En mis acercamientos al estudio de la crónica periodística he notado una tendencia dañina para su propio desarrollo y ejercicio en nuestro Periodismo, y que, creo, parte de una concepción esquemática: considerar como crónica, en puridad, solamente a un tipo de ella: la que aborda un hecho o personaje que conmueve al periodista quien expresará, entonces, su sentimiento con un cuidado estético mayor del lenguaje en el que prevalece la emoción.
Considero que esa tendencia se basa, en primer lugar, en el origen del género el cual “aprovecha una tradición literaria e histórica de largo y espléndido desarrollo para adaptarla a las páginas de la prensa”, como apunta el profesor español Juan Cantavella, huella que le acompaña a pesar de la amplitud temática de sus objetos de información y la especificidad que ha ido adquiriendo como género periodístico.
El uso recurrente del yo, como presencia implícita o explícita del narrador, del testigo, del protagonista también; el colorido, la emotividad, la evocación, que están inscritos en la crónica desde su aparición en la historia, son atributos que no perdió en su sucesivo desarrollo y adaptación al periodismo, aunque por la diversidad de objetivos, enfoques y teorías para la comunicación periodística, encontramos crónicas más apegadas a los hechos noticiosos. Pero aún así, el género mantiene ese tono personal, emotivo, subjetivo en cualquiera de sus tipos, aunque no con el mismo grado de intensidad.
Otro factor causal sería la indefinición de las definiciones sobre crónica periodística. Un somero recuento al respecto nos lleva a dar la razón al colega Rolando Pérez Betancourt cuando la calificó como un género jíbaro, es decir, escurridizo, inatrapable.
No en balde, uno de sus más acuciosos estudiosos, el ya mencionado Juan Cantavella, apunta “la notable amplitud del campo semántico del término crónica y la diversidad de conceptos que de él se desprende”, lo malo, dice él, es que dentro del periodismo no se han llegado a establecer exactamente sus características y aplicaciones, con lo que crece la confusión.
Veamos algunas definiciones que, en mi opinión, esclarecen bastante el concepto, por su precisión y alcance y, sobre todo por su enfoque integral:
Según el profesor Jesús Arencibia, “la crónica es el género periodístico-literario con antecedentes en la historiografía que destaca por su complejidad y libertad estilística, en el cual pueden confluir la narración de hechos, la visión emocional de la realidad, y la capacidad analítico-descriptiva para valorar los fenómenos. Y Julio García Luis dice que ella ilumina determinado hecho o acontecimiento “(…) sin acudir a una argumentación rigurosa, formal, directa, sino mediante la descripción de la realidad misma, de alguna pincelada valorativa y del manejo de factores de tipo emocional”.
El venezolano Earle Herrera, brillante periodista y escritor, en su libro “La magia de la crónica”, coincide con su colega cubano en cuanto a la flexibilidad con que hay que abordarla, precisamente por su tránsito periodístico que rompe con pautas y normas rígidas no sólo para este género, sino para todos: “(…) hoy (la crónica) no es una simple narración cronológica ni tampoco la pura versión informativa de un hecho. Pudiendo contener ambas cosas (…) ha de tener otras características para ser considerada propiamente crónica: ambientación, fuerza expresiva, cierta atmósfera que puede ser poética, evocativa o sugerente de algún estado de ánimo; tono humorístico o irónico y algo que le da el talento y el estilo de cada autor”.
Los estudiosos de la crónica concuerdan en que si la definición de este género es bien controvertible, su tipología y consecuente clasificación lo son más aún. El olvido, desconocimiento o subestimación de tal variedad, influye también en el empleo recurrente de un solo tipo de crónica.
Según el tema, la crónica puede ser deportiva, parlamentaria, judicial, de espectáculos, de enviado especial, policíaca, religiosa, de guerra, política, de ambiente, literaria, y siguen muchísimas más, que, a su vez, se subdividen, como es el caso de la crónica de sucesos; la de sociedad o social.
Se añaden otros tipos: la doctrinal, la artística, biográfica, la descriptiva y la utilitaria. Especial atención recibe en los textos y manuales, la crónica viajera o de viajes, tan vinculada al origen mismo del género. Por su enfoque, puede ser general, especializada, analítica, sentimental, humorística, de remembranza, histórica, de interés humano, costumbrista, local.
Julio García Luis, con la lucidez que le fue habitual, lo expresó claramente: “acometerla (la clasificación) con empeño ortodoxo es un ejercicio estéril porque, de acuerdo con el ángulo que se adopte, ya sea el tema, el estilo, la forma de presentación en el periódico las conclusiones pueden ser muy diversas”.
No pocos autores coinciden en que existen tantos tipos de crónicas como cronistas en el ancho mundo periodístico. Tampoco en cuanto a su estructura se pueden consignar criterios unánimes. Algunos recomiendan emplear la estructura cronológica de narración, pero esta indicación no puede ser tomada al pie de la letra, todo dependerá, en buena medida, del tema abordado y del estilo de cada cronista.
Otros, y cito a José Luis Martínez Albertos, proponen que las crónicas se realicen con “el esquema estructural de los reportajes de acción (Action Story), tal como se suele hacer en el mundo anglosajón, esto es, comenzar por lo que el periodista considere lo más importante y después seguir aportando datos que permitan un completo entendimiento del suceso y su proceso evolutivo en el tiempo”.
Cuando pensamos en la crónica como el único o el más privilegiado género en que es posible emplear con más libertad recursos literarios, estamos privando a los restantes de posibilidades creativas, lo que responde también a otro criterio dogmático, en tanto se niega, de hecho, la variedad de registros que constituyen la realidad de la comunicación lingüística, como apunta Luis Angulo Ruiz y, en consecuencia, ello disminuye al periodista en su integralidad desde el punto de vista expresivo.
En resumen, cualquier tipo de crónica debía atender a los siguientes principios, recomendados por la mayoría de los estudiosos del género:
—Relatar con apego al orden temporal. Lo recuerda Gargurevich: “el tiempo es la primera dimensión que encierra el concepto de crónica”. En este sentido, coinciden los expertos: la crónica observa un orden cronológico, incluso aún cuando no se relate en orden secuencial estricto.
—Conservar el matiz personal, y cuidar el tratamiento expresivo. Estas son, justamente, características sobre las que hay mayor consenso, aunque no unanimidad, que ya se sabe lo difícil que resulta en lo que se refiere a los géneros periodísticos.
—No importa si el cronista trata un asunto pasado o actual, si su lenguaje es de alto vuelo poético o de rasante dimensión informativa, lo que describe y comenta, lo que se traslada en fin, surgirá de íntima visión como del pincel del pintor que interpreta la naturaleza, prestándole un acusado matiz subjetivo, sentencia el maestro Vivaldi.
Es cierto, como he venido afirmando, que no todas las crónicas exigen el mismo grado de tratamiento literario ni de subjetividad, pero el periodista no puede olvidar que él no es un simple taquígrafo de la realidad, sino su intérprete, y que tiene que disponer, precisamente, de los más variados recursos expresivos para, con mayor o menor calidad literaria, con mayor o menor acierto, dar cuenta de esa realidad en cualquier género.
A modo de conclusión, algunos autores afirman que la crónica no es un género para empezar con él en cuanto se llega a una redacción, pero tampoco hay que temerlo ni dejarlo a un lado porque se piense que sólo se halla al alcance de los muy veteranos o “literatos”. También manifiestan que no es fácil porque demande mayor rigor en el tratamiento expresivo sino porque no se limita a informar, sino a interpretar y explicar los sucesos sobre los que está dando noticia, desde la observación, la reflexión y la experiencia.
Por su confluencia con otros géneros como la información o noticia, el reportaje, y el comentario, se hace necesario encontrar el punto de encuentro entre todos estos que es, justamente, en el que ella se sitúa.
En cuanto a su enseñanza, presenta similares dificultades a las que afrontamos con otros géneros; en definitiva, sus exigencias no son tan radicalmente diferentes. En todos hay que saber contar una historia, describir un ambiente, desarrollar la observación, expresar las ideas con claridad.
La estructura de la crónica goza de mucha libertad para su conformación. Se pueden enseñar -y aprender- las técnicas narrativas, de redacción, las elegancias del lenguaje, y los elementos que conducen a la síntesis. Lo que no se puede enseñar es el talento, la creatividad, que son “materias” de otro tipo (aunque sí hay métodos para estimularlas, porque a veces están dormidas y no siempre por falta de talento sino por el simple hecho de no ponerlas a prueba).
En fin, el problema no es tratar a la crónica, por su ambivalencia y amplitud, como un cajón de sastre, ni tampoco recluirnos en la rigidez de una clasificación limitada, sino entrar en ese bosque a encontrar las múltiples especies que, en su diversidad, enriquecen los senderos. Y estudiarlas con una mirada crítica, ajena a cualquier camisa de fuerza apriorística, y argumentar, estudiar y opinar. Así es como se adelanta, en este ámbito y en cualquier otro, aunque se rectifique, polemice o disiente que, por cierto, es lo mejor que puede pasar.
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