La descarga cubana: una pelea contra sus propios demonios I
Montuno pá ti
Juan Larramendi fue un santiaguero que no solo vino a conquistar La Habana de los años cuarenta y cincuenta, sino que era demás un hombre con increíble visión y gusto por la música y con alto sentido del negocio. Había convertido las dos tiendas familiares que se ubicaban en los bajos de la catedral santiaguera en importantes lugares de ventas y soñaba con tener un hotel algún día.
Lanzando al vacío los ahorros familiares, un poco de ingenio y mucha suerte, logró el financiamiento necesario para construir en la floreciente zona de El Vedado habanero un hotel pequeño a comienzos de los años cincuenta; una edificación que demoró tres años en estar operativa y a la que nombró, en función del segmento de mercado al que iba dirigido que eran turistas norteamericanos, San Juan –solo que en inglés.
Y aunque los casinos eran parte importante y fundamental de estas edificaciones, Larramendi apostó por disponer un mirador y terraza abierta en la última planta desde la que era posible apreciar una excelente vista de la ciudad.
Otros de sus emprendimientos de aquellos años fue compartir –si lo ameritaba— la propiedad o la explotación de los sótanos de algunos edificios aledaños que, diseñados y organizados adecuadamente, podían funcionar como clubes nocturnos. Así logró ser socio y/o propietario de algunos locales cercanos a su hotel y para fines de la década ya extendía sus acciones a la zona de Miramar al fundar en 1958 el conocido Juanito Dreams; en las márgenes del río Almendares.
A los efectos de la vida nocturna habanera de los años cincuenta, el empresario santiaguero poseía a finales de la década el control o el derecho de explotación de algunos de los clubes más importantes y conocidos de la ciudad; sobre todo en parte importante de la calle 23, de aquellos que se ubicaban en la zona de la naciente Rampa; es decir en el tramo comprendido entre M y Malecón; además de haber ampliado sus propiedades con la adquisición de los hoteles Vedado y Flamingo. Y como la música era uno de los protagonistas principales de la vida nocturna de la ciudad, muchos de sus clubes acogieron presentaciones en vivo de importantes artistas del momento, aunque igualmente daban cabida a nuevas propuestas musicales.
Sin embargo, a los efectos de la historia que nos ocupa, hay tres espacios de su propiedad que a fines de los años cincuenta y comienzos de los sesenta hasta su salida definitiva del país, tienen relevancia en la difusión y promoción de las descargas cubanas que se fueron generando paralela y posteriormente a las producidas por PANART; y son estos a saber: el lobby y la terraza del hotel San Juan, llamada también Pico Blanco; el club Juanito Dreams, el Juanito 88 y La gruta; ubicado este último en los bajos del cine de ensayo Rampa. Aunque no menos importantes fueron las presentaciones de artistas en otros de sus espacios como Le mans (La Lupe, a quien conocía de Santiago de Cuba y sobre todo de la Escuela Normal) y El Coktail (donde hizo época Teresita Fernández).
A diferencia de Víctor Correa —propietario de Tropicana— Juan Larramendi pagaba sus tragos rigurosamente en cada uno de sus establecimientos y evitaba la publicidad de la época (solo existe una referencia a su persona muy esquivamente relatada en la revista Show), pero dejaba el tema de contratación de artistas a su abogado y amigo el Dr. Carlos Manuel Palma –además de cofrade en masonería— que se ocupó de abrir las puertas de dos de sus locales al mundo de las descargas. El primero de ellos fue el club Juan Dreams donde contrató al Quinteto de Música Moderna de Frank Emilio Flynn en febrero de 1959 por dos años y el segundo contrato –tal vez el más vanguardista—fue en el lobby bar del hotel San Juan a los pianistas Pedro Justiz y a un desconocido llamado Frank Fernández en una primera tanda; mientras que la segunda era animada por Cesar Portillo de la Luz que compartía espacio con el trío cubano del pianista Samuel Téllez; el que también ofrecía conciertos en el club Sayonara, en un segundo tiempo.
Serán Frank Emilio y Samuel Téllez las figuras prominentes que mantendrán, como líderes, el espíritu de las descargas cubanas en los años sesenta en los espacios nocturnos de la ciudad; algo que dará a este hecho musical una dimensión no pensada en los años cincuenta.
Aclaremos que las descargas de PANART fueron acontecimientos discográficos y no sociales y su peso cultural en la Cuba de esos años no trascendió más allá del mundo discográfico; pues muchos de sus participantes provenían de distintas formaciones que garantizaban a los mismos una remuneración económica estable como parte de las orquestas a las que pertenecían.
Pero esa dinámica comienza a cambiar en los años sesenta con las leyes dictadas por el gobierno cubano; por lo que depender de la oferta y la demanda en materia de música dejó de ser una preocupación para un grupo importante de músicos desde aquel momento.
En el año 1960 el naciente INIT (Instituto Nacional de la Industria Turística) nacionaliza los hoteles, los clubes nocturnos y los cabarets; por lo que la estabilidad laboral garantiza la permanencia de los músicos en las agrupaciones a las pertenecen o les permite fundar aquellas que más se ajusten a sus intereses profesionales y personales. Comenzaba la era de las plantillas estables en las orquestas, conjuntos y el resto de las formaciones en la música cubana; una conquista que llegará hasta nuestros días y que será pilar fundamental en materia creativa para algunos músicos en las décadas posteriores.
Los años sesenta, a raíz del triunfo de la Revolución encabezada por Fidel Castro, generan en Cuba acontecimientos determinantes en la proyección futura y de difusión de la música general; donde las razones ideológicas y políticas comienzan a primar por encima de los presupuestos musicales y culturales generando fuertes rupturas y un proceso migratorio; dejando a los músicos que quedan en la Isla en desventaja al encontrarse alejados de los centros de difusión y consumo de todas aquellas propuestas que florecieron en la década del cincuenta; incluidas las descargas y sus cultores; fundamentalmente el mercado norteamericano.
Aún así, la vida y la música continuaron su curso y su desarrollo.
PANART fue sustituida por la Imprenta Nacional, que dirige en un comienzo el novelista Alejo Carpentier, de quien es harto conocida su filiación y admiración por la música cubana; que publica en 1961 el LP “6 PM” del músico Frank Emilio Flynn y su Quinteto de Música Moderna; todo un acontecimiento musical al darle continuidad a ese espíritu de descarga que se había generado en la década anterior.
Pero no solo será Frank Emilio el único en continuar ese trabajo. Le acompañan en ese empeño músicos como el pianista Samuel Téllez, el guitarrista Eddy Gaitán y más avanzada la década la primera formación de un joven pianista que se volverá una referencia obligada dentro de la música cubana en general y del piano en particular: Jesús “Chucho” Valdés; quien con su pieza Mambo influenciado abrirá nuevos horizontes creativos dentro de este movimiento y que será el puente entre quienes abrieron la ruta de las descargas y el jazz en general.
A diferencia de los años cincuenta en que el fenómeno descargas concentró sus energías fundamentales en el universo discográfico, en los sesenta esta forma de decir se establece en algunos centros nocturnos de la ciudad de La Habana; destacándose el Juanito Sueño en el que trabajó por mucho tiempo el quinteto de Frank Emilio que cambiará su nombre por el de Los amigos; y el club Atelier donde hará temporada Samuel Téllez con su quinteto.
Por su parte Peruchín hará de las suyas en el club Karachi y el Lobby del hotel San Juan; donde coincidirán también Frank Emilio y otras figuras del filin hasta la apertura oficial del salón Pico Blanco como sitio permanente para los cultores y seguidores del género.
Pero “la descarga cubana” es mucho más que los discos de PANART. De alguna manera es un movimiento cultural que fue expresión de una generación en un momento social y cultural dado que alcanza su máxima expresión en el primer lustro de los sesenta y que tendrá sus particularidades en dependencia del lugar en que ocurra o de quienes sean los participantes o sus promotores.
Para descargar solo eran necesarios dos instrumentos fundamentales: una guitarra o un piano. El tercer elemento era el lugar en donde debía ocurrir. Hubo descargas muy famosas en estos años como las acontecidas en casa de “Julio el gordo” en el barrio de Cayo Hueso, en la que era habitual el guitarrista Carlos Emilio Morales; la de Yoya en la calle San Lázaro; y una de las más recordadas: las que organizaba en su casa la compositora Isolina Carrillo. En todas estas hubo además de un piano o una guitarra otros instrumentos complementarios como trompetas, y sobre todo de percusión –en especial bongós— cuyos ejecutantes en ocasiones eran importantes músicos.
Algunas fuentes hablan de las descargas que ocurrían en algunos cabarets de la ciudad una vez finalizados los show – tal y como han reseñado algunos autores—; o las del Club 21 en la zona de El Vedado en las que el pianista Meme Solís daba riendas sueltas a su imaginación. Una particularidad de estos años es la relación que establece entre las descargas y las obras de teatro; en lo fundamental en dos salas de la ciudad: la Sala Idal; que era propiedad del actor Idalberto Delgado (se cuentan entre las más célebres las del piquete que organizaba y dirigía el trombonista Generoso Giménez y que incluía como bajista a un desconocido Juan Formell; o en las que intervenía el pianista Pepé Delgado que además completaba su elenco con las voces de Pacho Alonso o Elena Burke en dependencia de la disponibilidad de ellos). Otras descargas no menos célebres eran las de la sala de teatro ubicada en el cruce de las calles 25 y K, también en El Vedado; solo que estas estaban más cercanas al jazz.
En aquel ambiente musical se fueron desdibujando las fronteras entre el jazz y la descargas abriendo la ruta a lo que en el futuro se conocerá como jazz cubano; en el que se comienzan a romper determinados clichés de ambas formas de expresión y esa ruptura es fruto de las inquietudes de jóvenes músicos sobre los que descansa una tradición familiar en materia de música, que trascenderá hasta nuestros días.
En esa vanguardia no está solo el ejemplo del Combo del pianista Chucho Valdés; están también otras formaciones como Sonorama 6 dirigido por el pianista Rembert Egües y para fines de la década el grupo Oru del guitarrista Sergio Vitier, aunque este último más cercano a la experimentación al acercarse a las raíces afrocubanas de la música.
De todas formas, será el surgimiento de la Orquesta Cubana de Música Moderna el catalizador de todas aquellas energías que se desarrollaron en la década; no solo al reunir lo mejor del talento en cada instrumento, sino al sentar las bases para que el asunto de la descarga cubana tomara nuevos horizontes en los que coincidirán sin excluirse tradición y vanguardia.
La “descarga cubana” ya no será la misma y en las décadas siguientes ello se verá reflejado con la llegada de nuevos actores y nuevas formas de expresión.
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