Decir su nombre encierra un conjunto de imprescindibles condiciones para todo aquel que apueste por el acto de informar/comunicar: veracidad, conocimiento y rigor, un cúmulo de palabras que convertidas en un todo, perfectamente reunidas, convierten a Guillermo “Guille” Vilar Álvarez, en referente obligado para generaciones presentes y venideras.
Con el periodista, director radial y televisivo, promotor y crítico cultural, reconocido con la Distinción por la Cultura Nacional, el Micrófono de la Radio y el Premio de Periodismo Cultural “José Antonio Fernández de Castro”, entre otros lauros, conversamos para compartir algunos criterios que, por la velocidad de los días, no siempre abundan oportunidades para hacerlo.
Desde tu experiencia, ¿cómo informar instruyendo, educando…?
Justamente, eso sucede cuando pasan los años y has adquirido la suficiente experiencia de que cada vez que te propongas entregar cualquier tipo de información al receptor, ese mensaje tuyo lleve implícito una carga de educación para quien lo reciba.
Desde que comencé a escribir hace cuarenta años para El Caimán Barbudo acerca de músicos del rock anglosajón, yo sabía que estaba manejando un nivel de información al que no todo el mundo tenía acceso, pero a la vez sabía que estaba legitimando el valor de esos músicos entre mis lectores, y a la vez ellos iban adquiriendo la capacidad de porqué era importante conocer de excelentes artistas como Jimi Hendrix, Janis Joplin o el grupo Kansas. Desde ese gusto consolidado, paulatinamente, por el buen rock a través de diferentes artículos de la columna “Entre Cuerdas”, durante una década, todos los meses, el lector también se iba abriendo hacia otras manifestaciones del arte universal como el guitarrista Paco de Lucía o el citarista hindú Ravi Shankar. A partir de ese momento, no hay publicación, programa de radio o de televisión en que no persista en dejar mi legado acerca de que el buen arte, llame como se llame —si es auténtico— se convierte en algo así como la ambrosía para el alma. Es más, todavía en mis colaboraciones habituales con publicaciones como La Jiribilla, el Portal Cubarte y en el periódico Granma, no dejo de perseverar en la información oportuna acerca de algún hecho musical, pero que, a la vez, le aporte al lector un sentimiento adicional que lo haga reflexionar y le permita sacar importantes conclusiones al respecto.
¿Cómo defines tu vínculo con los medios masivos de comunicación?
Lo importante de semejante pregunta es que debo de responderla después de más de 45 años de haber llegado a Radio Progreso, mi Cuartel General, desde donde colaboré lo mismo con Radio Habana Cuba que con Habana Radio o con Radio Rebelde; del mismo modo que he hecho programas para la televisión cubana como A Capella o Música del Mundo para Canal Habana, pero sin abandonar la guarida de Progreso.
Y digo que estoy en el momento más apropiado para responder dicha pregunta porque, obviamente, he recopilado con los años, la experiencia de lo que significa trabajar para los medios cubanos. He conocido algún que otro director de programas que, en mi opinión, nunca pudo encontrar el rumbo de cómo matizar el poder que tenía entre sus manos al frente de un espacio y, por lo tanto, ya nadie los recuerda. Pensaron que mientras más música chatarra pusieran, más famosos serían y por lo tanto más dinero ganarían. No es que a mí no me interesara el dinero como a cualquiera, pero si llegaba a ser famoso o no, no sería por la mala música de mis programas; sino porque en tal sentido, quien decidía seguirme tanto en mis propuestas radiales como televisivas, era porque sabe que nunca haría concesión ni al mal gusto ni a la chabacanería, y es muy importante que el receptor te respete por semejante decisión, porque a la vez, él se siente respetado por las propuestas que uno le ha ofrecido.
Desde el primer momento que comencé en 1978 en Radio Progreso con el programa Encuentro con la música, específicamente con la sección “Perspectiva”, siempre tuvimos claro que no nos estábamos dirigiendo a un público inglés o norteamericano que consumiera ese tipo de música rock; sino que el conductor Jorge Gómez y yo, teníamos que utilizar el lenguaje y enfoque apropiados para nuestros jóvenes oyentes cubanos, quienes tenían todo el derecho del mundo de conocer a esas luminarias del rock que hoy son grandes figuras del arte universal.
Recuerdo cuando cierta persona —de quien me reservo el nombre porque está fallecida— publicó en El Caimán Barbudo que por mi promoción del rock había que darme la “Medalla de los Beatles” y el “Diploma de Led Zeppelin”.
Al mes siguiente le respondí por la misma publicación que, por el respeto que me merecían sus canas, mi intención con dicho trabajo era solo contribuir en el empeño de que el rock ocupara el lugar que le correspondía junto a todos los otros géneros musicales que hemos hecho nuestros. Y el tiempo me ha dado la razón. Y obviamente, si pude responderle con tanta parsimonia y amabilidad, era porque tenía la seguridad de que me asistía la razón. Ahora que hago un recuento de aquellos años, comprendo que siempre he visto a los medios como una tribuna desde la cual tienes el enorme privilegio de dirigirte a un vasto auditorio que necesita de nuestros conocimientos. En cada persona que nos escribe o aborda en la calle para agradecerme cualquier información por mí suministrada, y que esta le haya influido en su personal perspectiva del arte, ese reconocimiento sincero y franco, no tiene precio. Ahí está la certeza de que poder haber trabajado durante tantos años para los medios en una Cuba bloqueada también culturalmente y que haya dejado una huella en algunas personas, eso es, reitero, un gran privilegio, imposible de cuantificar porque sencillamente, es inmenso.
Como lo es la radio y la televisión, el Submarino Amarillo es también tu casa. ¿Cuánto de él queda en ti y cuanto, de ti, está en él?
Al Submarino… llegué en el 2011 junto con Ernesto Juan Castellanos por un llamado de nuestro hermano Abel Prieto quien, en ese momento, fungía como Ministro de Cultura, para que nos ocupáramos de la dirección artística de dicho centro cultural de ARTEX. Es cierto que yo no estaba para nada habituado a la vida nocturna de los clubs, pero el lugar se distinguía por su diseño, con personajes del animado Yellow Submarine de Los Beatles; había tanta elegancia y buen gusto en la atmósfera, que decidí probar suerte con el llamado de Abel. Al final, después de algún tiempo de compartir iniciativas con Ernesto Juan, él se marchó y me quedé al frente de este trabajo, labor que cada vez me tiene más amarrado al mismo.
Por una parte, pude confraternizar estrechamente con los músicos cubanos de rock para que montaran un repertorio de dos horas a versiones de clásicos del rock anglosajón, mientras en la sesión de videos foráneos, pude ir conformando poco a poco una línea estética a seguir en los DJ´s, en el sentido de que deben de priorizar los mejores grupos foráneos con sus mejores videos. Esta directiva junto con el agradable ambiente del lugar, el buen servicio gastronómico y el esfuerzo de cada grupo de rock del patio por llegar a figurar entre los de mayor demanda del espacio consiguen, invariablemente, que cada nuevo cliente que nos visita, se quede maravillado de que exista entre nosotros un lugar así.
Cuánto hay de mí en el Submarino… pues la exigencia de que no por gusto en cada presentación de un grupo, doy la bienvenida al público como que han llegado al mejor centro cultural de Cuba. No puede ser de otra forma cuando la gerencia administrativa está en plena concordancia con la dirección artística y así avanzamos, al unísono, para resolver cualquier imprevisto.
Al cabo de estos doce años de trabajo, muchas personas nos agradecen que el Submarino… se mantenga como el primer día, no solo por la buena conservación del sitio; sino también por la persistencia de no ceder ante la posibilidad de difundir otra música ajena al rock y que la disciplina, en el mayor sentido de la palabra, sea nuestra meta a seguir cada noche que abrimos para el público. No nos queda la menor duda, de que se han sentado las bases para que llegue a ser en La Habana lo que significa el Ronnie Scott´s de Londres; pero con la música rock.
Por un lado, The Beatles y por el otro Juan Formell y Los Van Van, ¿cuánto se funden estas líneas en el Guille Vilar de hoy?
Yo sé que esta confluencia llama la atención porque generalmente tendemos a ser fundamentalistas en nuestros gustos, y si eres roquero no te debe de gustar el songo de Juan Formell y viceversa. Juan estaba por encima de eso y me llamaba, cariñosamente, “el roquero mayor”. Creo que existe una línea invisible que a une a estas diferentes manifestaciones, línea que representa la calidad excepcional de ambas instituciones.
Si bien es cierto que Los Beatles fueron como nuestro patrón de prueba para abordar el resto de los otros géneros musicales, precisamente por esa diversidad estilística que fueron abarcando poco a poco y que, gracias a ella, abrieron una puerta por la que entraron una infinidad de manifestaciones diversas del rock; ante esta situación yo no podía reaccionar de otra forma que también abriéndome al mundo de la música toda, siempre y cuando tuviera calidad. Por otra parte, es cierto que Juan puso a los Van Van en la cima de la música bailable cubana con una imaginación creativa y un talento fuera de liga, pero soy absolutamente cubano y como tal reacciono ante el sabor del tumbao de los mejores temas de la orquesta: sensación que me cala hasta los huesos.
En conclusión, el hecho de ser lo más abierto a la cultura universal posible, esto no quiere decir que no tenga el derecho de sentirte sumamente orgulloso de lo tuyo, como es el caso de Juan Formell y Los Van Van.
Juan Formell junto al musicológo y director de programas de radio, Guillermo Vilar (Guille).
Así, entre claras respuestas que enmarcan un decir muy propio, a prueba de cero concesiones de lo cual se siente orgulloso, y nosotros por poder aplaudirlo, al cierre de estas reflexiones, de seguro, el Guille Vilar quedó en busca de nuevos temas sobre los cuales ahondar en sus espacios de escritura, o de otros tantos videos del mundo que conecten con este universo particular que es Cuba. Esta isla donde la música le debe tanto a excelentes cultores, y a voces como la del Guille, que se levanta cada vez, desde la cultura, para llegar a donde todos, incluso, a los que a veces no alcanzan.
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