La Belleza


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 Durante mucho tiempo se ha asociado la belleza a la bondad y también a lo que nos gusta o queremos poseer; sin embargo, se trata de una categoría abstracta mucho más compleja, dialéctica y dinámica, estudiada dentro de la estética desde tiempos muy antiguos y bajo diferentes puntos de vista, según la cultura, la región del planeta y la época histórica. Lo más común es apreciarla mediante la experiencia de los sentidos y asociarla al placer o a la satisfacción personal: es bello lo que nos hace felices, mas no siempre ese gusto es compartido por todos. A veces se admira una obra de arte en que se representan celos, envidia, saña… u otras escenas que no portan un mensaje de bondad, y consideramos la pieza como bella en virtud de la forma. Pero tampoco podemos admitir que la belleza se establece por la visualidad o la sonoridad agradable, pues detrás de cada imagen hay una cultura de belleza de larga data. Por otra parte, no hay que ser artista para producir cosas bellas, aunque no se hable por lo general de la belleza de una pared bien levantada o de unos panecillos recién salidos del horno, no importa que exhiban una forma no común; seguramente podrían ser admirados dentro de los conceptos de belleza, también vinculada entonces a la creatividad y a la innovación, mas a lo largo de la Historia la belleza solo ha sido estudiada a partir de la obra de artistas y escritores, un legado cultural apreciado y reinterpretado una y otra vez por muchas y diferentes generaciones. 

En los pueblos más primitivos se han encontrado representaciones como pinturas rupestres, pequeñas esculturas y máscaras, que, hasta donde sabemos, no se elaboraron para ser admirados, sino para cumplir una función mágico-religiosa, por lo que tenían un carácter utilitario. La finalidad artística de la belleza surgió como resultado del desarrollo de una existencia humana superior y comenzó a estudiarse desde el punto de vista filosófico cuando las polis se asentaban y se iniciaba la sociabilidad en ellas. El presocrático Jenófanes de Colofón apuntaba que “los mortales creen que los dioses han nacido, y que tienen vestido, voz y figura como ellos” y que “si los bueyes, los caballos y los leones tuviesen manos o pudiesen dibujar con las manos, y hacer obras como las que hacen los hombres, semejantes a los caballos representaría el caballo a los dioses, y semejantes a los bueyes el buey, y les darían cuerpos como los que tiene cada uno de ellos”. Desde entonces se tenía conciencia de que la belleza no es absoluta e inmutable, sino relativa y cambiante. El concepto no solo se limita a la representación física del hombre, la mujer o la naturaleza, sino a la belleza de dios, de las ideas o los sentimientos.

El filósofo griego neoplatónico Plotino aseguraba que “no hay belleza más auténtica que la sabiduría que encontramos en ciertas personas. Prescindiendo de su rostro, que puede ser poco agraciado, y haciendo caso omiso de la apariencia, buscamos su belleza interior”. De esta manera, se incorporaron a modelos de belleza física, los de los sentimientos y las ideas; por tanto, su materialización es la representación que provoca placer o se obtiene una experiencia de reflexión positiva o agradable. La Grecia antigua construyó un ideal estético que ha dominado en el mundo occidental hasta hoy y resulta imposible sustraerse de ese influjo, en que predomina “la irresistible belleza de Helena” destacada por Homero en Ilíada, aunque para los filósofos esta belleza física respondía a múltiples cánones del pensamiento, como la armonía y la proporción, el resplandor o la iluminación, además de las variadas formas geométricas. Platón concibió la belleza como una idea independiente de las personas o cosas bellas, pues eso solo era pura representación de una verdad de belleza encontrada solo en el alma. Muy pronto surgieron las divergencias entre lo apolíneo, representante de la serenidad, la elegancia y el equilibrio atribuido a Apolo, y lo dionisíaco, relativo a Dionisos y su carácter impetuoso, impulsivo, instintivo, orgiástico…

Los griegos repudiaban la infracción de sus reglas, y esa perspectiva se trasladó a la latinidad y a Europa. La fealdad se asociaba, por ejemplo, a rasgos físicos y personalidades que consideraban desagradables y pertenecían a las brujas. La proporción ideal del cuerpo humano se llevó a un canon de simetría esquematizado en el Canon de Policleto —luego perfeccionado en el Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci. Las relaciones numéricas se vinculaban a la armonía musical y a las proporciones de la arquitectura. La naturaleza y el cosmos dictaban el orden y la medida, las artes se adecuaban a ese fin y la hermosura de la juventud se imponía. Los rostros y cuerpos humanos representados, masculinos y femeninos, aspiraban a crear un estándar de belleza que el poder de un imperio definió como ideal: romanos y romanas, con su color de piel, estatura, peso corporal, medidas del cuerpo, perfiles… se erigieron en prototipo de belleza, un modelo que resulta absurdo aceptar como planetario y estático, pues solamente está referido a una civilización y a una época histórica. A pesar de que desde hace muchos años estos criterios impuestos al planeta han sido muy criticados, en la práctica se continúan imitando, a veces de manera grotesca. Ticio Escobar ha interpretado las artes visuales en Paraguay bajo una mirada que ha denominado “la belleza de los otros”. La belleza hoy se estudia bajo diversos presupuestos del relativismo cultural, un punto de vista válido que niega el valor absoluto de ella, no solo estético sino también ético y moral. El etnocentrismo, y en este caso el eurocentrismo, que ha regido los conceptos de belleza en la mayoría de los pueblos, todavía hoy resultan dominantes para la llamada civilización occidental, mostrada cada año en la elección de una falsa Miss Universo o una degradante “Belleza Latina”.

La belleza también se ha estudiado en su representación de la fealdad de los monstruos, incluso en su encarnación del dolor, la figuración del infierno y la personificación del diablo o los seres malignos. Los personajes mitológicos y sobrenaturales, en cualquier civilización han tenido, asimismo, un lugar en la historia del arte y la literatura, y forman parte de un simbolismo moral en que lo feo es necesario para la belleza; los ejemplos en la historia del arte son innumerables. El amor ingenuo de la pastorcilla o el inmaculado de la donna angelicata fueron durante algún tiempo un ejemplo de belleza dentro de la temática amorosa en Europa, pero poco a poco se fue imponiendo una sensualidad que en el período renacentista europeo se tradujo en belleza suprasensible y hasta erótica, no pocas veces enmascarada en un tema religioso o mitológico, como en el posterior Éxtasis de Santa Teresa de Bernini e incontables Venus o Ledas que llegan al siglo XX. Las damas desnudas o semidesnudas y los héroes en posesión absoluta de la valentía dejaron definitivamente asentadas imágenes de belleza que todavía nos llegan hoy, cuando se ha dado por concluida la modernidad.

En la actualidad predomina la belleza práctica o filibustera que tributa a una razón ajena a la estética, un juego o simulación ante la crisis del conocimiento y los saberes, la agudeza y el ingenio frente a la angustia o la melancolía, la pericia técnica y la construcción rigurosa subordinada al mercado, la violación de todas las reglas bajo el imperio y la dictadura de la novedad, la explotación de las pasiones en un escenario libérrimo, el sadismo cruel y tenebroso junto a los más sublimes sentimientos, los contrastes que ridiculizan la razón romántica, la revuelta de la verdad en el caos, la obsesión por nuevos simbolismos… Esta enumeración pudiera prolongarse ad infinitum, pues lo estético y la belleza han traspasado cualquier límite y en la actualidad pueden verse como pacatas las experiencias vanguardistas y neovanguardistas. Entramos en la era de la belleza de los artefactos, los robots, la virtualidad… y de las formas abstractas hemos pasado a la profundidad de una materia que constantemente provocamos en los medios y el consumo. No me atrevería a formular qué viene después porque no alcanzo a imaginar la belleza del futuro. Comparto el criterio de Charles Baudelaire, quien afirmó que “lo bello es siempre extravagante”, pero no tengo la menor idea de qué será lo extravagante en relación con la actual belleza después de apreciar ciertos cánones que rápidamente pasan de moda.


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