizo desde el poder que dan la sabiduría, la virtud y la persistencia. Fue insistente en los envíos, intercambios y reclamos de publicaciones, y estuvo al tanto de las últimas tesis de las diferentes disciplinas de las Ciencias Sociales: nunca se puso viejo y este epistolario demuestra su gran capacidad para adaptarse a los cambios de su tiempo y mantenerse en sintonía con su época. No desmayó en combatir las opiniones prejuiciosas, los criterios racistas, las actitudes colonizadoras, la ideología fascista y franquista, las acciones xenófobas y antisemitas, siempre apegado al Derecho, la civilidad y la ética. En su intercambio epistolar dejaba en claro su defensa a la justicia social desde la posición de científico y a partir de sus estudios académicos pero sin academicismos, bajo la transparencia de su actuación y enfrentando innobles intereses de parcelas en que predominaban los conflictos y la lucha por liderazgos mediocres, y se relegaba lo más importante: Cuba.
La obra de Fernando Ortiz se completa en estas cartas que oportunamente se publican ahora, pues él no solo fue un fundador de esencia y sustancia que hay que recordar; su legado no queda en el pasado, es de permanencia y actualidad; su ejemplo de sabiduría culta y popular, rigor y fantasía, prevención con mucho adelanto, capacidad para detectar el error, decencia para denunciarlo sin ofensas, valor para enfrentar las consecuencias y perseverancia para lograr resultados, continúa la ruta martiana al tener en cuenta a todos los cubanos y no desmayar en la búsqueda de raigales consensos de proyección emancipadora. Cuba ha necesitado siempre de estos imprescindibles para avanzar hacia una sociedad más justa y Ortiz conocía el método: complicidades en las negociaciones para avanzar hacia el progreso, renuncias y concesiones bajo límites éticos, conocimiento y valores como hermanos gemelos, constancia cotidiana hasta hacerse costumbre y regularidad, maestría en la forma de abordar problemas ante poderosos, y sabiduría suprema para contar con el tiempo y ponerlo a favor de los pasos oportunos, usar el espacio adecuado para ventilar polémicas y alinearlas hacia el esclarecimiento de la verdad, utilizar la palabra en función de lo más conveniente y útil para que con dignidad y sapiencia tribute a arrancar cada día un pedazo de solución. Ortiz desde sus cartas sigue haciendo patria.
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