No sé a ciencia cierta cómo se manifestó la alegría popular el 20 de mayo de 1902 por el nacimiento de la república, aunque lo imagine grandioso, a pesar de que con la intervención de Estados Unidos se habían dado todas las condiciones para la dependencia del capital yanqui; ni la explosión de gozo del 12 de agosto de 1933 por la caída del dictador Gerardo Machado, el Asno con Garras, unas ansias reprimidas por el miedo y liberadas en esa fecha después de un período de penalidades, luchas, muertes y frustración. Sí viví el 1.0 de enero de 1959, y es posible que ni antes ni después pueda concebirse tanto desborde de júbilo popular; tanta euforia colectiva, exigiría muchas palabras para describirla: posiblemente haya sido el día más alegre de la Historia de Cuba. Se concentró tanto dolor, se derramaron tantas lágrimas, hubo tantos torturados y asesinados durante años, las familias sufrieron tanto, que el advenimiento de la Revolución triunfante se convirtió en una suerte de “experiencia divina” y significó para casi todo el pueblo cubano la fundación de la esperanza, la llegada de todas las libertades posibles.
En los primeros meses después de enero de 1959, el Año de la Liberación, se instauraban las bases para la toma del poder por el pueblo, y como fuente de justicia social, el gobierno provisional revolucionario lo primero que hizo fue impartir justicia a los asesinos del régimen de Batista; al mismo tiempo, dejó bien clara, con la visita de Fidel a Estados Unidos el 15 de abril, la posición del gobierno recién instaurado ante las primeras calumnias: la llamada Operación Verdad demostró la dignidad de los nuevos gobernantes. Y comenzó el cumplimiento del Programa del Moncada con la Ley de Reforma Agraria, firmada el 17 de mayo, que entregaba títulos de propiedad de la tierra a campesinos que durante toda su vida la habían trabajado. En este contexto se festejó el primer aniversario de la gesta heroica del Asalto al Moncada en Santiago de Cuba, con una multitudinaria concentración en la cual participaron invitados extranjeros: el general mexicano Lázaro Cárdenas, expresidente de México; el senador chileno Salvador Allende; la hija y la esposa del colombiano Jorge Eliecer Gaitán, asesinado en 1948; el boliviano Víctor Paz Estenssoro, expresidente de Bolivia, líder del Movimiento Nacionalista Revolucionario y aspirante a un nuevo mandato; el expresidente de Guatemala Juan José Arévalo, entonces académico residente en Venezuela, y otros más que Fidel no mencionó en su intervención.
En este largo discurso, todavía bajo la euforia por el triunfo, Fidel revela un secreto conocido por el pueblo cubano e ignorado, minimizado o al menos no reconocido públicamente por los sucesivos gobernantes de Estados Unidos: “Ese es el secreto de nuestra Revolución, de la fuerza de nuestra Revolución, que volvió sus ojos hacia la parte más necesitada y sufrida de nuestro pueblo, que volvió los ojos hacia los humildes para ayudarlos. Y ese es el único crimen que hemos cometido; dejar de ser vendidos gobernantes a los grandes intereses nacionales o extranjeros, para ser gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” (Discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer ministro del gobierno revolucionario, en la concentración campesina, efectuada el 26 de julio de 1959, recuperado de http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1959/esp/f260759e.html).La fuerza de la Revolución emanaba del pueblo, y siempre vendrá de él, pues fue ese pueblo en rebelión el que derrocó a la feroz tiranía sostenida con armas de Estados Unidos; la gente se hizo dueña de los destinos de la patria, y por esta razón el gobierno contaba con un amplio apoyo; aquí radica su poder hasta como ejército, al que no en balde Camilo llamó “pueblo uniformado”. El líder indiscutido de la gesta lo sabía y lo repetía constantemente: “Hemos llegado al poder no contra el pueblo, sino con el pueblo. Hemos llegado al poder no para sacrificar al pueblo, sino para redimir al pueblo” (Ídem). Pero también sabía, desde antes, cuando combatía en la Sierra Maestra, que sería un camino fácil el de cumplir los propósitos enunciados en el Programa del Moncada; estaba convencido de que le esperaba una epopeya más colosal que derrotar a la dictadura.
Tenía claro el derecho de Cuba a la soberanía y contaba con la solidaridad latinoamericana allí representada. A pesar de su juventud, su cultura, inteligencia y capacidad de persuasión sumaría a otros pueblos a la causa emancipadora. Sus discursos desarrollaron una pedagogía revolucionaria cotidiana para vencer la cultura capitalista de la opresión: tenía que cambiar las “reglas del juego” y hablaba de derechos, democracia, libertad… de manera distinta a como lo habían hecho los políticos tradicionales. Reconocía que la transformación revolucionaria debía incluir el cambio de cultura, y por ello apelaba a sentimientos que movilizaban razonamientos. Más que un discurso era un diálogo sencillo y humano con el pueblo, una reflexión colectiva, un “pensar en voz alta” de cercanía casi íntima y desborde de entusiasmo y optimismo. El líder cubano inauguraba una inédita manera de expresarse desde una tribuna política; según me han confirmado otros amigos latinoamericanos, ellos tampoco habían escuchado nunca nada igual. Les hablaba a los campesinos como uno más y les aseguraba: “¡Porque la reforma agraria va! ¡Y la reforma agraria va!” (Ídem). En aquellas concentraciones populares y comparecencias televisivas se inauguraba una nueva comunicación: ningún político en aquellos tiempos utilizaba ambos medios con tanta eficacia. Este discurso del 26 de Julio fue posiblemente una de las primeras grandes experiencias de fluida comunicación con el pueblo.
Fidel siempre estuvo consciente del peligro que corría como líder de la Revolución y del riesgo de que otros líderes quizás no respondieran al mandato popular, pues su preparación teórica y práctica, civil y militar, le había proporcionado suficientes ejemplos; no solo lo podían asesinar, sino también intentar reemplazarlo por un traidor: no sería la primera ni la última. No albergaba dudas de que era necesario poner al tanto al pueblo sobre estas alternativas, y por ello insistía hasta el cansancio: “Ningún hombre es ni será indispensable. Lo único indispensable aquí —lo digo porque lo siento— es el pueblo. Si la Revolución no tuviera el pueblo, estaría perdida. ¡El pueblo es lo que importa, y el pueblo lo tiene la Revolución! (APLAUSOS.) Además, es consolador pensar, es consolador pensar que a un hombre lo pueden matar, pero a un pueblo no lo pueden matar, igual que un hombre puede ser traidor, pero un pueblo no puede ser traidor” (Ídem).
Algunos historiadores han calificado a la Revolución cubana en sus primeros momentos como “agraria”, porque los grandes beneficios iniciales favorecieron a los campesinos con la Reforma Agraria, en una nación esencialmente dependiente del campo, monoproductora y monoexportadora de azúcar de caña, al punto que 1960 fue declarado “Año de la Reforma Agraria”; fue la manera de dirigir los primeros cambios para la transformación socioeconómica de un país colmado de desigualdades, al sector más necesitado. La Revolución cubana en 1961 se declaró socialista, pero desde el primer día de enero fue auténticamente popular. Quien revise los discursos de aquellos años podrá percatarse de que la palabra más utilizada por Fidel fue pueblo: siempre con el pueblo y nada contra él. El sustento del poder revolucionario se basó en el apoyo de diversos sectores de la población a su proyecto, y como ayer, hoy y mañana tendrá que ser siempre lo más importante.
En este aniversario del Asalto los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, al Palacio de Justicia y al Hospital Civil, tenemos a una Cuba muy diferente: el campo sigue siendo importante para la producción de alimentos, pero se han desarrollado pequeñas industrias que deben fortalecer los complejos agroindustriales, y ni los campos ni los campesinos son los mismos. Hemos desarrollado la industria turística y la de servicios médicos, incluida la producción de medicamentos. El panorama social, cultural y científico ha cambiado mucho, las tecnologías de las comunicaciones son otras y poseemos un pueblo forjado en la lucha contra el bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos, y de combate contra la burocracia y la corrupción interna. Lo que sí no ha variado es el basamento en que Fidel insistía en sus primeros discursos: contar con el pueblo para todo, siempre, y no ir contra él, nunca. Los traidores son los que se le oponen, porque “un pueblo no puede ser traidor”.
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