El bombardeo se escuchó en toda la ciudad. Procedía del oeste de la capital. A toda prisa, los milicianos iban saliendo de sus casas e intentaban acudir al lugar donde parecía concentrarse el peligro mayor. Desde la ruptura de relaciones diplomáticas de Estados Unidos con Cuba resultaba evidente que la amenaza de una invasión se cernía sobre el país.
En La Habana se habían activado las medidas de vigilancia. Existían piezas artilleras instaladas en sitios estratégicos. En los edificios más altos los milicianos montaban guardia. El bombardeo a los aeropuertos indicaba que el ataque había comenzado.
Congregados en el estadio universitario y encabezados por José Elías Entralgo –decano de la Facultad de Humanidades, quien iba enfundado en su traje gris, camisa blanca y corbata negra–, los estudiantes universitarios se aprestaban a marchar al combate. Sabido es que la rápida movilización, la eficaz estrategia militar y el heroísmo desplegado determinaron la derrota de los invasores en menos de 72 horas.
Sin embargo, en los días de Girón se libraron simultáneamente varios combates decisivos. Uno de los más fértiles se produjo en el terreno de las ideas. Ante la amenaza de la invasión se fraguó la unidad de todo un pueblo, incluyendo la actuación de algunos que hasta entonces observaban el proceso revolucionario desde una distancia crítica.
En el plano conceptual, los acontecimientos establecieron los deslindes con nitidez. La noción de independencia nacional adquiría un contenido emancipatorio y descolonizador, orientado hacia un proyecto de justicia social, como resultado de las medidas adoptadas desde el triunfo de la Revolución, sobre todo a partir de la aplicación de la Ley de Reforma Agraria.
Era la concreción de un ideario que fue conformándose durante la República neocolonial, aspiración frustrada por la intervención norteamericana en la guerra contra España, y por la injerencia imperial en el proceso que siguió al derrocamiento de la tiranía de Machado.
En su diseño integral, el ataque perpetrado en Girón llevaba consigo una campaña propagandística internacional dirigida a enmascarar la invasión bajo el manto de una operación de apoyo a supuestas manifestaciones de insurrección interna. Los aviones que participaron en la acción, desde el bombardeo a los aeropuertos, portaban falsas insignias cubanas.
El enfrentamiento armado tuvo su complemento en una brillante batalla diplomática librada en Nueva York en el seno de la Organización de las Naciones Unidas. De sólida formación intelectual, dotado de amplia cultura, conocedor profundo de la historia de la América Latina y de las ciencias sociales, Raúl Roa había sido uno de los actores del movimiento revolucionario de los años 30, cuando vio caer a Rafael Trejo, sufrió cárcel, presidio y padeció la amarga decepción ante el desenlace final.
Al conocimiento libresco se añadía una rica experiencia de vida. Poseedor de un extenso registro verbal, era un polemista de palabra acerada. Frente a Adlai Stevenson, reputado político demócrata norteamericano, pudo demostrar la verdad de los hechos de manera irrefutable. La victoria diplomática se alcanzó a través de jornadas de extrema tensión.
Unas semanas antes, víctima de un infarto, se derrumbó en los pasillos de las Naciones Unidas Manuel Bisbé, nuestro representante en esa sede. Había sido mi profesor de griego. Evocando a los clásicos, le decíamos el rubio Menelao.
En aquel entonces era representante a la Cámara por el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo). A pesar de su intensa actividad política, cumplía con rigor sus responsabilidades docentes. Siempre puntual, a veces sudoroso, desplegaba toda su pasión en el empeño por introducirnos en la trabajosa traducción de la Anábasis, donde Jenofonte relataba que, en la antigua Persia, Darío y Parisátides tuvieron dos hijos. Sin parar mientes en su salud ya resquebrajada, entregaba su último aliento a la defensa de la nación.
En el combate en favor de la patria socialista convergieron varias generaciones. Ahí estaban los nacidos con el siglo xx, testigos y partícipes de la Revolución del 30, junto a los que formaron parte de la Generación del Centenario y los jóvenes todavía imberbes que, en el frente de guerra, se encargaban de las piezas artilleras.
Hicieron causa común quienes enfrentaron la tiranía de Batista desde las filas de las distintas organizaciones que actuaron en la Sierra y en el llano, junto a hombres y mujeres de las más variadas procedencias que se incorporaron al proceso de transformación en marcha. Los había aún más jóvenes. Eran los escolares que, como parte de un mismo proyecto emancipatorio, proseguían la Campaña de Alfabetización.
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