Con 24 años, José Antonio Echeverría cayó en las acciones del 13 de marzo de 1957, dirigidas por él, que tomaron Radio Reloj y asaltaron el Palacio Presidencial.
De José Antonio Echeverría se ha hablado muchísimo, se ha hablado de su capacidad de liderazgo, de esa popularidad que hacía que le dijeran «Manzanita», de la valentía con la cual afrontaba a la policía, encabezando las manifestaciones estudiantiles, pero se recuerda poco el vínculo esencial que José Antonio tenía con el mundo de la cultura. Como todos sabemos, él era estudiante de arquitectura, y en los años 50 la arquitectura cubana había alcanzado un nivel de desarrollo considerable y se planteaba la necesidad de integrar el diseño arquitectónico con las artes visuales. Así, por ejemplo, en esa época el edificio que actualmente ocupa el Ministerio del Interior en la Plaza de la Revolución, tiene un mural de cerámica de Amelia Peláez y el Hotel Habana Libre tuvo también un mural de Amelia por el frente de la calle L, un mural de Cundo Bermúdez por la calle 23 y, en la piscina en el bar Las Cañitas, un mural de René Portocarrero. Todos esos proyectos no eran decoraciones añadidas, sino que nacían de la integración entre arquitectura y artes visuales.
Ese ambiente renovador de la arquitectura cubana tuvo su reflejo también en el ámbito de los que entonces eran estudiantes de arquitectura. Yo todavía recuerdo una exposición espectacular que transformaba el espacio interno de la que entonces era la Facultad de Arquitectura y ahora creo que es Facultad de Física en la Universidad de La Habana, que había sido concebida y diseñada por los estudiantes de arquitectura de entonces, entre los que se encontraba José Antonio Echeverría. Quiere decir que, al entregar su vida en la lucha revolucionaria, José Antonio sacrificó entre otros sueños, esa vocación de arquitecto, esa vocación que lo hacía tan cercano al mundo de la cultura.
En aquellos años sombríos de la dictadura de Batista, el gobierno intentó construir una fachada cultural con el llamado Instituto de Bellas Artes, que organizó en aquel momento una bienal de artes visuales en colaboración con la dictadura de Francisco Franco en España. Los artistas visuales cubanos se negaron a participar y organizaron una gran exposición titulada «Homenaje a Martí», en la cual estaban presentes todos los artistas cubanos vivos de aquel momento, de todas las generaciones y de todas las tendencias artísticas. Esa exposición se hizo originalmente en el Liceum de La Habana, pero para que no quedara reducido a ese espacio más o menos tradicional y en cierto modo elitista, José Antonio y la Federación Estudiantil Universitaria hicieron que la exposición se presentara también en el ámbito de la Universidad de La Habana, eso le daba otro espacio, le daba otro público y también desde el punto de vista político contribuía a colocar a la Universidad también en el plano de la cultura como un espacio de oposición a la dictadura de Batista.
La batalla por lo tanto se planteaba en el terreno de las armas, de la lucha insurreccional, pero se planteaba también en el terreno de la cultura, y en ese sentido yo creo que José Antonio no solo como dirigente político, sino también como animador de la cultura, tuvo un papel visionario.
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