Ilustran el texto litografías del pintor y litógrafo francés Eugène Delacroix (1798-1863).
A 190 años de la muerte de Johann Wolfgang von Goethe ─Fráncfor, 1749 – Weimar, 1832─ y de concluir su obra maestra, Fausto, no es ocioso repasar los estremecimientos románticos que dejó en su obra para la creación literaria, artística y de pensamiento desde Europa. No pocos han situado a Goethe entre los “Dioses Mayores” de la literatura mundial de todos los tiempos, no solo porque abarcó la narrativa, la poesía, el teatro y el ensayo, sino porque instaló de manera definitiva una huella en creadores diversos de su tiempo que trasladó a otras generaciones en el movimiento romántico. Tanto en la Literatura o en otras manifestaciones artísticas como en la Música y disciplinas como la Filosofía, artistas, intelectuales y escritores recibieron un impacto directo muy temprano de sus obras, y todavía el eco romántico se siente. Nacido en el seno de una familia rica alemana, su biografía atestigua una inteligencia de extraordinarios dotes para la creación y un estudio constante de las ciencias y del saber de su tiempo. Bajo una constante investigación logró acumular una enorme cultura y conocía varias lenguas, cultivó el dibujo y sabía diferentes artes, escribía versos y publicó en diversos géneros, se interesó por la Geología, la Química, la Medicina… Graduado en Derecho fue un estudioso de las Sagradas Escrituras y en su vida dejó una profunda huella el filósofo, teólogo y teórico del arte y la literatura Johann Gottfried von Herder, que lo encaminó para detectar el “espíritu del pueblo” y la pasión por la Historia, y quien le descubrió a escritores como Shakespeare.
Johann Wolfgang von Goethe.
Junto a Herder redactó el manifiesto del movimiento Sturm und Drang ─traducido de varias maneras como “pasión y tormenta”, “tempestad e ímpetu”…─ considerado el introductor de la ideología del Romanticismo, acompañado de algunas obras. Goethe publicó en 1774 Las cuitas del joven Werther ─traducido también como Las desventuras…, Las penas…, Los sufrimientos…, e incluso, El joven Werther─; antes escribió obras de teatro en que se ponía de manifiesto su sentido de la justicia y el valor de la honestidad, pronunciándose contra el Derecho romano y el egoísmo cortesano, la opresión y el servilismo, en un momento en que su escritura poseía una evidente imitación a Shakespeare. Las cuitas…, basada en la mezcla de una experiencia real del suicidio del joven Wilhelm Jerusalén y la pasión de Goethe por Charlotte Kestner, se presentó como la escritura de una novela epistolar cercana a un diario íntimo, con fuertes valores líricos y dramáticos entre los personajes Werther y su amor Carlota, prometida del insípido Alberto, provocando el clásico triángulo amoroso de casi todas las tragedias de amor en la Literatura. Werther se suicidó en este doloroso conflicto y la muerte fue la salida. Nadie había calado tan hondo ni se hacía tan influyente ante esta disyuntiva ante esa situación y la joven generación alemana se conmovió tan profundamente que ocasionó una ola de suicidios marcado como posible solución frente a dilemas semejantes, señalando el inicio de una era de “lecturas peligrosas”, lo que demostró que el escritor alemán no fue solo un gran escritor, sino también un gran comunicador de su época.
Las baladas, ganadas desde la música para la poesía por esos momentos, fueron composiciones preferidas por el gran autor alemán, con el objetivo de aferrarse en la tradición nacional. En poemas elegíacos dramatizó la intervención de poderes demoníacos y bebió en leyendas populares de gran aceptación. La novela de espíritu trágico, Las afinidades electivas, 1809, puso en tela de juicio los fundamentos del matrimonio y su argumento se desarrollaba con dos matrimonios aislados en una mansión, un ambiente similar llevado y traído muchas veces en el cine, el teatro y con diversas obras literarias; según esta tesis, la “afinidad electiva” indica un místico poderío demoníaco de uniones como las parejas matrimoniales ─o como las moléculas─, encontrándose en continuo trámite de divorcio o disociación. Resulta curioso que Goethe intentó hacer carrera en las ciencias, incluso refutó con poca fortuna la “teoría de los colores” formulada por Newton. La Revolución Francesa le trajo un gran desequilibrio y emergió en él su naturaleza conservadora, debido al rechazo al desorden; sin embargo, su vida no encontró consuelo con la inestabilidad romántica. Con Friedrich von Schiller, dramaturgo clásico y poeta romántico de Weimar, mantuvo una larga amistad hasta su muerte en 1805. A partir de 1813, después de cierta anarquía social, se mantuvo alejado de la vida pública y realizó una antología de doce libros entre 1819 y 1827, que en su conjunto llamó Diván de Oriente y Occidente, deslumbrado por la poesía persa.
Otras muchas obras publicó, pero sin lugar a dudas su obra cumbre fue Fausto, considerada como una de las más relevantes de la Literatura de todos los tiempos. Tal y como lo exige la cultura europea para reconocer su grandeza, tiene su punto de partida en el cielo con la presencia de Dios, y como en la Biblia o la Divina Comedia, llega a la tierra y concluye en la subtierra. Se trata de un drama en que se funden realidad y símbolo, verdad y utopía, magia y ciencia, y se utiliza el poder del Verbo en relación con El Destino, en que interviene Dios y otros agentes misteriosos. La obra parte del Génesis y de la alternativa planteada en Libro de Job, pero aquí hay otro camino, asegurándose un nexo con Lucifer, el ángel caído. El doctor Fausto frente a su lucha contra el demonio, sucumbe. Su fama se concentra en el pacto con el Diablo, un acto para recobrar la juventud y obtener la inmortalidad a cambio de entregar su alma; la perversidad y los crímenes se concretan en la relación de Fausto con Margarita, pues el Diablo personificado en Mefistófeles manipula hasta provocar el homicidio y el infanticidio. Toda la trama está concebida con la intervención de la magia negra medieval y el saber esotérico, propio de la época. La primera versión estuvo escrita desde 1773, pero el autor no conforme con ella la fue retocando hasta 1790, año que publicó un fragmento. A pesar que estaba lista esta versión hacia 1806, las guerras napoleónicas demoraron su publicación hasta 1808. La segunda parte fue publicada póstumamente en el año de su muerte, en 1832, pero ya el tema principal no fue el alma de Fausto, sino que derivó hacia asuntos psicológicos, sociales, históricos y políticos que rodeaban al autor.
Goethe... instaló de manera definitiva una huella en creadores diversos de su tiempo que trasladó a otras generaciones en el movimiento romántico.
Cerca de 1823 Eugène Delacroix (1798-1863) consideró que entre los libros más importantes de la humanidad se encontraba Fausto de Goethe y manifestó que era su obligación capturar el espíritu del libro. Por 1825, había logrado una serie de litografías en blanco y negro, publicadas en 1828 en París como un folio.
Las figuras principales del Fausto se transforman. El personaje Fausto, de apasionado transgresor de normas religiosas y morales, se convierte en perseguidor ansioso de la verdad, junto a la aparición de Margarita como símbolo del dolor, convertida en Elena. Mefistófeles se refina en su evolución y de cínico insolente pasa a ser un cortesano de fina ironía. Fausto y Mefistófeles constituyen el anhelo y el ímpetu, una armonía universal ante el planteamiento de la redención; los versos que atestiguan de qué manera se produjo el pacto con el demonio se interpolan en un conjuro, se exalta la soberbia hasta la muerte voluntaria y entre campanas de Pascua y recuerdos de infancia, se implora: “¡Si yo pudiera decirla al instante: / Perdura! ¡Eres tan hermoso!, / entonces podrías encadenarme; / yo acogería mi fin con agrado. / Entonces podría tocar a muertos la campana; / tú podrías cumplir con tu función; / podría pararse el reloj, caer las agujas, / y el tiempo abolirse para mí”. Decepcionado por la insuficiencia del conocimiento del ser humano, consulta la magia para lograr el saber infinito, pero al frustrarse también esta vía tiene en cuenta el suicidio; sin embargo, lo rechaza al escuchar las campanas de la Pascua. Fausto es una parábola de la imposibilidad del conocimiento total y de la contradicción entre la pasión y la independencia en el amor; se enfrenta el bien al mal, Dios al Diablo, la felicidad sexual amorosa con la inevitable mortalidad de todos los seres vivos.
Goethe erige un monumento a la noche de Walpurgis en que se presentan sus personajes principales. Con el avance del cristianismo esta festividad pagana celebrada en la noche del 30 de abril hasta el amanecer del 1 de mayo en Europa, conocida como “noche de brujas”, se convirtió en una celebración a Santa Walpurgis, patrona de campesinas y sirvientas, considerada como la protectora del arte de la prestidigitación. Los fuegos de la Walpurgisnacht son encendidos para protegerse de aquellas temidas brujerías, las puertas se adornaban con crucifijos para alejar las brujas, las escobas se colocaban con las hebras hacia arriba para que no pudieran usarlas para volar, sonaban las campanas de la iglesia con el propósito de espantarlas, los solteros caminaban dando latigazos a su alrededor para que no se acercaran y se regaba sal en el umbral de los cobertizos para proteger el ganado y que no fuera robado para el aquelarre. Fausto está decidido a entregarse al Diablo, pero cuando Mefistófeles triunfa burlón, las potencias celestiales intervienen a favor de la redención y la obra termina con un auto sacramental en que todo se resuelve por la acción de gracias, mostrando los efectos de la gracia divina e introduciéndose en un infinito espacio de progresiva purificación. No podía ser de otra manera, de acuerdo con el contexto histórico de Goethe y de su propia ideología. Lo más importante ha sido que sacudió la creación poética de manera poderosa, al exponer los temas más trascendentes del ser humano: el misterio de la vida y la muerte, el amor total en su enorme complejidad.
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