Dentro de las muestras que enriquecieron la recién finalizada Bienal de La Habana, estuvo “Isla de Azúcar”, exhibida en el Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes; se trató de un curioso e inquietante recorrido por los procesos agrícola e industrial de la caña de azúcar, a través de la mirada singular del arte.
Isla de Azúcar. Muestra consagrada a la que fuera la principal industria de Cuba, parte del gran proyecto «La posibilidad infinita: pensar la nación».
Ya desde el temprano siglo XVI se tienen noticias del cultivo rudimentario de la caña de azúcar en Cuba; sin embargo, solo a partir de la segunda mitad del XVIII se extendió, especialmente por las medidas tomadas por Carlos III para favorecer su comercio después de la toma de La Habana por los ingleses, y junto a ello, la importación de mano de obra esclava. En la última década de esta centuria la producción azucarera cubana creció extraordinariamente debido a que la Isla fue ocupando el lugar dejado por Haití, donde prácticamente cesó de cultivarse la gramínea como consecuencia de la Revolución.
En las primeras décadas del siglo XIX la sacarocracia criolla recibió los beneficios de la Revolución Industrial desarrollada en Inglaterra, cuyas novedades se aplicaron exitosamente en Estados Unidos; el comercio con ese país vecino trajo mejoras en los cultivos por la aplicación de la Química; industriales, por su desarrollo tecnológico, y comerciales, por la facilidad de transportación —buques de vapor y ferrocarril— y cercanía geográfica. Pero el nacimiento en 1902 de una república controlada por los yanquis fue el paraíso para la penetración de su capital inversionista en un país devastado por la guerra, sin beneficios para la mayoría de la población; solo se favoreció el grupo social que el Che llamó una vez “viceburgesía” por su dependencia de Estados Unidos. En la década de los años 20 se produjo el mayor auge de capitales estadounidenses en la industria azucarera de la Isla, especialmente en Oriente y Camagüey.
Ingenia Acana. Ingenio Flor de Cuba. Ingenio La Amistad.
Víctor Patricio Landaluze.
Ingenio Güinía de Soto.
Eduardo Laplante Borcou
Durante la república, Cuba prácticamente vivió de las exportaciones de azúcar a Estados Unidos, con producciones que oscilaron entre los 6 y los 7 millones de toneladas. La Revolución cambió el panorama monoproductor y monoexportador azucarero, con un solo país, siguiendo la estrategia martiana de no depender del comercio con un comprador porque “el que compra, manda”. La supresión de la cuota azucarera para vender azúcar a Estados Unidos, como parte de las agresiones económicas y comerciales al país, y la intervención de las propiedades de los latifundistas y el traspaso de los centrales azucareros al gobierno provisional revolucionario en la década del 60, como respuesta, tuvieron un impacto negativo en el desarrollo del cultivo y producción de azúcar, además de que raro era el día en que no ocurría un sabotaje a campos de caña, almacenes de azúcar y centrales; la desaparición de los mercados tradicionales, el bloqueo que impuso medidas de sobrevivencia para el funcionamiento normal de la industria y la agricultura, el éxodo de personal calificado y los continuos daños, hicieron posible que la producción decayera de manera impresionante a 3,8 toneladas de azúcar en 1963.
Derrotada la contrarrevolución interna apoyada desde el exterior, comenzó una nueva etapa de cierta paz social para la economía cubana. En el sector azucarero se elevó la capacidad instalada, se modernizó la industria, se ampliaron las variedades de caña, se introdujo la mecanización del corte y el alza… Como intento de garantizar la independencia económica, se propuso para 1970 la meta de 10 millones de toneladas de azúcar, una cifra inédita que no se alcanzó y dejó al país exhausto. Sin embargo, en toda esta década y la siguiente, la industria azucarera experimentó un gran auge; la agroindustria se benefició y se construyeron nuevos centrales, se crearon los complejos agroindustriales azucareros con un mejoramiento del transporte ferroviario y una mayor eficiencia técnica en el corte y el alza. En los 90 una de las ramas más afectadas en el Período Especial, cuando desaparecieron la URSS y el llamado campo socialista europeo, fue la azucarera, en todos sus procesos, desde el campo de caña hasta el central.
Más de la mitad de los centrales se cerraron y algunos se desmantelaron por obsoletos, pues daban pérdidas. Los bateyes asociados a estos colapsaron y la mayoría de sus obreros pasaron a otras ocupaciones, resignándose a duras penas a abandonar un oficio que había generado en ellos alto sentido de pertenencia. Después de estos años el sector no se ha recuperado. El cambio climático y la depauperación de los suelos han contribuido a empeorar la situación. Se ha complejizado el proceso agroindustrial y existen nuevas técnicas para seleccionar las semillas; el sistema y la época de plantación han cambiado, los abonos y fertilizantes que se aplican, también; se ha diversificado la comercialización, y los llamados “subproductos”, “derivados”, se han convertido en producciones fundamentales, muy valiosas para la biotecnología, para la generación de energía eléctrica, etc. Posiblemente la transformación que ha sufrido el sector azucarero, desde el punto de vista agrícola, fabril, comercial, económico, social y cultural haya sido la mayor de la historia laboral cubana.
Sin embargo, no creo que esta historia, que resulta mucho más compleja, se haya estudiado con la necesaria profundidad. Soy de los convencidos de las potencialidades de este cultivo e industria en Cuba, con una fuerte tradición y enormes posibilidades objetivas y subjetivas sin desarrollar, en aras de recuperar producciones diversificadas, muchas de alto valor, que dejen atrás la ineficiencia y obtengan un margen amplio de utilidades. Eso no puede ser imposible contando con la experiencia y conocimientos acumulados, y la infraestructura creada. Si hoy la ciencia y los recursos humanos se han convertido en una fuerza productiva decisiva, ello no entra en contradicción con que sigamos siendo también la Isla de Azúcar.
No sé si a estas alturas sea válido aquel eslogan de “Sin azúcar no hay país”, pero la curadora Corina Matamoros nos puso a pensar en ello en Bellas Artes, al mostrar de manera inteligente y concentrada la presencia recurrente del cañaveral y del ingenio en el arte y en el imaginario del cubano.
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