Aquí es así. Puede que uno le guste la música, o un tipo de música, y sea un mal bailador, pero lo contrario es bien extraño. En Cubita la bella “el patón” es el que no sigue el ritmo, no marca, el que baila como los europeos al son de la melodía y hasta con la armonía del jazz incluso.
Y no es que para ser cubano haya que ser bailador, a nadie se le ocurriría dudar de la cubanía del Héroe Nacional, si se demostrase que no sabía bailar o no le gustaba hacerlo.
Lo que sí está demostrado es que José Julián amaba la música, la culpable de todos los bailes. Una pasión genética y filogenética. Su abuelo, don Antonio Pérez Monzón, fue director de una banda de música en Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias. Su maestro Rafael María de Mendive, era amante de la música italiana e incluso escribió un libreto para la ópera Gulnard, a pedido de su autor Luigi Ardite. Alejo Carpentier descubrió en la Biblioteca Nacional de Cuba en un folleto de teoría musical-publicado en 1868 y escrito por Narciso Téllez y Arcos-, apuntes, palabras subrayadas, correcciones a erratas de imprenta del puño y letra del autor de “Abdala”.
Puso a la música en la cúspide de las artes, “la más bella forma de lo bello”. Para el esteta, “el color tiene límites: la palabra, labios: la música, cielo. “El alma gusta más de la música que de la pintura”, decía. La consideraba “compañera y guía del espíritu en su viaje por los espacios”, “una promesa de ventura, como una vislumbre de certeza, como prenda de claridad y plenitud”. En ella encontraba “respuesta a todos nuestros deliquios, expansión para todos nuestros encogimientos. […]. Es como un hada invisible: en las ciudades invita a la alegría, al perdón y al movimiento: en campaña, pone las armas en manos de los combatientes”.
Por demás, algunos estudiosos han fundamentado lo mucho que disfrutaba de los espectáculos danzarios y, en especial, la danza folclórica, como expresión de la cultura de los pueblos.
En algunos casos el cronista y el poeta no era del público, sino un observador participante del “baile animador”. “Estoy en el baile extraño” es el primer verso del poema XII de sus “Versos sencillos”. En “Fragmentos” es evidentemente un bailador más:
“Bailemos, pues. Suavísima es la danza,
Dulce el calor del tembloroso seno
Que estrecho contra mí; -flexible ondea
El talle de mi dama,
Como la fresca y amorosa grama
Al fecundante soplo de la brisa;(..)”-
Es tan sincero el joven poeta, que se pregunta:
“¿Qué terrible poder os da derecho
Para decirnos con razón mentida
Que en medio a esa carrera sin medida
No se os escapa el corazón del pecho?
Siente y confiesa lo que pasa alrededor del baile, o más bien en el interior de los bailadores, ese “volcán de lava hirviente”, “la rojiza lumbre de la incasta hoguera del deseo” que enciende sus cerebros. Es lo que siente el joven al bailar y le cuentan sus amigos “cazadores” de “tórtolas blancas”. Martí goza y se autoflagela. “Buitre a la vez que altivo Prometeo”, se hiere y se cura con su canto.
Para Martí nace el amor en las fiestas, pero también la deshonra de las mujeres. Así lo expresa en varios de sus poemas dedicado al baile:
“... iqué es esto
con que mis pies tropiezan?
-iEsto? Nada.
La honra de una mujer que se ha caído
Y que anda por aquí pisoteada.”
Mas no culpa de todo al baile. “Si el equilibrio natural se rompe” es por las copas de champan y las “miserias escondidas entre celajes azules”.
Estos prejuicios con el “baile que se reúne para bailar” tienen, como apunta Mayra Beatriz Martínez, un condicionante en “el influjo de la férrea moralina generalizada en el ámbito hispano” y además en la repulsa por la clase que protagonizaba las fiestas celebradas en La Habana, las familias de la sacarocracia y de otros grupos adinerados.
Con 19 años anotó: “El baile en el hogar es quizás un recreo lícito. En la reunión, una costumbre perniciosa”. Para el futuro intelectual, solo debe haber amor para las mujeres, no su uso para el placer, como objeto desechable.
Refiere la investigadora Mayra Beatriz que Manuel José Izaguirre, aparentado con su esposa Carmen Zayas Bazán, contó en carta dirigida a Gonzalo de Quezada de la estancia del Martí en Guatemala y de su asistencia a bailes, en uno de los cuales le presentó a la hija de los anfitriones. María García Granados, la “niña de Guatemala”. Y que, además, ha hallado referencias en crónicas sociales de la época de la asistencia de los enamorados en veladas realizadas en asociaciones como El Porvenir, donde se registran la intervención del cubano como orador y de la guatemalteca como cantante. En las que no podría descartarse que bailaron juntos.
Carmencita, retrato pintado por John Singer Sargent.
Solo quien ha bailado, sabe cuánto contrasta el gozo de bailar con el dolor y la tristeza. Es lo que hace en el poema “iDolor! idolor! eterna vida mía”, de sus Cuadernos de apuntes. Al final de su más conocido poema X, “La bailarina española”, se percibe cierta igualación de su alma con la “tremula y sola” de la bailarina”. Más explícito resulta su poema “Baile”:
“Yo miro con un triste
Placer, como en la fiesta —
Del noble Jerez pálido
La copa llena guían
Las blancas manos trémulas
Al seco labio rojo: —
Y yo muevo mi mano tristemente
Al corazón vacío,— y a la frente “
Así también lo hace en algunas de sus crónicas dedicadas a la danza. El suceso comentado deviene en “un espejo dócil de sus sentimientos”, como ha señalado Francisco Rey Alfonso en su libro “Incendio del alma., José Martí y la danza”.
Cuando escribe sobre danzas y bailarines, este “amante del baile en su pureza, del baile como exorcismo para la embriaguez del espíritu púdico, y jubiloso”, le da el valor que merece el ritmo y la cadencia.
Hay también una expresión de ese dominio en sus poemas, y marcadamente en sus redondillas. Una joya de la sinestesia conseguida por Martí, por su ritmo conseguido de varias maneras y la alternancia de tempos, es el ya referido poema a la bailarina española.
Es presumible entonces que, si no bailaba de adulto en espacios públicos, era por su condición de casado, los prejuicios que tenía con el baile de salón y, sobre todo, por cuestiones de salud.
La niña de Guatemala.
Se sabe de las dolencias que padeció como consecuencia del trabajo forzado en las canteras de San Lázaro, que el roce del grillete le ocasionaron lesiones en los tobillos y la cintura, le generaron dolores durante toda su vida y afectaron incluso su caminar. Además, tal describe el doctor Ricardo Hodelín Tabalada en su libro “Las enfermedades de Martí”, desde los 18 años sufría de sarcoidosis y como consecuencia de esa dolencia padecía de sarcocele, tumor cancerígeno en uno de sus testículos, extirpado quirúrgicamente.
¿Bailó Martí? No puede descartarse. ¿Fue un gran bailador? Tal vez, su sensibilidad con la música, el ritmo y con sus expresiones en la danza, así lo apuntan.
Fuentes bibliográficas:
“José Martí y la música”, Selección, introducción y ensayo de Salvador Arias, CEM. La Habana, 2014.
“Martí ante la danza. Glozas a la gestualidad de una época”, Mayra Beatriz Martínez, Editorial José Martí, La Habana, 2014.
“Incendio del alma. José Martí y la danza”, Francisco Rey Alfonso, CEM, La Habana , 2015.
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