Cada año, la convocatoria a la Feria devuelve su protagonismo al libro y la lectura. Como este evento existen y se multiplican otros en muchos lugares del mundo, con propósitos comerciales, en tanto la ocasión es propicia para negociar contratos según las normas de un mercado cada vez más transnacionalizado.
La nuestra, sin embargo, se propone dar vida a un acontecimiento de alcance popular acompañado de fuerte carga simbólica. Emergió con fuerza, no podemos olvidarlo, cuando en medio de ásperas circunstancias económicas, Fidel planteó la necesidad de salvar la cultura. Portador de ella, el pueblo, con plena conciencia, tenía que seguir siendo sujeto de la historia.
Mientras transcurre la Feria el libro adquiere presencia relevante en los medios, tanto en la prensa plana como en la radio y la televisión. No siempre, sin embargo, la divulgación se realiza con la puntería requerida para motivar a un destinatario asediado ahora por eficaces estímulos audiovisuales.
En los años que precedieron a la era digital, la Revolución construyó un inmenso público lector. Desarrolló un diseño gráfico de primerísima calidad que favorecía la rápida identificación de algunas colecciones. Propagó, a la vez, la inolvidable colección Huracán, con sus enormes tiradas en papel gaceta y precario pegamento. Se deshojaban desde la primera lectura, pero entregaron enormes tiradas a numerosísimos lectores para el disfrute de los clásicos de todos los tiempos.
En la actual coyuntura, el objetivo ha de centrarse en la preservación y rescate del hábito de lectura mediante acciones que comprometan al conjunto de la sociedad representada por la escuela, las instituciones culturales y los medios de comunicación. Corresponde a estos últimos llegar al destinatario de manera sistemática y en términos concretos.
Con espíritu festivo, los reflectores iluminan las jornadas de la Feria, pero el libro debe proseguir formando parte del acontecer cotidiano durante todo el año. Cada publicación constituye acontecimiento relevante para el lector potencial, disperso y múltiple, que demanda información acerca de cada suceso novedoso.
En el terreno de la literatura, de la historia, de las ciencias sociales, de la divulgación científica más rigurosa, se necesita saber quién es el autor, su jerarquía, así como los datos fundamentales sobre el contenido. Informar con inmediatez, eficacia y precisión es condición indispensable para despertar curiosidad, interés y motivación. Es el modo de asegurar la continuidad de hábitos de lectura que nacen, se forjan y maduran en dosificación progresiva a través del trabajo del maestro en el aula.
En este sentido, el desafío es enorme, porque del mero reconocimiento de la letra hay que pasar a la conquista de una lectura fluida, comprensiva, analítica, entrenada en la percepción de los matices para llegar a una producción creativa, sustentada en el diálogo participativo con el texto.
Sometidos a un brutal y acelerado cambio de época, no podemos perder de vista algunos rasgos característicos de tan compleja etapa. Con base científica y algún grado de sofisticación, el poder de las finanzas utiliza la cultura con fines de manipulación política y de construcción de un proyecto humano programado para la subordinación a los intereses de un mercado laboral precarizado.
Hipnotizados por la alianza seductora entre el consumismo avasallante y la invasión mediática, nos dejamos arrastrar por la desmemoria, por la castración de pasado y porvenir en un presente efímero, por el acomodo a la ley del menor esfuerzo, por la renuncia al ejercicio crítico y creativo del pensar. Abandonamos una tradición humanista, integradora del conocimiento para la que, teniendo en cuenta nuestra condición y naturaleza, nada humano debería resultarnos ajeno.
Desde los tiempos más remotos la humanidad procuró preservar la memoria en registros imperecederos de su quehacer cotidiano. Los chinos inventaron sus ideogramas. La antigua Mesopotamia imprimió en barro su escritura cuneiforme. Para una élite ilustrada, los egipcios diseñaron jeroglíficos. A los griegos debemos el más remoto origen de nuestro alfabeto, nombrado así por las dos primeras letras del suyo.
Manuscrito primero, impreso más tarde, dotado ahora de novedosos soportes, el libro registra aconteceres y conocimiento. Es depositario y fuente viva de la palabra, máxima conquista de la creación humana, vía de comunicación que no puede reducirse al reclamo de las necesidades primordiales, destinado tan solo a saciar hambre y sed. Su caudal de riqueza pone a nuestra disposición los más complejos adelantos de la ciencia, interviene en el reconocimiento del mundo que nos rodea, constituye instrumento del pensar, favorece la comprensión mutua, alienta en momentos difíciles, acompaña la soledad y comparte la alegría, afina la sensibilidad.
Mediante la seducción de la palabra, Scherezada salvó la vida durante mil y una noches, contó historias que traspasaron los tiempos y han llegado a nuestros días. Bienvenido el convite anual de la fiesta del libro, siempre y cuando una vez apagados los reflectores nos entreguemos de lleno a la implementación de programas orientados al rescate del hábito de lectura. En ese andar a contracorriente, habrán de converger esfuerzos múltiples. La validación de experiencias internacionales útiles podrá servir de complemento, teniendo en cuenta las demandas de nuestro contexto específico. Debemos acrecentar la divulgación a través de todas las vías a nuestro alcance, entrenar a los niños desde la enseñanza elemental y trabajar intencionadamente con maestros, bibliotecarios y libreros. Constituyen acciones impostergables para preservar el reino de una palabra cautivante y seductora.
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