Héctor García Mesa y la Cinemateca de Cuba


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Fue EL director de la Cinemateca de Cuba, con todo el respeto y el aprecio que merecen las personalidades que le sucedieron en ese cargo, y en especial quien actualmente lo desempeña, el colega y amigo Luciano Castillo. 

Pero sin duda a Héctor García Mesa (La Habana, 1931-1990) le corresponde legítimamente esa distinción no solo por haber sido el director-fundador de la Cinemateca creada por el ICAIC en febrero de 1960, sino por haberla construido en el más integral sentido de la palabra a lo largo de los 30 años que condujo sus destinos, los mismos años que ahora se cumplen de su desaparición física, que coinciden con el aniversario 60 de la institución a la que entregó lo mejor de su capacidad profesional e intelectual.

Nunca se me olvidará mi primer intercambio personal con Héctor. Fue en un Festival Internacional de Cine de Moscú, ambos integrantes de la delegación cubana al evento y a propósito de la exhibición de El inocente, la última película de Luchino Visconti. Algo dije sobre el filme que no le pareció atinado a sus oídos, por lo que se volvió hacia mí y con aquella sonrisa sardónica que en su caso ―con el tiempo aprendí― precedía un disparo mortal, entre condescendiente y paternal, me dijo: “Aún eres muy joven para Visconti”.

Francamente, no recuerdo cuál fue mi señalamiento “crítico”, pero supongo que sus razones fueron las mismas que ahora me llevan a autoconsiderarme muy viejo para Walt Disney. Lo importante es que aquel diálogo fue el inicio de una relación laboral retomada una y otra vez en conversaciones, entrevistas, reuniones y proyectos que forjaron mi relación visceral con la Cinemateca de Cuba y su competente equipo de trabajo, un vínculo sostenido y continuamente renovado durante las casi cuatro décadas que llevo realizando el programa de televisión Historia del cine.

Huelga abundar en las iniciativas y acciones emprendidas por Héctor García Mesa para convertir a la Cinemateca en una institución cultural y patrimonial de reconocido prestigio tanto nacional como internacionalmente, pero tal vez nunca se insista demasiado en su desvelo por despojarla de investiduras elitistas para poner su acervo al alcance de todos.

Y tampoco es redundante reiterar cómo bajo su dirección la Cinemateca supo trascender fronteras para insertarse en un proyecto continental de rescate y preservación de la memoria fílmica nucleado alrededor del movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano, que tuvo en nuestro país su epicentro cultural y político.

De todo ello da fe la admisión de la Cinemateca de Cuba en la Federación Internacional de Archivos Fílmicos (FIAF), en fecha tan temprana como 1963, y el papel rector que tuvo dentro de la Coordinadora Latinoamericana de Archivos de Imágenes en Movimiento (CLAIM), a partir de 1985.

Y es que Héctor perteneció a una generación de “cinematecarios” de pura cepa, para los que la conservación y salvaguarda del patrimonio fílmico iba más allá de un propósito institucional para convertirse en un acto de fe. Así lo recuerdo intercambiando con Cosme Alves Netto, de Brasil; Manuel Martínez Carril, de Uruguay; Rodolfo Izaguirre, de Venezuela; Pedro Chaskel, de Chile, y muchos otros con menos trayectoria pero igual devoción por salvar el cine. Nunca fui testigo, aunque seguramente alguna vez se produjo, de un diálogo de Héctor con el gran patriarca Henri Langlois, de la Cinemateca Francesa.

Celebrar este año el aniversario 60 de la Cinemateca de Cuba es entonces ocasión propicia para rendir tributo a quien supo colocarla con igual esmero desde los escenarios mundiales hasta los cines de provincia. Y si alguien objetara algo de tan colosal labor, respondámosle con su frase favorita de Algunos prefieren quemarse, ese clásico del cine que tantas veces programó en esa sala de los sueños de cualquier cinéfilo que fue el Cine de Arte ICAIC, hoy Charles Chaplin: “Nadie es perfecto”.


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